La saharaui Takbar Haddi pide justicia desde Canarias después de que su hijo muriese asesinado por colonos marroquíes en el Sáhara Occidental, según denuncia su familia.

Su madre reclama a Marruecos los restos de su hijo y la apertura de un proceso judicial.

«Toda madre sabe el dolor que se siente al perder a un hijo y al no saber dónde está su cuerpo», dice Takbar.

Por Alberto Ortiz para Desalambre

Takbar Haddi escucha en sueños a su hijo, Mohamed Lamin Haidala: «Mamá coge la justicia para mí, mamá, por favor, coge la justicia para mi cuerpo». El anhelo de Haddi es volver a ver los restos de su hijo, asesinado -según la familia y organizaciones por los derechos de los saharauis- por los colonos marroquíes en febrero en los territorios ocupados del Sáhara Occidental. Más de 20 días lleva esta saharaui de voluntad inquebrantable sin probar bocado en señal de protesta. El estómago, en realidad, se cerró el día que recibió la noticia.

Habla con la voz quebrada. Se la oye lejos al otro lado del teléfono, no sólo por la distancia. Las escasas fuerzas la obligan a hablar en susurros, ha desaparecido hasta la emoción en su voz, que ahora suena metálica. «Me llamo Takbar Haddi. Mi hijo de 21 años fue asesinado por ser activista por la liberación del Sahara Occidental. No voy a cortar la huelga de hambre hasta que haya justicia».

A Haidala le asesinaron por ser valiente. Es el veredicto de su padrastro, Salah, quien coge el teléfono cuando a su mujer ya no le queda energía para continuar hablando. Se mantiene fiel a su lado. El relato es devastador: «Participaba en muchas manifestaciones, era un activista muy valiente. La policía le tenía fichado. Por eso los colonos le raptaron y le llevaron al desierto, ya ni siquiera les llevan a comisaría. Cogieron un coche y le golpearon hasta que perdió el conocimiento».

El ataque se produjo el 31 de enero. Según su familia y organizaciónes de derechos humanos, varios colonos, que trabajaban cerca de su residencia, le apedrearon en el pecho y en los brazos. Luego, unas tijeras sesgaron su cuello. La policía tardó una hora en llamar a una ambulancia desde que lo encontró. Ya en el hospital, la situación no mejoró. Le intervinieron el cuello sin anestesia, la costura no aguantó lo suficiente. Pasó por varios hospitales pero no consiguieron atajar las heridas. Falleció el 8 de febrero. «Están todos compinchados en Marruecos, los colonos, la policía, los médicos…», protesta, lamenta, llora.

El relato oficial es distinto. Según la versión del Consulado de Marruecos en Canarias, el muchacho murió debido a una reyerta. La familia y asociaciones en solidaridad con los saharauis, como CEAS-SAHARA, contradicen esos argumentos y critican en sus comunicados el silencio «cómplice» del Ejecutivo español.

«Toda madre sabe el dolor que se siente al perder a un hijo y al no saber dónde está su cuerpo». Haddi vuelve a coger el teléfono a duras penas. «Me duele el corazón», suspira. Duerme en la calle, con la mirada puesta en el Consulado de Marruecos en Las Palmas de Gran Canaria. Lo tiene delante. Día y noche. Se alimenta a base de agua y azúcar. «Mi otro hijo, de 18 años, me dice que no siga con la huelga porque no quiere que me muera».

Hace pocos días, Haddi sufrió un segundo ataque hipoglucémico. «No va a ceder», dice Salah. «Tiene mucha debilidad y mucha voluntad». Ella se enfada con su marido cada día. Él le dice que lo deje, que tienen miedo de que la huelga acabe con su vida. «En muchos momentos del día, las horas se vuelven agónicas», relata.

«Debemos a aprender a mirar con la vista, no con los ojos»

«No tenemos ninguna esperanza, ninguna esperanza», grita Salah a través del teléfono. «Marruecos lleva así desde hace 500 años, conocemos el interior de la casa. La fachada engaña a occidente, pero nosotros sabemos lo que hay dentro». Habla de la lucha por la independencia del Sahara Occidental. Habla de todos los años -casi 40, explica- que han sufrido la opresión de los marroquíes. Marruecos se anexionó el territorio en 1975, tras abandonar la zona España. Se interrumpió así un proceso de descolonización que ha sido motivo de conflicto desde entonces.

«Haidala es un mártir más. Hay que seguir luchando, el camino es largo y tenemos que llegar a un final». Salah rechaza los argumentos de quienes piensan que esta lucha por recuperar su país no va a llegar a nada. «¡Es un error garrafal», protesta.

Dice que los humanos creemos mayoritariamente en lo que vemos. «Debemos aprender a mirar con la vista y no con los ojos», reflexiona para sentenciar que «la mentira se puede prolongar pero la justicia acabará ganando». Y la justicia es, para este saharaui, que su pueblo, y no Marruecos, sea frontera con Canarias. Un país independiente. Y un país en el que se garantice el Estado de Derecho. «¿Puede hacer una persona como Haddi una huelga de hambre en cualquier ciudad de Marruecos? -se pregunta- Imposible. Están anclados en el año 1400». «Hay que levantar este sufrimiento».

-¿Sabes lo que más me rompe el corazón?

-¿Qué?

-Ella es consciente de que no le van a devolver a su hijo. Pero se agarra a sus sueños. Cuando duerme por la noche su hijo le dice que no la abandone. Que le entierre con su abuelo en el cementerio. A 33 kilómetros de El Aaiún. Se agarra a sus sueños.

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