Y de repente, el tiempo se congeló. Apareció una mujer tapada de arriba a abajo y con una armadura metálica que cubría aún más su dorso. ¿Va a la guerra o es una Femen a lo oriental?
Era Kubra Khademi, artista visual afgana que el pasado febrero realizó una performance de ocho minutos en un barrio de Kabul, denunciando así el acoso sexual que sufren las mujeres. Unos minutos que terminaron por marcar la historia del arte y de la lucha en su tierra. Kubra, cuyo nombre significa “Grandiosa”, está en España invitada por la asociación catalana La Muga Caula y nos habla de su arte subversivo.
Niñas que sueñan con bragas de metal
¿Por qué una armadura para tu protesta?
De pequeña, entre lágrima y lágrima, soñaba fabricar unas bragas metálicas para que nadie pudiese abusar más de mí. Un día, en un mercado, cuando no pude soportar más los tocamientos, me puse a gritar a todo pulmón, pidiendo que me dejaran en paz. Pero la gente en vez de reprochar al agresor, me llamó la sin vergüenza que buscaba la atención de los hombres.
Si el Estado, la sociedad, y la familia no protegen a sus hijos e hijas, tampoco lo hará una “braga de acero”, algo parecido a un “cinturón de castidad”. Su utilización se remonta a la Europa Medieval en guerra por enfermeras o mujeres viajeras, aunque Giovanni Boccaccio en su Decamerón ya afirma la costumbre de ciertos maridos de colocárselo a sus señoras antes de partir de viaje. Ellas, para librarse del artilugio engordaban meses antes, para posteriormente recuperar su peso y escapar del artilugio una vez que desaparecía el cónyuge. Hoy, en Rajasthán (India) se le da este uso al macabro cinturón.
Con todo, una braga de acero impedirá una de tantas formas de violación, pero es imposible que acabe con el concepto de violación porque es el ejercicio del poder y este puede ser ejercido de diversas maneras. Además, es importante hacer hincapié en el hecho de que el hombre no solo puede llevar a cabo la violación desde el centro de su cuerpo, sino de mil formas diferentes.
¿Conseguiste tu objetivo?
Sí. Oí a un niño decir “quiere que no le toquen”, aunque los demás me increparon, me insultaban. Fue un éxito, a pesar de que acusaron de ser agente a sueldo de Occidente, querer destruir la religión y el honor de Afganistán.
Sin embargo, Martha Zein, analista de imagen-violencia, duda de que Kubra con su magnífica metáfora poética haya podido sacudir la conciencia de los destinatarios del mensaje: 1) porque en esta geografía donde la palabra prevalece sobre la imagen, una armadura fuera del contexto de una guerra real no tiene sentido, y 2) porque ellos carecen de conciencia, de aprendizaje previo sobre el acoso sexual, normalizado e integrado en sus códigos de comportamiento. La verán como una mujer loca. Aunque llegasen a descifrarlo, pensarían ¡Sólo ejercemos un milenario derecho, emanado de los sistemas patriarcales y legitimado por las religiones!
El uso del cuerpo como medio de protesta es muy común entre las afganas: cada año cerca de 500 se queman a lo bonzo, convirtiéndose en “Mujeres-Antorcha”, esperando en vano que sus gritos y la imagen de sus cuerpo en llamas produjera en sus verdugos remordimiento y amargura. El hombre enseguida tendrá otra niñas-esposa: gratis o adquiridas en una subasta.
¿Se acosa a las que llevan el Burka?
También. Sus cuerpos están llenos de moratones. El acoso del hombre no guarda relación con la ropa de la mujer.
Ahora entiendo por qué en España o Francia los hombres no se desmayan al ver las piernas o las orejas destapadas de una mujer.
Síndrome de Ulises
¿Y qué otros trabajos has hecho?
En 2013 en Lahur, Pakistán, llene mí desgastada maleta y fui a instalarme en el medio de una avenida, como si estuviera en mi cuarto. Los coches intentaban no atropellarme. Después de 45 minutos la policía me desalojó. Tengo obsesión por maletas, carreteras y coches, una extraña sensación de pérdida. No sé qué es tener raíces.
Hace unas semanas, conocimos el caso de Adou, un pequeño inmigrante, oculto en una maleta. Kubra es, además, una refugiada de guerras. Ha nacido en Irán y ha vivido en Pakistán. Su piel conoce bien el racismo y la aporofobia.
El “Choque de Civilizaciones” insinúa que en el ADN del hombre afgano hay genes causantes de su extremada misoginia.
Hace 50 años las mujeres salían a la calle con falda y sin pañuelo, y no pasaba nada. El problema es la falta de educación de las mujeres. Con diez heroínas que se sublevasen contra esta lacra, la situación cambiaría.
Quizá mejor unos partidos y organizaciones progresistas que trabajen a fondo sobre este tema, en vez de buscar super mujeres que lo denuncien. Y la educación es necesaria, pero no suficiente. En Japón, por ejemplo, han tenido que habilitar vagones en los trenes sólo para ellas.
Pero hubo otro Afganistán: entre 1919 y 1929 el rey Amanolah Khan –líder de la lucha contra el colonialismo británico- redactó una Constitución (1923) que garantizaba los derechos básicos de los afganos, incluida la educación secular para ambos sexos—, implantó tribunales civiles, desmantelando la justicia religiosa y tribal, y animó a las mujeres a abandonar el velo y participar en el desarrollo de la sociedad. Su esposa, Soraya Tarzi, iba con la cabeza descubierta. Fueron derrocados por los jefes tribales y extremistas islámicos con el respaldo de Gran Bretaña. Aun así, Afganistán progresaba en eliminar la discriminación hacia la mujer, hasta el punto de que entre 1964 y 1980 tuvieron tres ministras.
Han pasado 15 años de la “liberación“ —o quizá sería más exacto hablar de colonización del país por parte de EEUU—, y aun no hay ninguna ley que proteja a las mujeres, pero sí la hay que invalida la denuncia y el testimonio de los abogados, médicos y familiares en los expedientes de malos tratos; el 80% de las mujeres son analfabetas y su esperanza de vida es de 43 años. La tragedia afgana ha sido otro episodio del timo de la misión humanitaria de las compañías militares. Kubra es su testigo.