Cada año, Australia conmemora el Día Nacional del Perdón, en recuerdo de las decenas de miles de niños indígenas que, entre las décadas de 1890 y 1970, fueron retirados por la fuerza de sus hogares por el Estado y puestos al cuidado de familias o instituciones blancas para que se asimilaran a la sociedad de colonos.
Por Silvia Boarini
El Día del Perdón, el 26 de mayo, se instituyó en 1998 tras la publicación en 1997 del informe Trayéndolos a casa, el resultado de la primera consulta nacional que recogió testimonios de niños y niñas indígenas “robados” y criticó las políticas racistas que permitieron la sistemática separación de sus familias.
Recién en 2008 el gobierno se disculpó formalmente por este “capítulo empañado” en la historia de Australia. “Por el dolor y el sufrimiento de estas generaciones robadas (…) pedimos perdón”, declaró entonces el primer ministro de la época, Kevin Rudd.
El jefe de gobierno añadió que se imaginaba un futuro en el que “el parlamento resuelva que las injusticias del pasado jamás, jamás puedan volver a suceder”.
A pesar de la disculpa, los activistas indígenas sostienen que el capítulo de las “generaciones robadas” no es un hecho aislado ni está cerrado.
“A partir de las primeras semanas de la invasión (inglesa) en la década de 1780, comenzaron a llevarse a nuestros hijos y a separar a nuestras familias. Y ahora hay más niños removidos a la fuerza que antes”, aseguró Sam Watson, dirigente y activista aborigen, a IPS.
Un reciente informe de la Comisión de Productividad del Gobierno corrobora la interpretación de Watson. Los niños y niñas indígenas retenidos fuera de sus hogares ascendían a 5.059 en junio de 2004 y a 14.991 en junio de 2014. Apenas cinco por ciento de la población australiana menor de 17 años es indígena, pero según el informe, 35 por ciento de todos los niños retirados de sus hogares son indígenas.
Mary Moore es fundadora de la Comisión de Ética Legislativa y siguió muchos casos de remoción de niños indígenas y no indígenas de sus casas. Australia es la “capital mundial del robo de niños”, denunció.
Muchos puestos de trabajo dependen de esta práctica arraigada y se aprueban leyes para legitimarla, aseguró. “La remoción y la adopción son estrategias” contrarias a la naturaleza porque “ignoran las consecuencias dañinas para los niños y son mucho más costosas que apoyar a las familias para que permanezcan unidas”, sostuvo.
Las autoridades justifican la remoción de los niños y niñas en aras de la “protección infantil” y debido a sus entornos de “negligencia” y posible “riesgo”. Pero la minoría indígena, que se destaca en la parte inferior de la mayoría de los índices socioeconómicos, quiere saber a quiénes corresponden la negligencia y las políticas racistas que contribuyeron con la pobreza generalizada, el alto porcentaje de encarcelamiento y de enfermedad mental que afectan a sus comunidades.
Para Auntie Hazel, de la organización Abuelas Contra las Remociones (GMAR, en inglés), no hay diferencia entre lo que sucedió en el pasado y lo que sucede ahora.
“Si escuchas a alguien del grupo de mayor edad de las generaciones robadas y a alguien de los más jóvenes, la esencia de lo que dicen es lo mismo”, comentó a IPS.
“Nunca conocieron a su madre, nunca conocieron a su abuela. Sienten que no pertenecen en ninguna parte. Sienten lo mismo en su interior”, resaltó.
La Alianza Estratégica Nacional Aborigen para Traer a los Niños a Casa o (Nasa) ahora reúne a GMAR y otros grupos afines. En toda Australia se realizan protestas, mesas redondas, marchas y plantones, y está creciendo con rapidez una red de solidaridad internacional.
“Todos somos uno y luchando por lo mismo. Solo cuando los más pequeños puedan nutrir su espíritu interior podrán convertirse en aborígenes orgullosos”, dijo Auntie Hazel.
En última instancia, GMAR busca alcanzar la autodeterminación en el cuidado y protección de los niños indígenas y poner fin al “poder y control” que el Estado tiene sobre la minoría indígena.
En la actualidad, muchos indígenas se quejan de que los niños y niñas son retirados de sus casas con preocupante facilidad, a veces debido a rumores infundados y sin verificar. Cualquiera puede llamar a una línea telefónica anónima y perjudicar a otra persona, observó Auntie Hazel.
“Puede ser que un día su hijo se gaste el dinero para el almuerzo en golosinas por lo que la maestra, que tiene la obligación de denunciarlo, le dice al Departamento de la Comunidad y Servicios Sociales (DOCS) que el niño no tenía dinero para la comida. Y así sucesivamente hasta que haya un caso en su contra y usted ni lo sabía”, explicó.
Entre otras cosas, GMAR propone la creación de un “comité de expertos aborígenes”, formado por especialistas de la salud, para que trabaje con las familias consideradas “en riesgo” por el Estado antes de que se retiren a los niños de sus casas.
Ese comité le habría ahorrado mucha angustia a Albert Hartnett, uno de los integrantes de GMAR. En 2012 las autoridades se llevaron a su hija de 18 meses, Stella, sin previo aviso. “Los funcionarios del DOCS, escoltados por policías, llamaron a mi puerta una viernes de mañana”, recuerda, todavía afectado emocionalmente.
“Dijeron que la niña estaba en peligro. Y preguntaron ‘¿dónde está el perro?’. No entendía de lo que estaban hablando. No teníamos perro”, explicó. Aunque los funcionarios no encontraron ninguno de los “riesgos” mencionados en sus documentos, como excrementos de perro en el suelo, de todas formas se llevaron a Stella.
Las remociones realizadas los viernes son una práctica combatida por GMAR porque las familias quedan en desventaja ante el DOCS y sin apoyo durante todo el fin de semana. “Te dicen ‘usted no es un padre apto’, y es fácil caer en una espiral descendente”, expresó Hartnett.
Sin fe en el sistema, Hartnett asistió a las consultas el lunes siguiente y por la tarde recibió una llamada sorpresa del DOCS solicitándole una evaluación de su casa. “Fue al revés. Primero se llevaron a la niña y luego vinieron a evaluar”, dijo el padre de cinco hijos. Stella fue devuelta a la familia, pero todos quedaron marcados por la experiencia, afirmó.
Editado por Phil Harris / Traducido por Álvaro Queiruga