Quería maravillarla. Primero le daría un regalo único, fantástico, y después le declararía su amor. Y no por nada era inventor: iba a crear un objeto realmente mágico.
Durante días trabajó sin descanso. Su única paga fueron las pequeñas tristezas presentes y las inmensas alegrías futuras que tiene el enamorado que espera. Puso la última pieza y observó satisfecho el resultado: el ave mecánica era perfecta.
El día siguiente sería el indicado. Fue a su habitación a tomar un merecido descanso, cometiendo el gravísimo error de dejar la ventana abierta. Al despertar, se encontró con que el ave había desaparecido.
Cuando me contó su historia, el inventor me dijo que se la habían robado. Yo prefiero creer que el ave mecánica salió volando, y que recorre aún el mundo buscando su canto.