La revista de actualidad cultural Buensalvaje lanza hoy su tercer número en papel de la mano de David Villanueva. Para celebrar este número impar, la publicación dedica su portada al músico Santiago Auserón con una entrevista muy política. No en vano, el artista ha sido partícipe del programa cultural de Podemos.
Por David Villanueva para Buensalvaje
Santiago Auserón recibe a ‘Buensalvaje’ en El Palentino, mítico bar de la calle Pez en Madrid. El músico gira continuamente con su septeto, con su trío, en dúo o a solas. Viene de Zamora, donde ha participado en unas jornadas de homenaje al poeta local Claudio Rodríguez, con una ponencia titulada ‘Número y conjuro’, sobre el ritmo y la irregularidad en la poesía, y precedido por una polémica con el municipio de Segovia, que le ha suspendido ilegalmente una actuación ya pactada. Al día siguiente de la entrevista se presentaba el programa cultural de Podemos, en el que también participa.
Explícanos tu implicación política.
No estoy integrado en la estructura de Podemos, pero siento cierta simpatía e interés por lo que creo que representan: los síntomas de la transformación de la sociedad española. Hay una generación de hijos de la clase trabajadora que ha ido a la Universidad, se ha licenciado o doctorado y ahora no tiene trabajo ni expectativas. En consecuencia, esta generación se va a ocupar de pensar en qué dirección tiene que ir este país. Me siento cercano a su postura, soy como ellos, aunque mantengo, a duras penas, mi trabajo.
Tus declaraciones políticas en las redes sociales vienen apareciendo de un tiempo a esta parte…
Sí, me preocupa la situación. Habrá aspectos que debatir en relación con Podemos: cómo un movimiento ciudadano se acerca al juego de partidos, cómo se presenta públicamente, cómo maneja la imagen de los medios de comunicación para tener opciones sin apoyarse en poderes fácticos… Todo eso puede ser discutible y dar lugar a situaciones confusas, a un debate que debe ser llevado a sus últimas consecuencias, pero indudablemente estamos en una situación en la que las cosas deben cambiar y tienen pinta de que van a hacerlo. Y no deben ser los agentes que han controlado el proceso de la transición los que piloten ese cambio, porque, si no, estaremos en las mismas. Los agentes de la transición deben estar, como es lógico, pero los partidos nuevos, las nuevas corrientes, las nuevas generaciones, deben ser los que controlen el cambio, sí. Incluso abarcando todo el espectro ideológico, es decir, para mí toda la gente nueva merece algo de confianza, toda la gente que no haya trincado, toda la que no se haya corrompido en el ejercicio del poder, que no haya convertido la política española en una falsedad sistemática. Hay que recuperar la veracidad de las cosas ¿no? ¡Ojo! Yo no soy muy politiquero, ¿eh? No tengo vocación de político. Vocación, digamos de…
De ejercer…
Eso. Lo que pasa es que hay noches en que el insomnio me obliga a replantearme todas estas cuestiones. Veo los informativos, los programas de debate, me quedo abrumado y, de vez en cuando, tengo que expresar mi inquietud en las redes sociales. No quiero ir más allá, sobre todo no quiero pasar a ocupar otro plano de notoriedad. Ya tengo un oficio con cierta dimensión pública, no quiero que se confundan las cosas. No quiero ganar notoriedad por acercarme a opinar sobre los temas políticos. Quiero quedarme en mi terreno y ya está. Tuve la necesidad de huir hace años del exceso de notoriedad. Ahora bien, como mero ciudadano tengo que expresar lo que honestamente se me aparece por dentro. En este momento creo que es bueno que lo hagamos todos. Hay que imaginar otro futuro.
¿Crees que podremos hacerlo?
Para eso sirve la educación, para formarse una imagen adecuada de la realidad, para tratar de debatir las cosas hasta sus últimas consecuencias. En este país yo creo que hace falta una transformación radical en muchos aspectos: hay que llegar al fondo de las cuestiones, pero una transformación radical no hay que confundirla con desorden ni pérdida de la confianza ni con una amenaza para nadie, salvo para los que traicionan el pacto social en su propio beneficio, para los delincuentes. La transformación debe llegar a asuntos que no están solucionados desde hace siglos en España. Hay que hacerlo con un talante de país moderno, evolucionado, con un cierto nivel de cultura y de entendimiento entre las diversas maneras de pensar. A estas alturas ya nos merecemos discutir con respeto, ¿no? Los fenómenos de moda no me generan confianza por sí mismos. Llevo muchos años remando contra corriente y estoy dispuesto a seguir mientras el cuerpo aguante. Yo lo percibo como un movimiento ciudadano obligado a transformarse en partido para jugar en el reparto de poder y tener opciones de incidir en los cambios. Eso comporta riesgos, claro. No soy realmente una persona de partido; nunca he militado en un partido, pero ha habido momentos en los cuales he sentido que tenía que estar cerca de los movimientos de transformación Si la vieja política no confía en las nuevas generaciones españolas, es que no cree en su propio país.
Y ya te ha tocado en algunas ocasiones, ¿no?
Me ha tocado un par de veces: al final del franquismo y ahora.
Tú lo dices mucho a través de tu obra: “Para entender España hay que ir a la esencia, hay que ir a la raíz”.
La esencia de España es la complejidad. Desde la época prerromana, España es un mosaico de pueblos con sensibilidades distintas, algunas de las cuales han durado hasta hoy. Es decir, ni siquiera la unificación romana ni la visigoda ni el conflicto posterior entre la parte de la península invadida por los musulmanes y el foco de unidad en torno a la latinidad, a la herencia católica, que llevó a cabo la Reconquista… Ni siquiera esos movimientos históricamente tan determinantes han conseguido acabar con esa especie de microclimas, de mosaico de sensibilidades que es la vieja Iberia. Y yo creo que en esa complejidad estaría (y lo digo en condicional) nuestra ventaja si supiéramos jugar bien las cartas. Eso es un potencial cultural, un potencial de ideas tremendo; hay pocos países que en un territorio geográficamente delimitado, geopolíticamente tan condicionado, fronterizo entre el norte y el sur, entre el oriente y el occidente, tengan esa posición privilegiada para entender intercambios, para entender la multiplicidad hacia la que nos lleva la civilización en todo el planeta. Ahí deberíamos acumular conocimiento, alguna ventaja heredada del hábito de resolver, mal o bien, conflictos territoriales, ideológicos, de creencias, de tradiciones culturales. Porque eso lo llevamos manejando milenios. En España las lecciones de historia son más urgentes que los telediarios.
Está claro que lo que tenemos es a Santiago Auserón involucrado en la actualidad en todas sus facetas.
Quisiera que subrayáramos esto: ¡Porque no me queda más remedio y algunos temas no me dejan dormir! (Risas).
Pues eso querrá decir que todavía te sacude la protesta social.
Sí, pero no tengo ninguna vocación de intervención política.
Vale, vale. No quieres ser embajador de España en ninguna comitiva.
No, en absoluto.
¿Estás seguro?
Seguro. Quiero dedicarme a las canciones y a seguir siendo estudiante de Filosofía, que es lo que me gusta.
Pasemos a la música… Tú eres Juan Perro. Pero, en realidad, Juan Perro son 200 millones de cosas, muchas investigaciones abiertas; es como una escuela de experimentación en la que van entrando músicos, algunos con más fidelidad, otros más de pasada, corrientes y corrientes. Con algunas tienes más afinidad, te detienes un tiempo: ritmos de Nueva Orleans, ritmos cubanos, rock, blues, copla… Según la trayectoria de vida y de apetencia, lo que vaya surgiendo, viva la improvisación también, van entrando en el cóctel de Juan Perro muchos ingredientes que se materializan en canción. Luego, cuando las canciones están hechas, ¿tiene tanta importancia ese producto acabado y que tú nos presentas en un disco o en un concierto?
Algunos temas no me dejan dormir.
¿Las influencias musicales anglosajonas desde tu generación hasta las generaciones actuales han tapado toda la tradición mestiza musical que ha pasado por la Península a través de su historia?
Llevo planteando esa cuestión durante tres décadas. Es raro, pero así es como se nos ha dado la vida a dos generaciones en España. Y no sólo en España, en Europa y en muchos otros sitios. Hemos heredado una música popular condicionada por la electrónica y por el mercado dominante anglosajón. Poco a poco estamos intentando adaptar a nuestra lengua las consecuencias de todo eso. La principal duda que tienes que ir resolviendo con este asunto es: ¿se trata simplemente de un estado de sumisión artística y vital en relación con una situación de imperialismo cultural o indica algo más desde el punto de vista estético y musical? Yo creo que los negros americanos aportan algo a la canción popular a nivel interracial. No sólo a su cultura cerrada en el marco lingüístico al que pertenece, sino al conjunto de la Humanidad, una flexibilidad rítmica desconocida en Europa, un talante de apertura a la riqueza cromática en la melodía y en la armonía que tampoco entraba con facilidad en las canciones populares. En Europa hay una cultura de canciones maravillosa: en Italia, en Francia, en Alemania, el medio eslavo, y el medio ruso, no digamos… Pero los folclores europeos se han quedado de algún modo estancados en el viejo ámbito rural y después de las guerras no han dado el salto a las ciudades, y nos hemos visto invadidos por la tecnología electrónica y las telecomunicaciones… Esto en España ha sido todavía más grave, porque los folclores se habían quedado durante el franquismo, salvo en el caso del flamenco, totalmente anquilosados. En realidad, la savia afroamericana y afrolatina ha venido a reavivar la canción popular en todo el mundo. No es, pues, simplemente un síntoma de imperialismo cultural, es algo más desde el punto de vista estético, perceptivo, y desde el punto de vista estrictamente musical, es flexibilidad en el ritmo y es riqueza armónica al alcance de todos, no solo de los cultos contemporáneos… Se puede abrir hacia tradiciones más blancas y hacia tradiciones más negras, más orientales o más occidentales. Es también cercanía con el hecho sonoro en bruto, con la realidad sonora de la urbe. En ese sentido, la trayectoria de Juan Perro significa asumir que no soy solo rockero por tradición anglosajona, sino que a través de esta tradición puedo recuperar la conciencia de mis propias tradiciones.
¿El flamenco se ‘blanquea’ en España casi, casi al tiempo en que se ‘blanquea’ el blues en Estados Unidos?
Quizá. Digamos que la industria musical dinamita, generalmente con prácticas al borde de lo corrupto, la presencia de los artistas en los medios públicos, incluso de los artistas marginados. Todo esto no es un cuento de hadas. La música negra se populariza gracias a la industria de la guerra. Cuando los negros pudieron empezar a comprar su propia música, gracias a sus sueldos de soldados en Europa o a sus sueldos de operarios en las fábricas.
¿Y en el caso de la copla?
La copla tiene una estética populista, pero estaba escrita por el señorito, por los hijos acanallados de la burguesía. El flamenco, en cambio, estaba hecho por marginados o por luchadores. Pero ambas cosas son nuestras, son de todos.
¿Y el resto de folclores?
Parece que algunos tienen intención de recuperarse en algunas comunidades. Eso siempre es delicado; por ejemplo, el catalanismo subvencionado empobrece estéticamente.
¿Qué opinas de la creación musical de los jóvenes músicos españoles?
Me llega solamente por canales personales y azarosos, por los cds y las maquetas que me da la gente allá por donde paso. De todo lo que recibo, que es mucho, me gusta, digamos, el 20%. Buena parte de lo que me llega es un revival ochentero, pop en la onda de The Cure o de New Order, pero en español, y más cocido de lo que hacíamos nosotros. Es una pena que todo eso pase desapercibido para los medios…
¿Te mojarías con algún creador o creadora?
Sí, atención al próximo disco de Uxía Senlle y Narf: Baladas da Galizia Imaxinaria.
Puedes leer la entrevista íntegra en el nuevo número de la revista Buensalvaje que se distribuye gratuitamente en librerías.