Cambios de alojamiento constantes, traumas y luchas por su estatus legal
Said tiene 22 años y vive desde hace casi tres en Berlín. Al principio vivió en Oranienplatz, una plaza en el barrio de Kreuzberg donde cientos de refugiados estuvieron acampados durante casi dos años. Después ha ido cambiando continuamente de lugar, siempre buscando aquellos sitios en los cuales la gente, las organizaciones o las iglesias le han podido proporcionar refugio a él y a sus amigos.
Le conocí en invierno en el barco en cuyas literas estuvo durmiendo durante algunas semanas. Fue un encuentro casi místico, tras haber cruzado un parque junto al río Spree en plena noche, encontré finalmente aquel barco oscuro. En su interior reinaba un calor acogedor y en él me recibieron amistosamente. Me invitaron a cenar y pude charlar largamente con Taina Gärtner, concejala del distrito de Friedrichshain-Kreuzberg, quien me explicó la inestable situación de los refugiados, sus problemas legales, las dificultades que tuvieron con el gobierno de Berlín y el acuerdo al que llegaron y que no fue respetado.
Solidaridad y apoyo de los berlineses
Con gran tenacidad, Taina y otros colaboradores intentan que los refugiados y las autoridades de extranjería lleguen a un acuerdo sobre su estatus legal. Según el acuerdo de Schengen, estos refugiados son responsabilidad italiana porque es allí donde llegaron. Sin embargo, Italia se deshizo de ellos con un visado de turista. Entonces llegó Oranienplatz y el acuerdo con el gobierno de Berlín, que les prometió estudiar su caso minuciosamente, y por último el aviso de que tienen que marcharse. “En realidad muchos están traumatizados. Si no lo estaban ya, después de todo el viaje para llegar hasta aquí, han acabado por traumatizase con el trato que les dio la policía tras la ocupación de Gürtelstrasse”, explica Taina.
En la calle Gürtelstrasse, los refugiados ocuparon un tejado para manifestarse por su derecho de permanencia. La policía no les proporcionó ni bebidas ni medicamentos, por el contrario, se dedicaron a disfrutar de su comida delante de ellos. Desde entonces, Said tiene dolores crónicos de estómago, no por el hambre, si no porque no es capaz de olvidar el trato recibido.
Existe una red de apoyo que gestiona visitas médicas, cursos de alemán, estancias en prácticas, etc. Taina está entusiasmada con el compromiso de tantos berlineses que organizan viviendas de alquiler para refugiados, plazas de formación profesional y proyectos teatrales, entre otras muchas iniciativas, gracias a las cuales las protestas están siendo un éxito. Los alemanes empiezan a ser conscientes de la situación de los refugiados y comprenden mejor lo absurdo de la situación. “Desde entonces, la vida pública sin los refugiados es inimaginable”.
Pobreza y lucha por la supervivencia
Said tenía 13 años cuando abandonó su país y a su familia por primera vez. Su familia estaba formada por quince hijos, dos madres y un padre que murió demasiado pronto. Estudió en el colegio tres años y luego tuvo que ocuparse de ayudar a su familia. En Níger no tenía ninguna posibilidad de recibir una formación o un trabajo digno. “Ni siquiera los universitarios encuentran un trabajo. ¿Cómo iba yo a encontrar uno con tan solo tres años de colegio?”. La única forma de ganar dinero en Níger para la gente pobre y sin formación es el pequeño mercadeo: comprar algo en un lugar y venderlo en otro donde es más necesario. Esta actividad da para sobrevivir, pero en ningún caso permite salir del círculo de la pobreza. Así que para poder ayudar a su familia, decidió marchar con sus hermanos mayores a Libia.
En 2007, bajo el gobierno de Gadafi, Libia era todavía un lugar atractivo para emigrantes subsaharianos. Era un país rico y tenía mucho trabajo que ofrecer. Las políticas de inmigración eran abiertas y los africanos eran bienvenidos y podían encontrar trabajo relativamente bien remunerado con bastante facilidad. En su último trabajo como limpiador, Said ganaba 700 dólares al mes. “Era un hombre rico”, explica con la mirada iluminada. Esta cantidad era suficiente para vivir y enviarle una buena parte a su madre. Cuando le pregunto si no echaba de menos a su familia, responde que vivía en una pequeña comunidad de gente de Níger. Entre ellos hablaban hausa y era un poco como estar en casa. Hoy esa comunidad ya no existe en Libia y Said ya no está en contacto con nadie de aquella época: “He perdido el contacto con todos”.
“No podíamos quedarnos”
Said vivió cinco años en Libia. En 2011 volvió a casa por un breve período de tiempo para volver pronto a Libia. A su vuelta tenía 17 años y aterrizó en medio del caos. La guerra civil había estallado. Los rebeldes consideraban automáticamente a los inmigrantes procedentes del África negra partidarios de Gadafi, por lo que su vida corría peligro. “Cuando los rebeldes veían a un negro disparaban. No podíamos quedarnos”.
La única manera de salir de Libia era por mar. Cuando le pregunto por qué no volvió en aquel momento a Níger, se ríe. Yo me disculpo por mi inocencia, ya que jamás he vivido una guerra. Libia se convirtió en una cárcel, ningún servicio funcionaba y en las calles se corría peligro de muerte. “Fuimos llevados a los barcos y forzados a salir por mar”. Ellos no querían ir a Europa: “Libia estaba bien, allí ganaba mucho dinero. Aquí también está bien, pero no puedo trabajar para ganar dinero y no sé si me dejarán quedarme”.
“Echarlos ya no será posible”
A pesar de todo no es infeliz en Berlín. Ha conseguido las llaves de un estudio y allí queda para rapear con sus amigos. Está haciendo unas prácticas desde hace dos meses en el teatro Gorki, en diseño de vestuario. La red de apoyo funciona bien, aunque por desgracia, la mayoría de empleos que organizan son provisionales. Ahora, Said se convertirá en corresponsal de refugiados para Pressenza, con lo cual aprenderá algunas técnicas periodísticas. Ya habla muy bien alemán, que es su quinta lengua, tras el hausa, el francés, el árabe y el inglés. Tiene una novia desde hace un año. Taina dice que “de momento pretendemos ganar tiempo. Los refugiados se integran rápido. Hacen amigos, se enamoran, practican sus hobbies y aprovechan cualquier oportunidad de trabajar, por pequeña que sea, o de hacer prácticas. Esto va muy rápido y en algún momento llegará un punto en el que echarlos ya no será posible”.
Le pregunto a Said que dónde se ve él dentro de cinco años. “Entonces estaré casado y habré estudiado para ser sastre, habré ahorrado algo de dinero y podré abrir una tienda”.
Traducción del alemán por Natalia Ribés