A partir de los casos de Melina Romero y Chiara Páez, Dario La Vega construye una mirada sobre cómo los medios de comunicación presentan a las religiones y devociones populares: cómo se construyen las hipótesis ligeras repetidas por los medios, ignorancia y el estigma.
Por Dario La Vega para Infojus Noticias
En los últimos años han aparecido asiduamente en los medios de comunicación casos policiales que fueron vinculados a creencias o religiones populares. Los diarios y la televisión nos mostraron crímenes (muchos aberrantes) en los que los sospechosos eran (supuestamente) devotos de San La Muerte o del Gauchito Gil, pais umbandistas o, con menor frecuencia, pastores pentecostales. Por la manera en que se presentaba la noticia, dejaban entrever (y muchas veces lo proclamaban abiertamente) que la religión era la explicación inequívoca del accionar criminal. Homicidios enmarcados en “ritos umbanda” o incitados por un “pacto con San La Muerte”, entre otros, se expusieron ante las audiencias televisivas (y lectoras de medios gráficos) como casos verídicos y comprobados de causal religiosa. Frecuentemente, la simple tenencia de una imagen religiosa por parte del acusado dio vía libre a los periodistas (novatos o avezados, prestigiosos o deslegitimados) para conjeturar acerca del vínculo entre religión y crimen. La necesidad autoimpuesta de “explicar” rápidamente la realidad de una manera clara y simple hizo que los medios informativos se privaran de llevar a cabo un análisis mínimamente objetivo que les permitiera dar cuenta de una realidad que nunca es monocausal.
Los últimos casos
Muchos son los acontecimientos de este tipo, pero la trágica desaparición y muerte de Melina Romero fue un caso paradigmático de estigmatización religiosa. Las sórdidas especulaciones en las que se aventuraron los periodistas sobre la edad, la moral y las circunstancias en que lamentablemente falleció la adolescente parecían sobradas como para que el caso fuera sumamente atractivo para la audiencia.
Sin embargo, a todo este se sumó, rápidamente, “la pista umbanda”. Que uno de los acusados fuera hijo de una mãe (sacerdotisa umbandista) que poseía un pequeño templo dio lugar a hipótesis de todo tipo, incrementadas con la aparición de una testigo que relató que un pai se hizo presente después de la muerte de Melina y que organizó y llevó a cabo la tarea de hacer desaparecer su cuerpo. Melody -la testigo en cuestión- cambió su versión de los hechos en reiteradas oportunidades: lugares, sucesos e incluso los involucrados fueron variando a través de sus distintas declaraciones.
En un principio, Melody señaló al Pai César de Xangó -de acostumbrada presencia en programas de televisión en donde se lo presentaba como referente de su religión- como el autor e ideólogo de la desaparición del cuerpo de Melina y a su templo como el lugar de su violación y asesinato (aunque buena parte de los líderes umbandistas no necesariamente lo consideran un «referente» religioso, casi ninguno creía o cree, tampoco, en las acusaciones mediáticas). Mientras tanto, los periodistas mostraban imágenes de su templo a la vez que confeccionaban hipótesis perversas de lo sucedido, especulaban sobre los “ritos” que allí ocurrían y conjeturaban a partir de lo que Google Street View improvisadamente les aportaba.
El Pai César finalmente fue detenido. A los pocos días se allanaron otros dos templos en busca de huellas y se sometió a los pais dueños de estos templos a una rueda de identificación para ver si la testigo lograba identificarlos ya que no había certezas de que el Pai César de Xangó fuera la persona que Melody decía haber visto en la noche del crimen. Mientras César se encontraba detenido, los noticiosos mostraron una oleada de titulares como: “¿El pai César mató a Melina?”, “¿La fiscal, víctima de una macumba?”, “Caso Melina Romero: ¿una pantalla para una guerra Pai?”, “¿Magia negra contra la fiscal del caso Melina?” o “Allanaron otro templo umbanda en busca de la escena de la fiesta sexual”.
Luego de dos meses y medio, el pai César Sánchez fue liberado por falta de mérito. Al día de hoy, más de siete meses después de la trágica muerte de Melina Romero, no hay detenidos en el caso.
Chiara Páez fue vista por última vez el pasado domingo 10 de mayo a la madrugada mientras se dirigía a la casa de una amiga. Cerca de las 20 de ese domingo, fue hallada sin vida enterrada en la vivienda de los abuelos de M., el novio de Chiara de 16 años, ubicada en la localidad santafesina de Rufino. El fiscal de la causa afirmó que M. se declaró como único culpable del homicidio de Chiara, sin embargo la madre y el padrastro del menor se encuentran detenidos con prisión preventiva imputados por homicidio agravado por el vínculo, femicidio y aborto no consentido por la víctima. Sí, Chiara estaba embarazada de 8 semanas. Mientras aún estaba con vida, le habían suministrado Oxaprost, una droga que se utiliza habitualmente con fines abortivos, y luego fue asesinada a golpes.
Durante allanamientos en distintos domicilios de familiares de M., la Justicia encontró en la casa de la madre del padrastro del acusado “elementos vinculados con la macumba”. Algunos medios procuraron infructuosamente ser más precisos y detallaron que se encontraron “polvos en frascos, yuyos y otros elementos”. A pesar de la poca y endeble conexión que existía entre estos datos (debido a 1- la discontinuidad cierta entre el lugar en donde se hallaron estos elementos y el lugar del crimen y 2- la exigua e irrelevante trascendencia que tenía la evidencia encontrada), los medios de comunicación sostienen la hipótesis de la “pista umbanda”. De nuevo aparecen titulares dramáticos: “¿la familia del novio practicaba ritos umbanda?”, “hallan elementos de ritos satánicos” o “secuestraron objetos usados en el rito umbanda”, cuando en realidad es muy difícil -casi inviable- conjeturar que estos “elementos” están relacionados con el crimen.
Como pudimos ver al desglosar el tratamiento de los casos de Melina Romero y Chiara Páez, los medios de comunicación buscan encasillar las noticias con etiquetas que evidencian un intento por llamar la atención de la audiencia, insistiendo en lugares comunes y preconceptos. Tanto en medios escritos como audiovisuales ha sido difícil encontrar artículos periodísticos que en los titulares aparezcan estos crímenes tipificados como femicidios. Salvo en algunos pocos informativos, el femicidio siempre queda oculto tras el “crimen umbanda”.
Claves para dejar de pensar en “la pista umbanda”.
El discurso periodístico cae frecuentemente en “lugares comunes” al pretender explicar estos casos a sus audiencias. Intentaremos desatar esta maraña discursiva en la que se enredan los periodistas a partir de explicación de algunas categorías y marcos interpretativos que usualmente se utilizan incorrectamente al hablar de religiones y devociones populares en el marco de un caso delictivo.
– En principio, es bueno dejar en claro que ninguna de las religiones afro que se practican en el país ni las devociones populares poseen dentro de su cosmovisión, de sus prácticas o de su liturgia elementos que inciten al delito -más bien todo lo contrario.
– Es necesario profundizar la reflexión sobre las causas del fenómeno de la religiosidad popular. Los medios de comunicación deben comenzar a pensar más allá de la inmediatez de la noticia e incorporar dimensiones sociales de análisis más complejas como la clase, las construcciones de la alteridad, las relaciones de poder o las ideas de nación, entre muchas otras que van a permitir comprender mejor la realidad y escapar a la costumbre de poner a esta religiosidad como fruto de la privación cultural, la «ignorancia» y como causal de delito.
– Se debe abandonar la trillada y equivocada idea del “rito satánico”: estas formas religiosas no son “ritos” o “sectas”, ni nada tienen que ver con “lo satánico”. La idea de “rito” sólo se encuentra en los medios de comunicación, ya que ni los practicantes de estas creencias se autodenominan de esa manera ni desde las ciencias sociales se las identifica con esta terminología. Por lo tanto, es inexacto llamarlos de esta manera. En cuanto a la idea de “secta”, ésta es una categoría desestimada actualmente por la antropología y la sociología de la religión y se adopta el término más general, menos confuso y casi carente de carga valorativa de «nuevos movimientos religiosos». Son los medios de comunicación los que continúan utilizando de manera negativa esta etiqueta, presentando las opiniones de algunos activistas “anti-sectas” de escasa o nula formación académica y representatividad social.
En cuanto a la acusación de “satánico”, las religiones afro no conciben la idea de “Satanás”: esta es una percepción fuertemente catolicocéntrica que nada tiene que ver con las creencias de los afroumbandistas. Es cierto que existen imágenes que tienen apariencia de diablos o demonios (de nuevo, desde una perspectiva católica), sobre todo las imágenes de los Exús de Quimbanda (espíritus cercanos a los hombres que llegan a este mundo para ayudar a sus fieles y que gustan de bailar, cantar y divertirse), pero la concepción teológica de estos seres espirituales dista mucho del diablo católico -no representan, de ninguna manera, el mal absoluto que, por otra parte, no existe para estas religiones. El de San La Muerte es un caso similar: la imagen de un esqueleto portando una guadaña y una larga capa negra genera miedo en quienes que no comprenden esta devoción. San la Muerte, a pesar de su imagen espectral, es apenas otro ser espiritual poderoso al que se recurre como parte del panteón del catolicismo popular argentino, de la misma manera que al Gauchito Gil, Gilda, Ceferino Namuncurá y otras devociones creadas o reformuladas por el pueblo.
– La veneración a San La Muerte no es equivalente a venerar la muerte. Sus devotos antropomorfizan a “la muerte” no como algo opuesto a “la vida” sino que lo conciben como «el más justo de los santos» que termina «llevando ante Dios» a ricos y pobres indistintamente. Es decir, es un “santo” que intermedia ante Dios a la hora de morir y que antes de este momento, ayuda a sus devotos en su vida cotidiana.
– La Umbanda es una de las religiones afro que se practican en nuestro territorio, pero no es la única. También se practica el Batuque, la Quimbanda y el Candomblé -todos de origen afrobrasilero- así como la Santería y el Palo Mayombe cubanos, y más recientemente la Religión Tradicional Yòrubá y el culto a Ifá, de origen netamente africano. Por desconocer esta compleja segmentación, los devotos de estas religiones son mal llamados por los medios como “los umbanda”. La posible denominación que elude las valoraciones negativas sería (de no conocerse con precisión la religión) la de “religiones afro” o simplemente “afroumbandistas”.
– Otra cuestión que parece obvia pero que es necesario mencionar debido a la frecuencia con que sucede es la sobre-generalización. Los medios informativos hacen de un caso trágico, específico e idiosincrático algo propio de un colectivo religioso: si un devoto de San la Muerte roba significa que todos los devotos son ladrones, si un umbandista resulta ser narcotraficante entonces las ceremonias umbandistas son concebidas como fiestas en donde abundan la droga y la bebida. Es necesario pensar en los casos apenas como manifestaciones particulares para no caer en sobre-generalizaciones que sólo aportan confusión en la audiencia y estigmatización en los devotos.
– Por último, pero quizás el error más reiterado, es la vinculación espuria entre los casos delictivos y la religión. La gran mayoría de los casos que aparecen en los diarios y en la televisión son casos de “portación de imágenes”: si la policía allana una vivienda y encuentra armas, drogas y una imagen del Gauchito Gil, entonces se refieren a los delincuentes como “la banda del Gauchito”; si la policía detiene a un hombre que asesinó a su mujer y era pastor pentecostal, entonces lo llaman “el pastor asesino”; si una joven es hallada asesinada y la madre de uno de los acusados tiene un templo umbandista, entonces comienzan a buscar “la pista umbanda”. Los medios terminan estableciendo una “caza de brujas” en donde profesar una religión no sólo se transforma en un estigma social que hace difícil la vida cotidiana, sino que convierte a la persona en posible culpable de cualquier delito.
El lugar de los medios de comunicación en la criminalización de las religiones
Al menos desde principios del siglo pasado encontramos en los medios de comunicación manifestaciones mágico-religiosas que han sufrido una fuerte regulación tanto estatal como social. Sucede que estas manifestaciones no respetan las divisiones que se establecen en una sociedad secularizada (tal como pensamos idealmente a la nuestra) entre “medicina”, “magia” y “religión”. No sólo la supuesta “matriz cultural católica” sino también la imagen ideal que tenemos de nosotros mismos como argentinos “modernos, europeos y racionales” dan lugar a este tipo de regulaciones, y la consecuente estigmatización, por parte de los medios de comunicación y, simultáneamente, por parte de la sociedad en general.
Las cosmovisiones que no respetan el lugar hegemónico de la medicina, la psicología o de la religión (dominante, secularizada) son perseguidas y sancionadas: intervenir sobre la salud por fuera de la medicina institucionalizada conlleva la calificación de “chanta”, buscar respuestas espirituales a los problemas emocionales o anímicos que se supone atañen a la psicología son prueba o sospecha de «locura» o «desvarío» y desear explicar el “mundo espiritual” por fuera de las religiones canónicas implica, frecuentemente, ser etiquetado como “demoníaco” o “satánico”.
Salirse del canon establecido por las narrativas hegemónicas implica casi siempre algún tipo de condena social: el aislamiento, la persecución, la estigmatización y la criminalización son algunas de las sanciones que los miles de devotos de estas religiones y devociones populares sufren a diario.
Los medios de comunicación cumplen un rol central en la construcción de la realidad social. Son depositarios del conocimiento colectivo sobre determinados temas de interés social, señalan cuáles son las cuestiones importantes que acontecen en el país y funcionan como custodios de valores, normas y discursos hegemónicos dentro de la sociedad. Éstos medios masivos de comunicación, en especial los programas informativos y los periódicos, “construyen realidad” realimentándose en un ida y vuelta con sus audiencias. Pero este proceso de interacción entre medios y audiencia termina construyendo una “realidad pública” ajustada sólo a los actores hegemónicos: ya que reproducen prejuicios, naturalizan desigualdades y estigmatizan grupos sociales a través de un discurso auto-justificante y auto-legitimante. De esta manera, los medios de comunicación actualmente funcionan como un eje fundamental de la estigmatización de las religiones y devociones populares.