Por Patricio Valenzuela.-

La interminable cadena de involucrados en la trama de corrupción, que aún no termina de manar de las cloacas; fue –cual Boa constrictor– cercando lenta e inexorablemente a Palacio, hasta ahogar el propio círculo íntimo de la presidenta Bachelet.

¿Qué se podía hacer ante hechos tan sorpresivos e inesperados que el destino le ponía por delante, si hasta el propio director de impuestos internos (M. Jorrat, puesto y ratificado allí para contener las querellas del ministerio público) estaba también involucrado y –por tanto– desplegar honestamente su tarea, le llevaría a la aberración jurídica de tener que querellarse contra sí mismo?

Toda esta nueva situación parecía una pesadilla de las que no se quiere despertar. La retroexcavadora, no la de Quintana sino la de la verdad, había arrasado descubriendo hasta el meollo el secreto más prohibido del Duopolio: los mecanismos ocultos de esta simbiosis fraudulenta entre empresarios y políticos; (forma obligada de escamotear la democracia proporcional), necesaria para hacer funcionar tal modelo agotado –acosado por la presión social– cuyo funcionamiento solo podía mantenerse con el recurso a la compra/venta de políticos por parte de los dueños de Chile (los empresarios), que por distintos artilugios de prestidigitación (“boletas falsas” descontadas de impuestos) efectuaban la “operación” a través de sofisticadas triangulaciones de dineros contra boletas y/o facturas pero, con cargo al descuento tributario, –en otras palabras los políticos eran financiados por esas tortuosas vías–, con dineros de todos los chilenos.

Bien pensado era la paradoja de un juego circular y masoquístico, en que los propios imponentes –a través de estas formas de elusión– disminuye el quantum del patrimonio público total, por lo cual todos los chilenos, indirectamente, pagamos a los políticos neoliberales para mantener el tinglado de un modelo nefasto para todo el país, basado además en la preservación de sus propios explotadores y suplantadores políticos; en su derecho de participar en las decisiones respecto a los destinos de su País, que es un ejercicio soberano que nos pertenece a todos.

Este asalto por sorpresa, echó por tierra un plan estratégico cuidadosa y maquiavélicamente fraguado, destinado a desactivar, dividir, confundir y retrogradar la dinámica que habían alcanzado los movimientos sociales y el movimiento estudiantil; tomando sus demandas y presentándolas en su programa de reformas para –en la práctica– entregarlas a las cocinas de los dueños del modelo y de Chile.

Este “ropaje” estaba logrando todo el éxito relativo que podía esgrimir el gatopardismo clásico. Y este fue el que quedó desbaratado, con la sorpresiva corruptela –empujada en pelotas– a plena luz del día.

Es por eso que Bachelet, con un volcán de encontrados sentimientos entre los que se entremezclan la rabia, la indignación maternal, la frustración política y el dolor, tuvo que reconocer el fracaso de su plan y –frente al dilema de los caminos alternativos que se presentaban ante ella– el de hacer verdaderas reformas estructurales apoyándose en el pueblo, o la huída hacia los meandros del neoliberalismo más ultra conservador, y así tirar la pesada carga de su careta progresista/reformista, como vemos, decidió este último camino abominando la trágica contingencia casual que echó por la borda éste –que fue su corto primer tiempo– compelida ahora a iniciar el segundo, que la precipita anticipadamente al encuentro con su verdadero perfil, intrínsecamente neoliberal, cosa que lograba disimular profitando de su carisma, ante los ojos del gran público que siempre la juzgó desde una perspectiva más emocional que política

Tampoco tuvo un gran efecto el informe Engel (comisión anti- corrupción), ni las 14 reformas administrativas y los 16 proyectos de ley, para intentar una pinceladita dorada al enmohecido modelo, porque cualquier maquillaje ya no se condice con el avance en la conciencia y en la acción práctica que propone y exige el mundo social; el término definitivo del modelo neoliberal que nos agobia hace ya 40 años.

Es por eso que los cambios de sus ministerios claves denotan claramente un giro a la derecha y no un giro “hacia Chile” como dijo cínicamente el actual vocero Díaz, con esas ilusas generalizaciones, como si las “reformas estructurales” prometidas y el término de este modelo diera lo mismo para todos, ignorando o queriendo subsumir en esta frasecita el profundo antagonismo de intereses donde, lo que es bueno para las grandes mayorías del pueblo de Chile, es malo para los grandes empresarios que quisieran eternizar el modelo de entrega de nuestros recursos y neocolonialismo político de nuestro país.

Así, el cambio constitucional, la reforma tributaria real –no cocinada– y el término real del Binominal (sin letra chica), diese lo mismo para todos y también las crasas diferencias sociales consubstancial al modelo, y la apropiación de la riqueza, por unos cuantos holdings, que todos conocemos.

Sin embargo, si algún beneficio tiene la contingencia reciente, es la clarificación de los personajes y la muestra clara de sus rostros sin mistificaciones. Lo que tendría que tener como consecuencia precipitar la unidad de un frente unido del mundo social, absolutamente autónomo, excluyendo de hecho a aquellos que ya dieron el paso hacia el Titanic neoliberal.

Y si somos capaces de construir dicha unidad, estaremos comenzando a recuperar la dinámica anterior del mundo social autónomo que deberá constituir la futura fuerza– que un día no lejano– cumplirá la profecía de un hombre consecuente, que vaticinara que un día se abrirían las Grandes Alamedas por donde todos: el pueblo, los trabajadores, los estudiantes transitarán felices por las calles de un nuevo pueblo liberado, solidario y humano.

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