¿Cómo podemos trabajar hoy por la paz? ¿cómo podemos dejar atrás la carga y el sufrimiento de la historia para construir con confianza un futuro de paz?
Milena Rampoldi de la asociación ProMosaik conversó sobre éstas y otras cuestiones con Luz Jahnen. Luz Jahnen ha llevado a cabo un estudio sobre el tema de la venganza como elemento fundamental de nuestra cultura occidental, y la reconciliación como una forma de superar dicha venganza. Él ha logrado compaginar este análisis y sus experiencias personales en un taller que se está desarrollando en diferentes países.
Milena Rampoldi: Me parece una propuesta muy interesante, en especial para Medio Oriente, esta cuestión de ni perdonar ni olvidar. ¿Podría explicarnos más para nuestros lector@s?
Luz Jahnen: Me gustaría responder a esta pregunta independientemente de los diversos conflictos en el Medio Oriente. En general nos faltan apoyos para resolver conflictos. La cultura humana, en particular la cultura occidental, carece de una cultura de superación de conflictos. Yo iría aún más lejos para afirmar: a la humanidad y a los seres humanos individuales, nos está faltando una comprensión más profunda de nuestros conflictos y, por lo tanto, también profundizar en nuestra violencia. Solo con una comprensión del fundamento se puede allanar el camino para la superación de conflictos y, en particular, para superar la violencia creciente.
Una forma bastante mecánica de tratar los conflictos, con algo que me ha causado sufrimiento y dolor, es el olvido; desde el “no querer ver” hasta reprimir y negar. De esa forma creemos que evitamos el dolor que nuestra conciencia experimentó en un momento.
Mencionemos, por ejemplo, a los muchos soldados y combatientes que vuelven de las guerras con la esperanza de reintegrarse a una vida cotidiana «normal» en la familia, en el trabajo, etc. Vuelven y callan, en un intento de borrar lo horripilante, la brutalidad, para olvidar su propio miedo – produciendo una mutilación emocional, la deformación de su comportamiento, que termina afectando precisamente a los ámbitos de la familia y de las relaciones en donde pretendía encontrar su felicidad.
¿Por qué no funciona esta estrategia del olvido? Es obvio: el sufrimiento, ese dolor que hemos experimentado o que hemos infligido a otros, ya no está allí en donde ocurrió, no está en el «enemigo» o en «algún lugar » del pasado, sino que está en nuestra memoria. Es decir que ¡está pasando ahora mismo! Y mientras permanezca en nuestra memoria con ese tamaño y ese dolor monstruosos, no va a haber ninguna paz interior, no va a haber paz con el «enemigo», no importa cuánto intentemos olvidar. Nuestro comportamiento y todos aquellas relaciones que tenemos van a verse afectadas e influidas por el.
Esto que es válido para los individuos en relación a sus recuerdos, lo es también para un pueblo, una nación o grupo. También se intenta socialmente ocultar, se trata de olvidar la violencia y el sufrimiento que se genera a los oponentes. Una vida conjunta y en paz, digna de llamarse «reconciliada», solo puede ser construida si no se usan ni el olvido ni el silencio. Los psicólogos y los investigadores de genocidios son testigos de eso; y los conflictos reprimidos en casi todos los países del planeta y también nuestra propia experiencia personal en nuestras familias y vida de relación hablan un lenguaje muy claro que desgraciadamente todavía no parece entenderse.
Otra forma similar y también ineficaz de tratar con el conflicto es el perdón. El perdón de una culpa es aparentemente un acto generoso y positivo según antiguas tradiciones culturales y religiosas. Pero mirado más de cerca se asemeja a la generosidad de los ricos cuando dan limosna a los pobres. Esto ocurre desde una situación ventajosa de uno de los lados, de una falsa superioridad moral, una posición elevada que degrada a los que están enfrente e incluso los avergüenza. De esta manera tampoco es posible construir la paz ni alcanzar la reconciliación porque impide una convivencia desde una paridad e igualdad de derechos.
Paz y reconciliación no son ciertamente las imágenes de los políticos que se dan la mano sonriendo con muecas distorsionadas delante de un montón de fotógrafos, cuando en realidad ya han encargado las armas último modelo para la próxima guerra con los millones o miles de millones que los otros países le han prometido para comprar esta paz. Mientras tanto en la trastienda, los estrategas de ambas partes hacen planes para sacar la máxima ventaja de la situación reinterpretando los contratos.
Pero también en lo personal la reconciliación no comienza con un abrazo al enemigo.
La paz y la reconciliación comienzan en la persona que empieza por comprender los conflictos a su alrededor y los conflictos en su interior. La persona empieza a entender las causas, los factores determinantes del dolor y la violencia acontecida. La persona logra evitar tomar rápidamente una posición desde la furia y la venganza, y quiere entender cómo fue posible que ocurriera aquello. Lograr resistir el poder compulsivo de la venganza significa resistir un impulso primitivo del paleolítico que tiene aún mucha fuerza en nosotros.
Con esto quiero decir que la paz y la reconciliación son, en primer lugar, un proceso INTERNO de reflexión, de comprensión y de integración. Desde allí, no está muy lejos el comprender que la mecánica interminable de la violencia vindicativa no puede nunca llevar a la paz. Este es el punto de partida para superar la violencia, ya sea en el Oriente Medio o en otra parte. No empieza en ningún otro lado sino en mí mismo.
Con mi respuesta a la pregunta sobre el concepto de: “ni olvido ni perdón” me estoy refiriendo a la afirmación del pensador y místico sudamericano Mario Rodríguez Cobos -SILO- en una memorable charla del año 2007 que me parece fundamental e inspirador para tratar este tema.
¿En qué se basa este concepto cultural fundamental de la venganza?
La venganza es un elemento central del fenómeno de la violencia humana. Y vale la pena, creo yo, cualquier esfuerzo para comprender mejor este fenómeno si queremos superar verdaderamente nuestros conflictos y la violencia. Estoy hablando sobre la respuesta que nosotros damos generalmente, ya sea de forma sutil o directa, cuando nos sentimos heridos. «Agredidos» no sólo en el sentido físico, sino «heridos» en algo con lo que nos identificamos, en lo que siento que me pertenece: esto es por supuesto mi cuerpo, pero también «mis» hijos, «mi» familia, «mi» casa, «mi» tribu o pueblo o estado, «mis» creencias, «mi» religión, «mi» coche o incluso «mi» equipo de fútbol…
Si movidos por la curiosidad, quisiéramos remontarnos en la evolución de la historia para explorar de dónde viene este comportamiento, nos encontraríamos con un ser humano en constante lucha por la supervivencia, debiendo responder de forma refleja e instantánea a cualquier amenaza a su cuerpo, a su grupo o a su tribu para defender su vida, su alimento y sus escasas pero vitales posesiones.
Más aún, equipado con su memoria asombrosa, estos seres humanos se ven obligados a actuar y a elaborar un plan para tomar medidas contra los ataques y violaciones en un momento posterior y diferido, para castigar y vengarse de los competidores en la lucha por la supervivencia. Al ‘enemigo’, debe quedarle claro que él es fuerte o quizás incluso que tiene superioridad. Sólo entonces, se restaura el “respeto”, el miedo que el otro tiene, evitando así las incursiones y ataques futuros. En esto radica el origen de la desafortunada cultura de «honor», de orgullo y «respeto «, fuente de innumerables conflictos y guerras hasta la actualidad.
En pocas palabras, en la venganza nos encontramos sobre todo con un mecanismo de supervivencia primitiva de nuestra conciencia.Y parte de este mecanismo es negar lo humano, negar cualquier similitud con el que se tenga enfrente, con el “enemigo”. Esto sucede de forma refleja: el agresor malvado, el enemigo, se convierte en el objetivo de mi furia, en un objeto. El no es como yo, «no es una persona». Esta reducción de la persona a una cosa, un objeto, facilita la forma de castigo, la muerte, la destrucción y evita una de las grandes capacidades humanas: sentir compasión por el otro. Por eso el vengador responde con gran enojo -incluso en su entorno más cercano – a quien le recuerde que el otro, el «enemigo», es un ser de la misma especie.
Hoy, sin embargo, en este momento histórico en el que la humanidad convive estrechamente, se ha fusionado y está inextricablemente entrelazada, este mecanismo se ha convertido en algo no solo y totalmente inútil, sino que ademas representa el peligro más grande y permanente de nuestro desarrollo común. El gran avance tecnológico que la humanidad ha alcanzado – que dio lugar a la revolución de la comunicación, la medicina, la producción, el transporte, y también al desarrollo de las armas más refinadas y terribles – contrasta marcadamente con la falta de desarrollo a nivel humano. Aquí veo el reto más grande y más urgente de nuestro tiempo de convivencia actual: superar la venganza.
Pero, en el camino para enfrentar este reto, nos encontramos con otro gran obstáculo.
Y aquí, creo que tocamos un punto central en el conflicto de Medio Oriente: la civilización occidental, como cultura dominante e influyente del mundo de este momento histórico, tiene poco o nada que ofrecer cuando se trata de cuestiones de paz y reconciliación, cuando se trata de resolver conflictos. La venganza está profundamente arraigada en los cimientos de esta cultura y se expresa en todas sus formas, ya sean abiertas, sutiles o larvadas. Además todas las partes involucradas en el conflicto del Medio Oriente comparten el mismo fundamento cultural.
Aunque ellos difícilmente quieran reconocerlo, se trata de pueblos hermanos. En los tiempos de Hammurabi, unos 4.000 años atrás, cuando el hombre vivía medio nómada y medio sedentario, lo hacía organizado en tribus o en pequeños reinos. En la zona de los ríos Tigris y Eufrates surgió entonces un primer imperio que agrupó a diversas etnias, tribus, lenguas, religiones y costumbres. Hablamos de una época y una estructura donde se puede observar los inicios de la ciencia y el progreso tecnológico occidental. Para pacificar y hacer gobernable a este entramado – que en términos generales, podríamos llamar el primer estado moderno–, se inventó algo que hoy conocemos como legislación escrita y que damos por sentado. Muchas de las formas existente hasta entonces de venganza personal o tribal como respuesta a los conflictos, pasaron a ser sustituidas por un código universal y escrito de sanciones y de comportamiento. Este código es el Código de Hammurabi, una estela de diorita negra, cuyo texto es posible leer hoy en día en muchas traducciones.
En su momento probablemente significó un paso adelante porque intentó sustituir a las extensas formas de venganza de sangre, determinando criterios claros para las sanciones: si cortas a alguien una oreja, se te cortara a ti también una oreja… Al mismo tiempo -y esto es algo que en la consideración histórica se pasa fácilmente por alto- formas muy antiguas de resolución de conflictos (la venganza) fueron aquí adaptadas y perpetuadas en una nueva forma institucionalizada de la venganza. El estado como institución vengadora con palabras elevadas de justicia e igualdad, con su aparato «vengador» de la policía, los tribunales y las cárceles hacia adentro; y su aparato «vengador» de militares, de servicios de inteligencia y armamento hacia afuera. Eso es lo que hoy conocemos como una forma natural para organizarnos y solucionar aparentemente los conflictos.
Se podría discutir mucho todo esto con respecto a su futura proyección. Pero, lo que está claro es que que ya en estos primeros días de la cultura occidental, forjamos una cultura de resolución de conflictos que se olvida de los más fundamental: cómo hace el ser humano -siempre confrontado al conflicto por su situación de convivencia- para restablecer la paz interior, el equilibrio interno y la curación del daño sufrido, de sus «heridas». Este “error de construcción”, por llamarlo así, hoy se ha vuelto en obstáculo doble y múltiple en el camino hacia esa paz y reconciliación tan urgentemente necesitadas. En el fondo, nos está faltando una cultura de reconciliación, de paz y salud interna. Y sin una cultura así, quedamos con las manos vacías en esta aceleración creciente de eventos enfrentados al peligro constante de confrontaciones explosivas en cualquier lugar.
Otra cosa, si realmente queremos entender de dónde venimos, sería hora de reconocer que estas tres expresiones de la espiritualidad humana que conocemos como el judaísmo, el cristianismo y el Islam nacieron en la misma zona geográfica y del mismo sustrato cultural. No es casualidad que estos tres hermanos histórico-culturales, que se han estado enfrentando de modo tan vehemente desde la antigüedad hasta el dia de hoy, están negando reconocer como seres humanos en condición de igualdad justamente a aquellos que provienen de su misma raíz histórica, su misma religión. El implacable castigo por supuesta justicia divina, la venganza en todas sus formas, cultivado a través de generaciones y llevado en las tradiciones de los pueblos hasta los rincones más recónditos de la convivencia familiar, se expresa en cultura de intransigencia y «victimismo».
Mientras no podamos superar el mantenimiento de este tipo de lucha prehistórico por la supervivencia -la venganza- no lograremos el progreso hacia una convivencia pacífica a la que tanto aspiramos desde hace tiempo.
¿Qué principales estrategias para la lucha contra la violencia cree usted que son importantes para el Medio Oriente?
Como sabe Ud. muy bien no soy un especialista declarado o autodeclarado del Oriente Medio y sus evidentes conflictos. En más de los 50 años que tengo ahora, las noticias casi diarias de los interminables conflictos, exclusión, bombardeos y terror de cualquier tipo, guerra, tortura, aparentes tratados de paz, pobreza, desesperanza, ira y el odio en el Medio Oriente me han acompañado como triste música de fondo a lo largo de mi vida. Pero para muchos más, para cientos de miles, millones personas esto ha sido su triste y opresiva realidad en la vida diaria.
Los líderes de las fuerzas políticas involucradas – a mi entender – provienen casi todos de ámbitos militares o de otros contextos violentos. ¿Cómo podrían surgir estrategias de paz real desde semejantes sectores?. Estamos hablando de los conflictos que afectan muy profundamente a la población, presionando a tomar posición, a dividirnos en amigos y enemigos. Presión para elegir un bando que prometa ventaja y un poco de seguridad para la propia vida. Y nos encontramos con fundamentalismos de todo tipo, más allá de toda razón y de toda misericordia, también con duros comerciantes de todo tipo y además con muchos países y sus intereses. Cuando miro a estos gremios, no veo ninguna razón para tener esperanza. Todo lo contrario. Y me gustaría saber por cuánto tiempo más las personas van a continuar eligiendo a estas agrupaciones que no ofrecen esperanza alguna ni futuro.
Y no sé si es más una esperanza mía que una estrategia. Me refiero a las madres y padres, a los jóvenes, que pueden llegar a conocer la libertad interior de la reflexión personal – tal vez en un momento de fracaso personal de sus antiguos conceptos – más allá de las creencias político-religiosas y los límites geográficos en los que nacieron. Así que yo asocio esperanza a la comprensión necesaria de que el futuro puede abrirse paso sólo y exclusivamente con la no violencia. Aún cuando miles de voces de cabezas cuadradas organizadas, de los aparatos de violencia y diferentes partidos griten ¡que ingenuidad!, Es la esperanza de madres y padres que no enseñan a la siguiente generación el deber de la venganza, sino que les transmiten y dan el ejemplo del sentido de la cohesión entre nuestra especie humana.
Es la esperanza para las generaciones futuras, para que todas las personas por igual puedan sentir el futuro cálido, feliz y abierto. He oído, leído y visto muchas veces que existen iniciativas personales y grupos más allá de su pertenencia, su nación, y su fe religiosa, que se conectan y se ayudan unos a otros. Mi esperanza brota de estos grupos y de esta gente sencilla. De ellos surgirá la necesidad de una cultura totalmente nueva que supere la violencia, la injusticia y los miedos que están profundamente arraigados.
Además, debemos seguir con conversaciones como ésta, con maestros, padres y jóvenes. Podemos y debemos alcanzar una comprensión más profunda de la violencia y revisar todas las tradiciones relacionadas con ella. Es aquí donde veo oportunidades y esperanzas; no en los discursos o en conferencias de los gremios que sonríen frente la cámara, con la pistola debajo de la mesa lista para disparar…
¿Cómo surge la reconciliación y por qué? ¿Cómo se puede trabajar?
La reconciliación surge de un profundo deseo de superar el dolor de la propia conciencia herida para recuperar la paz y el equilibrio perdido. Surge de un profundo deseo de una verdadera reorganización y reestructuración de mi vida y de la vida con otros. Pero también surge de un rechazo consciente de la violencia y de todos los impulsos que me piden venganza.
La reconciliación es ante todo una interacción personal conmigo mismo para entender el dolor, el sufrimiento y la violencia que yo mismo he sufrido; para entender lo que la ha desencadenado en mí y en los demás, que son gente como yo. No perdonar ni olvidar, sino hacer un acto reflexivo, casi meditativo, que requiere intención y propósito. Todo lo demás se dará como consecuencia.
Convendrá intercambiar sobre esta comprensión de la cultura y un equilibrio interno con aquellos que están cansados de esta violencia interminable. Valdría la pena hablar sobre esto con quienes se relacionan con las nuevas generaciones, con los niños, los jóvenes. Podrían surgir iniciativas y proyectos muy diversos.
En mi opinión, ésta sería la única via para erradicar las injusticias cementadas, y eliminar crecientemente el caldo de cultivo a los predicadores de la violencia de todos lados.
¿Cómo cree Ud. que se puede trabajar por la paz en el Medio Oriente?
Creo que se debe profundizar en este tema fundamental hasta alcanzar un rechazo sentido y fundamentado de la violencia. Es necesario comprender el fenómeno de la violencia en todas sus facetas, sus efectos y su origen histórico; hay formas de violencia físicas, económicas, raciales, psicológicas, religiosas. Hay que promocionar cada ejemplo, cada testimonio ya sea de un individuo o de un grupo, que logre superar la violencia y el odio. Sería de importancia – para aquellos que realmente estén buscando soluciones – cuestionar con ojo crítico las antiguas tradiciones de la venganza, las justificaciones de la violencia en la propia cultura, en su comunidad, su propio barrio, su propia familia, en sí mismo, e incluso llegar a buscarlas en las sagradas escrituras hasta ahora intocables. Tenemos por delante la tarea de crear un capítulo que todavía no ha sido escrito en la humanidad.
Una y otra vez necesitamos la búsqueda del diálogo muy personal, el intercambio de opiniones, la cooperación, la unión más allá de las aparentes fronteras étnicas, religiosas y nacionales, con aquellos de buena voluntad. Indispensable para promover el establecimiento de una nueva cultura es respetar la diversidad (¡no la violencia!) compartiendo el sueño común de una cultura humana universal. Es necesario dar apoyo a cada conversación, cada reunión, cada artículo, cada libro, cada conferencia o lección en este sentido. No podemos desanimarnos, aunque suframos reveses, no dejaremos de alzar la voz contra la violencia, para desenmascararla, descubrirla y exigir el derecho de una vida digna para todos.
¿Qué ha logrado con su importante trabajo y qué planes tiene para el futuro?
No hemos alcanzado mucho todavía pero sí al menos la claridad del camino que tenemos delante de nosotros. No parece mucho, pero tener una dirección clara tiene un gran significado en este mundo confuso, violento, explosivo y tan lleno de agitación. Para el futuro deseo lo que respondí en la pregunta anterior y, por lo tanto, agradezco mucho la oportunidad de nuestra conversación.
Traducción del alemán por Mariana García.