Marché sintiéndome parte de un decorado necesario para un mismo y viejo guion repetitivo de cada primero de mayo, llevando en mi caminar el desaliento infinito de saber, que nada de lo que sucedía allí, podría impactar definitivamente a esa cúpula política y económica.
Camino por una calle cualquiera previo al 1° de Mayo. Una inscripción en un muro dice: “En el día del trabajador, yo os saludo, esclavos”. Sigo mi camino y comienzo a percibir que de algún modo la frase me ha inquietado sin poder precisar por qué. Al parecer, es muy difícil escapar a una interpelación de esta naturaleza, sobre todo si cuando la leo me dirijo justamente a cumplir con labores asalariadas.
Al día siguiente, es decir el primero de Mayo, ya en pleno día del trabajador, leo los titulares de la prensa y uno de ellos dice: “CUT pide “mayor precisión” para la reforma laboral en antesala de marcha por el Día del Trabajo”. Nuevamente la frase del día anterior se presenta como rasguño brusco de una situación inquietantemente presente. Me pregunto: ¿a quién pide la CUT mayor precisión?, sigo leyendo la noticia y es la presidenta de la Central Unitaria de Trabajadores, Bárbara Figueroa quien aclara esto: ella indica que “el mensaje de la manifestación se dirige tanto al mundo empresarial como al Gobierno, al que pide mayores precisiones sobre el proyecto de la reforma laboral”. De pronto la cosa se revela con brutalidad: son los trabajadores los que piden ¿a sus dueños?, que les expliquen cuales son las condiciones en que ellos trabajarán. Entonces me digo que es la aceptación de esta forma de considerar la relación entre capital y trabajo, la que definitivamente no encaja.
No puedo dejar de recordar la película “Metrópolis” de Fritz Lang estrenada en 1927 cuyo guión, hay que decirlo, está inspirado en un escrito de Thea von Harbou, su pareja. Para los que no la han visto, el filme se desarrolla en el año 2026, en una ciudad-estado de enormes proporciones llamada Metrópolis. La sociedad se ha dividido en dos grupos antagónicos y complementarios: una élite de propietarios y pensadores, que viven en la superficie, viendo el mundo desde los grandes rascacielos y paisajes urbanos y una casta de trabajadores, que viven bajo la ciudad y que trabajan sin cesar para mantener el modo de vida de los de la superficie. ¿No es algo raro que podamos experimentar hoy, después de 88 años, la sensación de que ese argumento ha devenido en una insultante repetición? Digo insultante porque no es posible separar hoy a esta élite de bien alimentados políticos, supuestamente pensantes, amparando y protegiendo a una derecha dueña del capital, rebosante de privilegios, mediante un juego de mecanismos exactos y cómplices a los que llaman con desparpajo insolente “nuestra democracia”, que supone es el gobierno de todos, ¿se trata entonces de unos que piden y otros que dan?. Algo está definitivamente mal en todo esto.
Así y todo con la frase del muro aun golpeando en mi cabeza, marché sintiéndome parte de un decorado necesario para un mismo y viejo guion repetitivo de cada primero de mayo, llevando en mi caminar el desaliento infinito de saber, que nada de lo que sucedía allí, podría impactar definitivamente a esa cúpula política y económica, agraviante e indiferente “a la que se le pedía precisiones”.
Pronto comprendí que yo no estaba solo porque junto a mi marchaban viejos obreros, algunas madres trabajadoras con sus niños y grupos de muchachos que alzando el puño entonaban acordes de canciones llenas de nostalgia que hacían ondear banderas que se mecían con el eco de gloriosas consignas de lucha que pegaban en mi pecho, acompañando esos anhelos de justicia social, jamás cumplidos.
No pude dejar de considerar como tanta voluntad, riesgo, tragedia y esfuerzo movidas por genuinos impulsos, se han alejado por un túnel que nos ha traído a nuestra situación actual y a esta absurda negación y agotamiento de las posibilidades que se abrieron cuando también marchamos juntos para terminar con la dictadura.
La traición de algunos, ha sido de tal envergadura que nos ha anonadado y paralizado en la ambigüedad, porque hoy a la distancia de tantos años, todos secretamente nos preguntamos: ¿qué pasó con tanta buena gente que solidariamente luchó, más allá de sus intereses inmediatos, por un país que creímos necesario reconstruir en sus cimientos cuando nos rebelamos a la dictadura?
El rostro de María Inés Valencia, ex presa política en huelga de hambre en la catedral de Rancagua me interpela con sus ojos de noche incomprendida, recordándome a todos aquellos que eligieron poner su vida al servicio de una causa que creyeron justa. Se reaparecen ante mí, los ideales de ese viejo militante, que aún hoy sin pensar en éxitos, mantiene en pie su orgullo combativo sin que sea escuchado, pese a haber votado y puesto a sus compañeros en cargos de “representación popular” para que llevaran su voz al parlamento y que olvidados de todo, guardan silencio frente a tanta injusticia y corrupción.
Ya tarde, vuelvo a pasar por las calles que recorrimos en la marcha, ahora veo en ellas a un pequeño ejército de trabajadores municipales, barriendo con la misma paciencia infinita de generaciones, los papeles y volantes con eslóganes incendiarios como una cruel señal de una izquierda desmembrada por una revolución que no ha sido y de una alegría largamente postergada.
Desde luego, tengo mucho desconocimiento, para comprender cómo es que con semejantes antecedentes históricos, puede sostenerse esta situación en el futuro inmediato. Lo que si se, es que nada cambiará, puesto que toda nuestra institucionalidad está destinada a proteccionismos y dirigismos encubiertos que de pronto abren determinadas válvulas, allí donde se sienten dominando una situación, y cierran otras en caso contrario. Aquí se inscribe sin duda el llamado “proceso constituyente” recién anunciado, que aleja engañosamente la posibilidad de una Asamblea Constituyente.
Tratándose pues de intenciones y de intereses, el de los trabajadores y el de ellos, tampoco tenemos por qué suponer que los sectores que detentan el bienestar estén preocupados por superar las dificultades de otros menos favorecidos. La explicación que se nos da respecto a que siempre hubo grandes diferencias económicas entre unos pocos y las mayorías y que, no obstante esto las sociedades han progresado, me parece insuficiente y es necesario reconocer a quienes intentan mantener este estado de cosas, mediante el subterfugio de la “estabilidad”, porque sin duda se trata de una mentira que ya no se sostiene.
La Historia nos enseña que los pueblos avanzaron reclamando sus derechos frente a los poderes establecidos. Hoy es menester rescatar el valor humano y reanimar ideales en una dirección posible. A los humanistas, indiferentemente de nuestras posiciones partidarias, nos repugnan todas las formas de violencia física, económica, racial, religiosa, sexual e ideológica y toda forma de discriminación, manifiesta o larvada que hoy parece campear en nuestra vida social.
Ha llegado hoy un tiempo que separa a los humanistas de los antihumanistas. Los humanistas ponemos por delante la cuestión del trabajo frente al gran capital; la cuestión de la democracia real frente a la democracia formal; la cuestión de la descentralización frente a la centralización; la cuestión de la antidiscriminación frente a la discriminación; la cuestión de la libertad frente a la opresión; la cuestión del sentido de la vida frente a la resignación, la complicidad y el absurdo y es por esto, porque creemos en la libertad de elección que poseemos una ética valedera, y podemos distinguir entre el error y la mala fe.
Recién ahora la respuesta a la inscripción en el muro se me presenta con fuerza, como guía de dirección posible: “ni dios, ni amo, ni estado soberano”. Ahora puedo transformar esta inscripción diciendo: “en el día del trabajador, saludo a quienes llevan en su corazón, el sentimiento irrenunciable de libertad futura”.