El pasado martes Bachelet se perdió una linda oportunidad de hacer un verdadero sahumerio democrático, ese exorcismo de Pinochet que tanta falta hace o, dicho de otra forma, era la ocasión de encender el espantacucos capaz de disolver para siempre los fantasmas de la dictadura.
Toda la arquitectura política y económica de la transición reposa en dos grandes vigas maestras: La constitución pinochetista maquillada por Lagos y las fraudulentas privatizaciones de las empresas públicas ocurrida en los años 80.
No es casualidad que en el aluvión de boletas truchas estén involucrados dos de los grupos económicos protagonistas de las privatizaciones y, por tanto, autores confesos del saqueo realizado durante la Dictadura. Un saqueo que una comisión investigadora de la cámara de Diputados calculó en US$ 6.000 millones de dólares anualizados al 2004.
Con tamaño botín, el “poder de compra” o de captura que tuvo la derecha económica fue mayúsculo y explica muy bien el comportamiento de muchos “compañeros” que no tuvieron reparo alguno en mendigar unas cuantas chauchas a los hijos y herederos de la Dictadura.
Por otro lado, quizás la escena que mejor retrata esta transición sea la ocurrida el pasado 11 de Marzo de 2014, una escena trágica aunque muy simbólica y que pasó desapercibida para moros y cristianos. Ese día, la Presidenta del Senado, Isabel Allende, hija del Presidente inmolado en La Moneda bombardeada por Pinochet, le dijo a Michelle Bachelet, Presidenta electa e hija de un General que murió mientras estaba detenido por el Dictador, “¿Juráis o prometéis guardar y hacer cumplir la Constitución y las leyes de la República?”.
Es demasiado fuerte el peso simbólico de lo que ocurrió en ese instante: que la hija del Presidente Salvador Allende la haya preguntado a la hija del fallecido General Bachelet si juraba o prometía guardar la Constitución pinochetista, la obra maestra del dictador, y que Bachelet haya respondido afirmativamente en medio de la ovación del Congreso Pleno, incluyendo los diputados comunistas, muestra cómo la historia sigue derroteros imposibles de imaginar. Ni aún Jaime Guzmán pudo haber previsto una escena como esa cuando discutía con Ortúzar la arquitectura institucional que tendría la sociedad que modelaban con perversa inteligencia.
Por tales razones, el pasado martes Bachelet se perdió una linda oportunidad de hacer un verdadero sahumerio democrático, ese exorcismo de Pinochet que tanta falta hace o, dicho de otra forma, era la ocasión de encender el espantacucos capaz de disolver para siempre los fantasmas de la dictadura que aún merodean por toda nuestra sociedad.
Las imprescindibles medidas anticorrupción que debían estar en los anuncios presidenciales eran dos: La revisión de las privatizaciones truchas de los años 80 con las correspondientes sanciones para los Délano, Lavín, Ponce Lerou y demás secuaces; y, por otro lado, la reforma constitucional que permitiera llamar a un plebiscito para convocar a una Asamblea Constituyente.
Ninguna de estas dos medidas estuvo dentro de los anuncios presidenciales, por tanto los más grandes ladrones que ha conocido nuestro país seguirán mostrándose como exitosos empresarios y, en vez de una Asamblea Constituyente, tendremos un calendario de consultas a juntas de vecinos, reuniones ciudadanas y tecitos que no pinchan ni cortan, y que constituirán lo que Bachelet ha llamado pomposamente “Proceso Constituyente”, proceso que para la necesidad de una Asamblea Constituyente no es más que un verdadero Jurel tipo salmón, tan propio de nuestro país.