Se conmemoraron los 70 años del fin de la Segunda Guerra Mundial. El 2 de mayo de 1945 las tropas soviéticas entraron en Berlín, tomaron el Reichstag y marcaron, con ese gesto, las últimas horas de un conflicto que dejó más de 60 millones de muertes, desplazamientos poblacionales y un impresionante reguero de destrucción material y moral. Algunos politólogos, y científicos sociales destacan el uso del fenomenal avance tecnológico al servicio de la mayor perversión histórica hasta ese momento. Entonces, fin de esa guerra, pero no del nazismo, como se comprueba cotidianamente.
Existe una fotografía emblemática que eterniza el día. En el número 605, del 2 de mayo de 2015, Ñ, la Revista de Cultura del Diario Clarín, se reproduce esa imagen. El epígrafe cuenta que el nombre del fotógrafo, Yevgeni Jaldéi, se conoció públicamente recién a la caída de la URSS. Y aquí empiezan los «dicen». Dicen que al soldado que agita la bandera soviética en la cúspide del Parlamento alemán le han borrado varios relojes de sus muñecas, en obvia alusión a un presunto acto de pillaje. Y, para rematar, dicen que el humo de fondo fue agregado para darle más dramaticidad a las imágenes. Dice la revista que dicen.
Dicen, el ADN periodístico del Grupo empresarial, esta vez sólo para joder el festejo. Si hubiese sido el 7° de Caballería y los muchachos de John Wayne los que plantaban la bandera de las estrellas entre las piernas de Marlene Dietrich, no habría ningún dicen. Pero la bandera es roja y se le nota con nitidez la hoz y el martillo.
Ahora, ¿quiénes y en dónde, cuándo dicen? No importa, dicen.
Estoy en Buenos Aires, desayuno con medialunas porteñas y la radio encendida. El dial cae en Radio Mitre, el periodista a cargo se llama Marcelo Longobardi. Opina y está bien, es lo que nos corresponde hacer. Opinar, no mentir. Dice que va a comentar un proyecto de ley de un diputado oficialista de la Provincia de Buenos Aires. Es del ámbito educativo, la iniciativa digo, y noto que el colega, el periodista digo, no menciona el nombre del legislador. Ninguneo, se llama esa actitud en mi barrio. Pero vamos al asunto.
El proyecto del ignoto promueve que, además de la evaluación tradicional que hacen los docentes a los alumnos, puedan invertirse los términos y éstos opinen acerca de la calidad con que reciben las enseñanzas. Gran escándalo, fin de las jerarquías, se cae el sistema de convivencia civilizada, horror, el comunismo redivivo nos acecha, un fantasma recorre las aulas argentinas.
Pero no termina ahí el despropósito de estos igualitarios de morondanga. Se plantea la obligación de que en las aulas bonaerenses se enseñe al menos una lengua de pueblos originarios. Y entonces, con voz circunspecta y el tradicional «con todo respeto», Longobardi aclara que está bien, pero ya es una cuestión más demagógica y retórica que efectiva porque los pueblos originarios ya fueron, son cosas archivadas en el baúl de la historia y, por lo tanto, la propuesta no tiene relevancia.
Con la contundencia de un cachetazo ideológico, clasista y mercantil escucho que ese bloque ha sido auspiciado por «Té Cachamai» que, hasta donde mi poca sabiduría alcanza, no es un término sajón.