Los ecologistas de todo el mundo sueñan con ello: los cubanos lo han hecho. A lo largo de más de veinte años, la isla se ha convertido a la agricultura ecológica. Ahora tiene 400.000 granjas urbanas que producen 1,5 millones de toneladas de verduras sin pesticidas ni fertilizantes químicos. Un efecto secundario del embargo estadounidense y el aislamiento de Cuba tras el colapso de su hermano mayor soviético. Pero, a pesar de todo, una historia de éxito: esta conversión espontánea e improvisada genera puestos de trabajo, protege el medio ambiente y mejora la seguridad alimentaria de la isla.
1989. La caída del muro de Berlín. Dos años más tarde, el colapso del bloque soviético. Cuba pierde su principal proveedor de petróleo, de maquinaria agrícola, fertilizantes químicos y pesticidas. Con la desaparición de la Unión Soviética y los antiguos países del Este, que compraban sus productos a precios constantes, la isla también pierde jugosos mercados, particularmente del azúcar, que exportaba el 85% de su producción. Todos los ingredientes necesarios para sumir al país en el caos. Sobre todo porque el bloqueo de Estados Unidos aprieta. Para Cuba, es el comienzo de una nueva era, este “período especial en tiempos de paz” anunciado por Fidel Castro en 1992 y que tendrá una duración de cinco años, es decir, un período de grave crisis económica: el producto bruto interno (PBI) cae en un 35%, el comercio exterior en un 75%, el poder adquisitivo en 50% y la población sufre de desnutrición.
La necesidad lleva a la vurtud. Con el fin de satisfacer sus necesidades alimentarias, la población comienza el cultivo de frutas y verduras. “Los cubanos estaban hambrientos”, dice Nils Aguilar, director de la película Culturas en transición. “Son ellos los que, en un movimiento espontáneo, dieron el primer paso para ocupar las tierras.” Miles de jardines “organopónicos” floreciendo en pequeñas parcelas de tierra, en terrazas, entre las casas, en antiguos vertederos, en medio de terrenos baldíos, en todo pequeño lugar que estuviera disponible. Además de los cultivos, también se practicó la crianza de animales pequeños: gallinas, conejos, patos, cerdos. “Los principales actores del movimiento agroecológico son los propios agricultores”, dice Dorian Félix, un agrónomo especializado en agroecología tropical, en una misión en Cuba para la Asociación Tierra y Humanismo. “Ellos han experimentado estas prácticas, las han validado y difundido. Su movilización y la de la sociedad civil en su conjunto ha sido, y sigue siendo, muy importante.”
El auge de la agricultura urbana
Sobre la marcha, el gobierno comenzó una transición forzada. La producción de alimentos se convierte en un asunto de seguridad nacional. Desde la década de 1990, la atención se centra en la producción local, utilizando los recursos locales para el consumo local. El Estado distribuye tierras a todo el que quiera cultivar y desarrollar una agricultura alimentaria y orgánica: sin petróleo para el funcionamiento de los tractores, recurriendo a la tracción animal; sin fertilizantes químicos ni pesticidas, redescubriendo el abono, los insecticidas naturales y la lucha biológica.
“Esta es una verdadera revolución verde”, confirma Nils Aguilar. “En este país, todo el mundo está involucrado, ¡me sorprendí al escuchar a un taxista presumir de los logros de la agroecología! Cuba desarrolla una agricultura post-industrial y demuestra que estas técnicas pueden alimentar a la gente.” Hoy en día, la fuerza de trabajo agrícola se ha multiplicado por diez. Los ex militares, funcionarios y empleados se han convertido o reconvertido a la agricultura debido a que muchos de ellos eran campesinos antes. Cada escuela cultiva su jardín, las administraciones tienen su propio jardín, y ofrecen verduras a las cafeterías de los empleados.
Fenómeno sin precedentes, la agricultura urbana se ha desarrollado como en ningún otro lugar del mundo. La isla cuenta con cerca de 400.000 fincas urbanas, que cubren unas 70 000 hectáreas de tierras no utilizadas previamente, y producen más de 1,5 millones de toneladas de hortalizas. La Habana es capaz de proporcionar el 50% de las frutas y verduras orgánicas a sus 2,2 millones de habitantes, el resto es suministrado por las cooperativas de la periferia.
Revolución Verde en el Caribe
En 1994, las granjas estatales de producción se transformaron poco a poco en las cooperativas para proporcionar alimentos a los hospitales, escuelas, jardines de infancia. Como con el resto de la producción, se vendió libremente en el mercado. Académicos, investigadores, ingenieros agrónomos fueron incluidos para difundir las técnicas de la agroecología. Una red de tiendas venden semillas y herramientas de jardinería a precios bajos, proporcionando también asesoramiento de expertos a los clientes. Y en todas las ciudades del país se enseña la práctica de la agricultura ecológica en el campo. Mucho más que una simple transferencia de conocimiento tecnológico, se enseña el “producir por medio del aprendizaje, enseñar por medio de la producción y aprender mediante la enseñanza.”
El impacto de esta revolución verde es múltiple: la reducción de la contaminación del suelo, del aire y del agua, reciclaje de residuos, el aumento de la biodiversidad, la diversificación de la producción, la mejora de la seguridad alimentaria, la calidad de vida y la salud, la creación de empleo – especialmente para las mujeres, los jóvenes y los jubilados. También es una política menos centralizada la que entra en juego, dando más flexibilidad a las iniciativas autogestionadas individuales y colectivas. El lema dominante: “Descentralizar sin perder el control, centralizar sin matar la iniciativa.” En las ciudades, este principio ha ayudado a promover la producción en el barrio, por el barrio, para el barrio, fomentando la participación de miles de personas deseosas de unirse a la iniciativa.
Hacia la autonomía alimentaria
Hoy, Cuba produce para el consumo más del 70% de las frutas y verduras, lo que no les garantiza la autonomía total de alimentos, ya que todavía depende de las importaciones de arroz y carne, en particular. Pero, según los criterios de la ONU, “el país tiene un alto índice de desarrollo humano y una pequeña huella ecológica en el planeta.” Si las importaciones de alimentos tuvieran que parar mañana, los habitantes estarían en mucho menor riesgo que los de un país como Francia, que tiene solo unos pocos días de reservas en sus supermercados (según Ceser – Consejo Económicos, Social y Ambiental Ile-de-France -, la región dispone de cuatro días de reservas de alimentos).
Fue necesaria una crisis para que Cuba descubra las virtudes de la agroecología, la permacultura, la agroforestería o el silvopastoralismo. ¿Habrá conseguido la isla, entonces, su transición energética? Solo en parte. El consumo de petróleo se ha reiniciado en 1993 gracias a (¿o debido a?) la producción nacional y a la ayuda de Venezuela, que le proporciona cerca de 110 000 barriles de petróleo por día. Pero podemos apostar que el país ya no puede dar marcha atrás. Porque más allá de la revolución agrícola, las iniciativas individuales y colectivas han demostrado que los cubanos podían hacerse cargo de su destino. ¡Una verdadera revolución cultural!
Frédérique Basset