Seguramente, las elecciones en Grecia nos tuvieron entusiasmados. “Demasiada izquierda clásica”, objetó alguien. Ahora llegan las elecciones en España, una linda bofetada a la vieja política. “Se los compraran en cinco minutos”, dice el usual escéptico.
Personalmente, estoy contento cuando las buenas personas son elegidas y tratan de dar lo mejor de sí para cambiar el mundo en la manera que les parece más apropiada. Todas las buenas personas tienen mi apoyo incondicional.
No creo ser por ello un ingenuo buenote; soy lo suficientemente realista como para saber que los poderes actuales creen que pueden comprar a cualquiera y que, cuando sea necesario, pondrán en juego todos los medios legales e ilegales para hacerlo. También sé bien que los procesos históricos en movimiento tienen su propia dinámica, y que los pasos que hay que dar para cambiar la peligrosa dirección que están tomando los acontecimientos son muchos, urgentes y complejos.
Pero me estoy impacientando un poco con esos sabiondos, en nombre ora del purismo, ora del escepticismo, ora simplemente del pesimismo, degradan cualquier intento de cambio que los seres humanos tratan de hacer.
¿Quién quiere deshechar la esperanza, palpitante corazón del ser humano?
Vengan de donde vengan, aquellos que trabajan en contra de la esperanza de un cambio, de una evolución, solo quieren impedir (debido sus mezquinos intereses) el cambio necesario que ya está sucediendo en el corazón del ser humano. Y entre esos “mezquinos intereses” me gustaría insertar uno, muy sutil, que aflige a no poca gente de mi generación cuando en secreto dicen, en un rincón de su mente: “Si no lo hemos conseguido nosotros en nuestro tiempo, nadie lo conseguirá”.
No sabemos si el sistema de poder actual va a explotar, si logrará auto corregirse, si tendremos que soportar una grave crisis que nos obligará a repensar muchas de nuestras creencias, si, finalmente, las cosas cambian hacia esos ideales que ya algunas minorías están practicando. Ni siquiera sabemos si lograremos ver algo de ese cambio.
No tenemos a nuestra disposición ninguna bola de cristal.
Pero, eso sí, dentro mío y dentro de todos nosotros puedo encontrar y rescatar la esperanza luminosa que ha guiado siempre a los mejores proyectos y los mejores progresos: un anhelo de progreso, para mí y para todos mis semejantes, para este planeta azul que es mi casa, para los seres que me rodean y que me esperan en las lejanas espirales de la galaxia.
Un amigo mío me dijo una vez: “En algún lugar del mundo hay personas que simplemente están pensando en un mundo mejor, y tal vez, a su manera, simplemente rezan para que ese mundo se haga realidad; también necesitamos a esas personas”.
La buena gente, cuando se juntan, cuando reconocen y valoran la diversidad, cuando piensan colectivamente, cuando van más allá del aparente límite, cuando practican la no violencia en la consecución de sus objetivos, mueven montañas; y ninguna montaña parece realmente demasiado alta.