Por Elizabeth Vásquez y Ana Almeida.
El 21 de marzo de 2015, las putas volvimos a marchar por las calles de Quito por cuarta vez consecutiva; cada vez la convocatoria es mayor. Este año el debate nacional en torno a los derechos de las diversidades sexuales, los derechos sexuales y reproductivos, los datos de violencia de género, la lucha por la legalización del aborto en casos de violación, el cierre del Enipla y la apertura del Plan Familia y tantas otras disputas, han dado a la Marcha de las Putas de Ecuador una fuerza aún mayor.
La Marcha de las Putas nació en Canadá, en abril de 2011, a raíz de las declaraciones que diera el policía Michael Sanguinetti durante una conferencia sobre seguridad ciudadana en la Osgoode Hall LawSchool de Toronto. El policía aseguró que “las mujeres deben evitar vestirse como putas para no ser víctimas de violencia sexual”.
Así surgió The «Slutwalk»,como se denominó la primera marcha: como una denuncia pública de todas las formas de violencia que se ciernen sobre las mujeres y otras personas que ocupan los lugares sociales del femenino y de la transgresión sexual (personas trans y trabajadoras sexuales, por ejemplo), y de la estructura social e institucional que reproduce y justifica esa violencia. La propuesta ha recorrido, en años subsiguientes, más de 60 países, cobrando particular fuerza política en América Latina.
El fenómeno de la Marcha de las Putas podría definirse como una expresión contemporánea del feminismo que, entre sus características principales, hace una apropiación rebelde del espacio público a través de la denuncia visible, la insumisión estética – en particular la estética «puta» -, la celebración de la hiper feminidad y de todas las posibilidades de expresión genérica como positivas si son libremente escogidas. En su aspecto más llamativo, la Marcha hace una re apropiación de la palabra «puta»: ese insulto tan cotidiano y tan generalizado, dedicado exclusivamente a las mujeres y otras feminidades.
Las intenciones son varias: una es cuestionar el contenido del insulto y develar que se usa para descalificar cualquier acto de autonomía femenina (sobretodo en el ámbito sexual). Otra intención, desde esas ausencias del lenguaje que son tan poco inocentes como sus presencias, es cuestionar la cantidad de términos con que la autonomía y proactividad sexual de los hombres se nombra frente a la existencia escasa o probablemente nula de términos que nombren en positivo lo propio en las mujeres.
Si no hay palabras que nombren nuestro placer, dice una consigna de la Marcha, lo nombraremos con «p» de puta. Finalmente, una tercera intención de «la disputa del término puta» es robarle al patriarcado el privilegio de la enunciación, “porque puta siempre es ella; nunca yo, siempre una sentencia y nunca una asunción. Por eso nos robamos la sentencia, para afirmar que somos nosotras quienes nos juzgamos a nosotras mismas” (Manifiesto de la Marcha de las Putas Ecuador, 2012 – 2015).
En Quito, capital del Ecuador, la Marcha de las Putas se ha constituido en una plataforma permanente de pensamiento y acción feminista que convoca a mujeres, hombres y personas de diversa condición sexo-genérica alrededor de procesos de formación, cabildeo político en pro de políticas de igualdad, denuncia pública de la violencia de género y, por supuesto, la organización de la Marcha propiamente tal, como un evento anual.
El pasado 21 de marzo, por cuarto año consecutivo, nos dimos cita en nuestro ya tradicional punto de encuentro, el Arco del Parque El Ejido, y marchamos con todas las acepciones de puta que caben en la boca y en el cuerpo; en el grito colectivo, en el escote y en el cartel.
Bajo el lema «nuestra mejor venganza será la alegría», marchamos en grupos de «viejas putas», «putas marimachas», «gays emputados», «putas literales» (trabajadoras sexuales), «hombres del putas» o «traidores del patriarcado», «putas hormonadas», «monjas putas» y muchas más. Así llegamos finalmente a la Plaza Foch a disfrutar de las presentaciones artísticas feministas del «Festival Emputado 2015», que cerró la Marcha, unidas en un único bando de «todas putas, todas», desde el que luchamos por superar la trampa patriarcal que nos divide en «putas» y «decentes» con el solo fin de violentarnos a todas.