Perdón que empiece refiriéndome a la poesía y no a la economía, pero quisiera comenzar con un homenaje al poeta, al escritor, al narrador, al cronista de nuestra dolorida América. Un hombre que de cada pequeña anécdota podía escribir una línea, una página o un libro entero. Un hombre que nos cautivó con sus verdades de esta América profunda, con una inigualable capacidad de describir el dolor y la alegría, la injustica y la esperanza. Eduardo Galeano forma parte de la historia de América y forma parte de la historia de todos nosotros. Te saludamos Eduardo Galeano y nos comprometemos contigo a seguir intentando construir un mundo mejor.
Hace una semana me llamó Andrés pidiéndome presentar este libro. Como soy irresponsable… acepté. Y lo que parecía tarea titánica de acometer una complicada lectura (ya que no soy economista), se convirtió en el gusto de recorrer capítulos que, en un lenguaje fácil, pero sólido y fundamentado, me fue relatando el proceso de las élites económicas, su responsabilidad frente a las numerosas crisis que han provocado y su devenir hacia el capitalismo del siglo XXI. El libro me ha ayudado a comprender mejor ese proceso y francamente recomiendo su lectura, sobre todo a los legos en economía que quieren comprender cómo es que hemos llegado hasta esta dramática situación tan alejada del mundo que algún día soñamos. Pero sobre todo me ha parecido destacable que el libro no se queda en la descripción histórica, sino que propone un camino de salida a través de la Alternativa de la Democracia Económica. Me parece que está ahí la clave para salir de este verdadero atolladero al que nos ha llevado el modelo actual. Ojalá, entonces, este libro no sea solo un texto de lectura, sino que se transforme en una verdadera herramienta de acción en dirección a la construcción de la sociedad a la que todos aspiramos.
¡Cómo es que hemos llegado a este mundo en que el 0,01% de la población controla casi la mitad de los recursos del planeta! Un mundo, y un país, Chile, en el que unas pocas familias se quedan con todo, controlan las empresas, las finanzas, los recursos naturales, y cómo finalmente queda en evidencia la política; mientras tanto millones viven en la angustia de la necesidad diaria, sobreviviendo endeudados para educar a sus hijos y salud a sus padres, equilibrándose en la cornisa de la mal llamada clase media, mientras sueñan con no caer en el desempleo, en la incapacidad de pago o en la angustia del sinsentido.
Vivimos en un mundo desquiciado, en el que todo se mide en cifras macroeconómicas y nadie se recuerda de la calidad de vida, de la solidaridad, de la comunicación, de la soledad, de la vejez. La gente vive angustiada, con una permanente sensación de abuso, de indefensión y de que sus vidas van pasando sin ser jamás escuchados ni sentirse parte de esta supuesta sociedad del éxito.
Después de 30 años de crecimiento ininterrumpido, todavía vivimos en la trampa permanente de la espera por un futuro mejor que se va alejando como espejismo en el horizonte. Y mientras tanto, 7 familias se quedan con nuestra pesca, unas pocas multinacionales se roban el cobre, y otros inescrupulosos se aprovechan de una ley de aguas única en el mundo. Y nadie impide la instalación de Centrales contaminantes, chancheras inmundas, relaves venenosos. Y nos acostumbran a creer que la educación debe ser pagada como si ese fuera un paradigma indiscutible. Y nos obligan a cotizar en AFP, que solo existen para quedarse con los pocos recursos que tienen los trabajadores.
Trabajadores y empresarios productivos viven el drama de la falta de recursos, mientras el capital especulativo y la banca engrosan sus utilidades hasta cifras obscenas. Digámoslo de entrada: Así como damos la bienvenida al capital productivo, declaramos que está totalmente demás el capital especulativo, y se deberá poner el mayor de los esfuerzos en su control y posterior eliminación.
Cada vez que explota un escándalo de corrupción, tráfico de influencias y blanqueo de capitales, como los que estamos viendo en estos días, se confirma que quien manda no es el poder político radicado en los estados nacionales, sino el dinero, bajo la forma de capital financiero.
Hoy, ese capital financiero se ha multiplicado exponencialmente y puede circular a su antojo a través del planeta gracias a la tecnología. Tal vez el mayor logro del neoliberalismo ha sido validar ese sustrato animal aún vivo en cada uno de nosotros, que busca siempre optimizar los beneficios personales. De ahí a mercantilizar la totalidad de la vida, no hay más que un pequeño paso. Pero hoy ya sabemos cómo funciona ese mercado: aumenta la riqueza de los más ricos, que son siempre una ínfima minoría y mantiene las expectativas del resto a fuerza de escuálidos beneficios. Y cuando se producen crisis, quienes las sufren realmente son esas inmensas mayorías.
El Estado resistió durante más de 30 años tratando de darle racionalidad y algo de justicia a este proceso desaforado, pero hoy día el dique se ha roto. La tesis neoliberal del “Estado subsidiario” ha reducido su capacidad operativa a la mínima expresión. El mejor ejemplo de ese deterioro de la gestión pública es Chile, porque la instalación del nuevo paradigma se efectuó en dictadura con una radicalidad extrema. Pero además, éste es un país de catástrofes. Terremotos, maremotos, erupciones volcánicas, sequías, incendios, y ahora una inundación monstruosa en el norte del país que renueva la tragedia. Lo curioso es que en estas dolorosas circunstancias siempre es el Estado quien debe responder y se le exigen recursos y capacidad operativa con los que no cuenta, porque se los arrebató el “modelo de mercado”. El hecho de que aquella sea la zona que produce una enorme riqueza gracias a la minería del cobre, pero que hoy está en manos casi íntegramente de las grandes mineras trasnacionales, no hace más que evidenciar el grotesco contrasentido.
Los ricos se rehúsan a pagar impuestos con la justificación de que el Estado es ineficiente y corrupto. Por cierto, también colabora a reforzar esta pésima imagen del Estado la venalidad de los políticos, que hoy ha alcanzado dimensiones siderales. La crisis de credibilidad en las instituciones públicas es global y amenaza seriamente las bases de la democracia representativa.
Cuando las instituciones democráticas se derrumban y las fuerzas del mercado avanzan ya sin freno alguno, como los aluviones que destruyeron el norte de Chile, uno se pregunta si el ser humano estará en condiciones de dar una respuesta nueva antes del colapso del sistema.
Tenemos fundadas dudas sobre las respuestas de las élites frente al eventual colapso, pero anidamos la firme convicción de que en los pueblos primará la sensatez, restableciendo el contrato social en base a nuevas premisas que pongan al ser humano como centro.
Y en ese sentido, quiero terminar destacando del libro su Parte D: Democracia Económica para superar el Neoliberalismo.
Ante la creciente fragmentación de la clase media y la marginalización de las clases trabajadoras tradicionales, frente a las frecuentes crisis financieras y la creciente globalización de las élites, frente a la corrupción y los fracasos de una democracia representativa altamente distorsionada, Solimano propone una alternativa de Democracia Económica que revierta la captura de la sociedad por los grupos económicos en estrecha alianza con la clase política. Propone un nuevo contrato social en torno a seis puntos: (i) mayor participación laboral en las decisiones de las empresas, (ii) políticas económicas menos regresivas, (iii) distribución equitativa de la propiedad de activos financieros, productivos y comunales (iv) democratización en el uso del excedente generado por el trabajo en las grandes empresas, la banca y los recursos naturales , (v) mayor autonomía nacional para decidir sus propias políticas económicas y sociales y (vi) recuperación del sistema político afectado por la corrupción y los conflictos de interés, profundizando la democracia a nivel político, económico y territorial.
No puedo dejar de destacar la coincidencia de estas propuestas con la visión del Nuevo Humanismo al que adscribo. En el Documento Humanista, decimos:
“Para los humanistas existen como factores de la producción, el trabajo y el capital, y están demás la especulación y la usura. Hasta ahora se ha impuesto que la ganancia sea para el capital y el salario para el trabajador, justificando tal desequilibrio con el «riesgo» que asume la inversión… como si todo trabajador no arriesgara su presente y su futuro en los vaivenes de la desocupación y la crisis. Pero, además, está en juego la gestión y la decisión en el manejo de la empresa. La ganancia no destinada a la reinversión en la empresa, no dirigida a su expansión o diversificación, deriva hacia la especulación financiera. La ganancia que no crea nuevas fuentes de trabajo, deriva hacia la especulación financiera. Por consiguiente, la lucha de los trabajadores ha de dirigirse a obligar al capital a su máximo rendimiento productivo. Pero esto no podrá implementarse a menos que la gestión y dirección sean compartidas. De otro modo, ¿cómo se podría evitar el despido masivo, el cierre y el vaciamiento empresarial? Porque el gran daño está en la subinversión, la quiebra fraudulenta, el endeudamiento forzado y la fuga del capital, no en las ganancias que se puedan obtener como consecuencia del aumento en la productividad”. De aquí nuestra propuesta de la Empresa de Propiedad Participativa de los Trabajadores.
Y en cuanto a la representatividad. “Desde la época de la extensión del sufragio universal se pensó que existía un solo acto entre la elección y la conclusión del mandato de los representantes del pueblo. Pero a medida que ha transcurrido el tiempo se ha visto claramente que existe un primer acto mediante el cual muchos eligen a pocos y un segundo acto en el que estos pocos traicionan a los muchos, representando a intereses ajenos al mandato recibido. Ya ese mal se incuba en los partidos políticos reducidos a cúpulas separadas de las necesidades del pueblo. Ya hemos visto claramente como en la máquina partidaria, los grandes intereses financian candidatos y dictan las políticas que éstos deberán seguir. Todo esto evidencia una profunda crisis en el concepto y la implementación de la representatividad”. Se debe transformar la práctica de la representatividad dando la mayor importancia a la consulta popular, el plebiscito y la elección directa de candidatos. De ahí nuestra propuesta de pasar desde la Democracia Formal a una Democracia Real.
Finalmente, aunque escapa al tema del libro, quiero reafirmar que en el caso de Chile, el único camino que puede permitirnos salir de esta verdadera trampa en que vivimos desde hace 25 años, es darnos una nueva Constitución a través de una Asamblea Constituyente. No hay otra salida que poner en marcha ese proceso participativo, deliberativo, amplio, diverso, que permita a la ciudadanía volver a ser el protagonista de su futuro.
No quisiera alargarme más. Ya he abusado suficientemente de su paciencia y su tiempo.
Muchas gracias.
Santiago, 15 abril de 2015