Presentación preparada por Javier Tolcachier y Nelsy Lizarazo para el Panel «Consolidación de Nuestra América como Zona de Paz», realizado el pasado Viernes 24 de abril, convocados por el equipo argentino de Pressenza y apoyado por la Dirección de Relaciones Institucionales del Senado de la Nación ARgentina.
Buenos días a todos. En nombre de Pressenza, Agencia Internacional de Noticias de Paz y No Violencia, agradecemos a la Dirección de Relaciones Institucionales del Honorable Senado de la Nación Argentina por la oportunidad de realizar y participar de este panel.
La Paz es, en tanto salvaguarda de la vida humana, el primer derecho humano. Por tanto, aparece como uno de los objetivos primordiales en toda estrategia de acción y relación que tenga como valor y preocupación central al Ser humano. Como todo derecho y junto a otros derechos insustituibles, la paz no es un hecho dado. Es necesario conquistarla, construirla intencionalmente desde lo mejor de cada persona y de cada pueblo. Como todo derecho también, la paz no es un estado inamovible y definitivo. Es dinámica, está viva y necesita ser alimentada, cuidada, “apapachada” y consolidada con permanencia y evolutivamente.
Vale la pena recordar algunos hitos relevantes e históricamente recientes en el proceso de construcción de paz en nuestra región.
En 1963, a instancias del por entonces presidente de México Adolfo López Mateos, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador y México emitieron la Declaración Conjunta sobre Desnuclearización en América Latina, que sería el antecedente inmediato del esfuerzo regional que concluiría con la firma del Tratado de Tlatelolco en 1968. Este tratado, que permitió a América Latina y el Caribe alejar la amenaza del desarrollo o instalación de armamento nuclear en su suelo, sigue vigente en la actualidad y, hasta el momento, ha logrado sus objetivos.
Sin embargo, la sombra de la Guerra Fría, que en su momento generó la necesidad de declarar a Latinoamérica y el Caribe territorios libres de armas nucleares, continuó sobrevolando nuestra región, desatando la guerra represiva por todos conocida en los años 70 y 80. Por si fuera poco, la aventura militar de la decadente dictadura argentina en 1982 en un intento de salvarse a sí misma de su irremediable fin; la guerra contrarrevolucionaria que instigó Estados Unidos desde Honduras contra la revolución nicaragüense; la guerra del Cenepa, que condujo a enfrentamientos militares entre Ecuador y Perú en 1995, las invasiones norteamericanas de Granada y Panamá; la escalada de represión armada del ejército mejicano luego del levantamiento zapatista en Chiapas; la interminable ola de violencia que sufrió y sufre aún el pueblo colombiano por el enfrentamiento de sus facciones armadas; la asfixiante estela de muerte que sembró la desesperación hecha criminalidad a lo largo de todo Centroamérica y México; las peleas por el poder entre los señores haitianos de la guerra. Estos son algunos ejemplos de los retrocesos que sufrió el anhelo de alcanzar la Paz en esta región.
Y todo lo anterior sin mencionar algo que sería tema de otra conversación, tan importante como la que estamos llevando adelante: la violencia del hambre y la desigualdad; la de los femicidios y la violencia contra las mujeres; la del maltrato a los niños y niñas. Todas ellas, sin lugar a dudas, amenazas a la paz en nuestra región.
Volviendo al eje de esta intervención, es importante reconocer que pese a todo, miles de mujeres y hombres, en su valiente intento de liberar a la Humanidad de uno de sus mayores flagelos, no se desanimaron y continuaron su lucha por la consecución del derecho a la Paz.
Entre tantas iniciativas significativas, rescatamos aquella Marcha Mundial por la Paz y la No Violencia, que fuera impulsada desde el Movimiento Humanista y fue abrazada por una gran cantidad de personalidades, entre ellas la Presidenta Fernández de Kirchner, el presidente Correa, o el querido y recordado Eduardo Galeano, entre tantos otros. Esa marcha que, luego de recorrer todos los continentes, atravesó la región entera con cientos y cientos de actividades y que también marcó el nacimiento de nuestra agencia, constituyó posiblemente un canal para el vivo reclamo de los pueblos, de la base social, por su derecho a vivir sin violencia de ningún tipo.
Cualquier estudioso de política internacional bienintencionado puede informar de la estrecha relación existente en todos los conflictos bélicos entre éstos y los poderes fácticos que los utilizan o directamente los generan con objetivos mezquinos y alejados del bienestar general. Buena parte de esos poderes, suelen tener sus comandos de dirección centralizados en países alejados de la región en los que los conflictos se desarrollan.
Esta conciencia de la necesidad de salirle al paso a esos intereses de poder ha encontrado su lugar en un importante conjunto de ciudadanos latinoamericanos y ha logrado ocupar espacios representativos en la dirección política de los asuntos de la región. Desde allí, diversas figuras políticas, que han interpretado y encarnado esa necesidad, han convocado a crear espacios de diálogo y unidad.
En su momento, fueron un aporte en el avance en la construcción de paz el Grupo de Contadora y el subsiguiente Grupo de Lima, los que resultaron de utilidad en la facilitación de los acuerdos de Esquipulas I y II en Centroamérica. Posteriormente surgió el Grupo de Río, preludio de la conformación institucional de una integración más intensa en la región. Así se fueron constituyendo instancias como la Unasur, el Alba y más recientemente la Celac, como articulaciones regionales de signo soberano, dispuestas a construir y defender la Paz en la región.
De este modo, en su II Cumbre, sostenida en La Habana, la CELAC declara Zona de Paz a América Latina y el Caribe, expresando una intención permanente de solución pacífica de controversias, subrayando la no intervención, los principios de soberanía nacional y la libre determinación de los pueblos. Se destaca en esa proclama además el compromiso de fomentar las relaciones de amistad y de cooperación entre sí y con otras naciones.
Así, en el momento actual, esta nueva América, que va despertando de las cenizas de un mundo colonial y resistiendo los intereses neocoloniales, se va convirtiendo en vanguardia, en modelo de una cultura de paz, acercamiento y reciprocidad.
En ese contexto deben leerse y apoyarse los tremendos avances que se van generando en el proceso de paz y reconciliación en Colombia. En ese sentido, debe repudiarse la actitud prepotente de corte imperial de los EEUU hacia Venezuela y exigirse como señal la derogación del decreto ejecutivo que paradójicamente señala al país agredido como amenaza.
Es sin duda imprescindible además, que el gobierno agresor repare su error solicitando disculpas a la República Bolivariana, dejando además sin efecto las demás sanciones impuestas. En el mismo sentido, los recientes acercamientos diplomáticos hacia Cuba, sólo podrán ser considerados avances hacia la Paz, cuando superen el estadio publicitario de la retórica para convertirse en levantamiento del bloqueo unilateral y la retirada de Guantánamo.
A este respecto, para transformar la tensión y la violencia emergente de la desproporcionada fuerza militar norteamericana, es imprescindible que todo diálogo verdadero, tenga como precondición la disposición de ese país de avanzar hacia su desnuclearización total y el desmantelamiento de todas sus bases militares en territorio latinoamericano y caribeño.
En relación a ello, han sido muy oportunas las recientes declaraciones del secretario de Unasur, Ernesto Samper, quien se manifestó justamente en este sentido en los días previos a la reciente Cumbre de las Américas en ciudad de Panamá.
Nos parece este un buen momento para hacer un llamamiento a tomar este tema, el de la retirada de asentamientos militares extranjeros de la región como eje de una campaña latinoamericana de movimientos y gobiernos, comprendiendo que ésta puede ser la vía regional de desarmar la creciente escalada de tensión y conflicto que peligrosamente asoma sobre el mundo. Al menos, puede ser esta una señal de desalineamiento y desobediencia a la pretensión imperial de forzar un nuevo horizonte de bipolaridad.
En el mismo sentido, en tanto latinoamericanos comprometidos con la Paz, exhortamos a la recientemente creada Escuela de Defensa Sudamericana al desarrollo de una estrategia de defensa no violenta, que resulte del convencimiento de que un mundo sin armas no solo es posible y deseable sino imprescindible.
Por último, como miembro de Pressenza, agencia de noticias comprometida con la difusión de una óptica humanista de paz y no violencia, quisiera destacar que una clave esencial para consolidar la paz es fomentar la integración de los pueblos desde la base social y en todas las esferas del quehacer humano. Una integración únicamente institucional, desde los Estados y los gobiernos, sin un proceso fuerte de tejido denso y colorido desde nuestros pueblos, no será sostenible.
De ello, desde este trabajo que apunta a crear conciencia de la importancia de la integración regional aumentando la participación de la base social en este proceso integrador, destaca enormemente la función de la comunicación, que hoy, aún no ha sido recogida en la agenda de los organismos de integración. Seguramente, en los tiempos venideros, lograremos se corrija esta grave omisión.
Construyendo ese momento y promoviendo desde ya esta interrelación integradora, nuestra agencia forma parte del Foro de Comunicación para la Integración de Nuestra América, un colectivo conformado por más de 40 organizaciones de comunicación popular comprometidas con la integración y la democratización de las posibilidades de expresión de la diversidad humana hoy seriamente jaqueada por la posición monopólica de grandes conglomerados mediáticos.
Sintetizando entonces, creemos que la consolidación de la Paz, necesita imperiosamente de diversos actores, pero que en definitiva, los principales protagonistas somos los mismos habitantes de estas tierras, quienes desde nuestra más profunda necesidad, haremos brotar a la superficie social ese sueño que compartimos y por el que con intensidad y cariño pretendemos aportar: un mundo apto para el desarrollo de toda la Humanidad, sin excepciones, ni exclusiones, en definitiva, un mundo no violento.