Por Guillermo Garcés*

Hace algunas décadas atrás, cuando se decía que se había derrotado a la dictadura, en lo concreto, el triunfo fue de los autores intelectuales del golpe, quienes no podían avanzar, sin blanquear con una “democracia” su obra. Entregar el “poder político” a un sector que ya había renunciado a sus convicciones juveniles, y que con ese vacío de contenidos sociales y políticos, se renovaba aceptando el modelo neoliberal, no sólo como sistema económico sino que con todos sus “valores”, aspiraciones y procedimientos, no resultaba un inconveniente sino que un plus. Y una vez más acertaron. De este modo se justificó una Constitución Política a la medida del modelo económico y de un estilo de vida, que fue ganando su espacio en cabezas y corazones de los ciudadanos medios, y que arrojaba a la población popular, algunas frases mentirosas y migajas en forma de bonos.

Fue sepultada la dignidad, la solidaridad y el proyecto conjunto de País. En su reemplazo se instaló la competencia aspiracional, la segregación de clases en barrios inconexos, y la aceptación creciente de la frase del dictador: “hay que cuidar a los ricos”.

La derecha y la izquierda unida, profundizaron la privatización de todo lo que les permitiera hacer sus negocios, sus lumbreras en pocos años amasaron fortunas que los colocaron en las listas de los multimillonarios de la revista Forbes. Lo extraño es que la indignación pública ya no se movía por lo escabroso de esos “negocios”, sino que por el hecho de no estar ubicados justo allí para redituar personalmente de ello. Así sin parpadear, tuvimos a un presidente democrático que implemento una justicia en DDHH, “en la medida de lo posible”; uno siguiente, luchando para que no se juzgara al dictador en el extranjero y simultáneamente vendiendo los servicios básicos y alineando al país con los modelos del neoliberalismo trasnacional, un siguiente “estadista” que financia su campaña presidencial con fondos del Ministerio de Obras públicas y cuyo escándalo fue disuelto con acuerdos públicos (no en los detalles por cierto) con la derecha política, terminando su mandato ovacionado por los empresarios asistentes al evento de encuentro anual empresarial; finalmente, en estos días con una presidenta, que ve a su familia directa involucrada en negocios millonarios de especulación inmobiliaria y tráfico de influencias. En el mismo periodo el país soporta una línea periodística única sin contrapeso, con todos los medios masivos concentrados en manos de la derecha. Un Parlamento que en campaña promete compromisos con las necesidades ciudadanas, para luego informarnos con congoja, que no cuentan con ningún poder real para concretar sus promesas.

En la coyuntura actual, en que resulta difícil componer un análisis simple y comprensible de los elementos que han llevado los acontecimientos a este punto, y del que más bien sólo tenemos descripciones aisladas, tales como: una generación de estudiantes que desde 2006 lleva adelante un cuestionamiento del sistema y pone en marcha una movilización social masiva; un reagrupamiento de la izquierda y el centro político bajo un programa de reformas que declama ser pro igualdad, para retomar el poder del ejecutivo, que había perdido en el periodo anterior frente a la derecha por votación ciudadana. Y lo más impensado, observamos por televisión las caras incrédulas de los dueños del grupo financiero PENTA (financistas de la ultraderecha), ser formalizados y encarcelados preventivamente por fraude al Fisco; mientras empieza la investigación de la fiscalía sobre las actuaciones comerciales del Grupo SOQUIMICH (en manos de reconocidos Pinochetistas y según se prevé financistas de la “derecha e izquierda unida”). ¡Crisis política e institucional! Vocifera todo aquel que tiene un micrófono cerca y agrega que, el “Público” está indignado y que ya no tolera más esta situación. Las redes sociales se llenan de tuiters y memes catárticos en contra de los políticos.

Pero, ¿qué cambió?. Nada nuevo ha ocurrido, los negocios espurios y sus gestores son los mismos grupos económicos hoy que en las últimas décadas, los políticos son los mismos hoy que en las últimas décadas, los pobres que hoy viven con menos de 500 dólares al mes son al menos el 60 por ciento de los chilenos y son la misma proporción en las últimas décadas. Hoy se sigue hablando de “capital humano” en vez de trabajadores; se sigue hablando de “malas prácticas” en ves de delitos o corrupción; y suma y sigue. Pero entonces, ¿qué cambió? ¿Es qué algo cambió?

La hipocresía en la sociedad chilena, (como síntoma del triunfo de los valores promovidos por la oligarquía en el contexto de la Dictadura: militar, política, periodística, empresarial e intelectual), hoy se retuerce en el seno de la ciudadanía informada.

¿Estaremos asistiendo al inicio de una crisis terminal de una Cultura que ha campeado en Chile en los últimos 40 años?

Y si esto es así ¿qué tipo de valores y qué paradigma serán los que vengan en su reemplazo?

Esta convulsión, se da en la cabeza y corazón del ciudadano medio, y es hoy de difícil pronóstico, respecto a sus consecuencias concretas en el corto y mediano plazo.

 

*EB Santiago Centro, La Comunidad para el desarrollo Humano