Estela Morandi era la jefa de Catástrofe del SAME. Trabajó 20 años allí. Salvó vidas en los atentados contra la AMIA y la Embajada de Israel, en el incendio de Cromagñón, y en las tragedias de Lapa y Once. El lunes murió en su casa. Sus compañeros de trabajo la despidieron como a una heroína.
Por Cecilia Devanna para Infojus Noticias
Al teléfono alguien decía que habían chocado dos trenes. Eso es imposible, respondió la mujer. No pueden ir dos trenes por la misma vía. Estela Morandi, la jefa de Catástrofe del SAME, sabía de situaciones difíciles. Había salvado vidas en los atentados en la embajada de Israel y en la AMIA, en el despiste del avión de LAPA y el incendio de Cromagnon. Llevaba dos décadas con el ambo verde puesto.
El día de la tragedia de Once, el 22 de febrero de 2012, un tren se había estrellado contra el andén. Estela chequeó la información que en los primeros segundos sonaba inverosímil, puso todos los recursos del SAME a disposición y ayudó a rescatar a más de 700 personas. En ese escenario lloró, se secó las lágrimas y siguió trabajando. Lo hizo sin parar durante 12 horas, hasta que todo terminó.
Desde este lunes, en las redes sociales circula una foto de Estela de aquel día. Se la ve parada frente a un hombre acostado en una camilla. Estela tiene el pelo corto y ruge. Parece estar dando una orden, una de esas órdenes claras, inapelables, que la gente como ella sabe dar en momentos de vida o muerte. La imagen es la que sus colegas eligieron para homenajearla. El lunes murió de golpe, a los sesenta años. El martes fue su entierro y las sirenas de las ambulancias del SAME sonaron en su honor.
“La despidieron como una heroína, como lo que ella era. Cortaron la calle Monasterio –sobre la que está la sede central del SAME, en Parque Patricios- y sonaron las sirenas diez minutos”, contó a Infojus Noticias su hija Paula, reportera gráfica. “Ella siempre dejó todo por lo que hizo, aunque no tuviera que hacerlo”, recordó.
Estela era médica toco-ginecóloga y legista, egresada de la Universidad de Buenos Aires. Fue la primera universitaria de su familia. Trabajó en hospitales públicos, en guardias y ambulancias, hasta que se inclinó por la emergentología y llegó al SAME.
“Era la no claudicación. Nunca. Era una persona a la que la definía la entrega total para todo”, dijo a Infojus Noticias Alberto Crescenti, director del SAME. “En un mundo donde todos miran cada vez más para otro lado cuando pasa algo, ella ayudaba sin mirar”, agregó.
De cada tragedia recordaba imágenes y olores. La gente corriendo por el hall central de la estación “sin saber adónde ir” y, un poco después, “los vagones del tren apilados y la gente adentro”. En esos vagones tuvieron que tirar aceite, agua, vaselina para poder destrabar a los que quedaron atrapados entre los hierros.
Lloró cuando murió un nene en medio de las tareas de resucitación. Se secó las lágrimas y siguió adelante. Antes contuvo a un médico que había quedado afectado por lo que pasó.
Del choque del avión de LAPA en agosto de 1999 recordaba el olor a quemado. Y la tragedia de Cromagnon la conmovió especialmente. Las edades de sus hijos se acercaban a las de las 194 víctimas y eso la golpeó. Lloró sobre la avenida Rivadavia al ver la fila de cuerpos jóvenes. Cuando volvió, se sentó en los pies de la cama de sus hijos para verlos dormir. Paula, Matías y Sebastián eran su debilidad. Hablaba de ellos con devoción.
A su esposo, Rafael, jefe de cardiología del hospital Ramos Mejía, lo conoció cuando él era uno de sus profesores en la residencia. Ella le apostó a una compañera que lo iba a conquistar. Perdió la apuesta, pero unos meses después empezaron a salir. Estuvieron 40 años juntos.
Su familia, sus tres perros, Levi, Aron, y Cristóbal, y cuidar el jardín la apasionaba. En su oficina tenía plantas, flores y una pecera. “Estamos tan rodeados de muerte y dolor que hay que compensar”, solía decir.
El día en que una nube tóxica sobrevoló Buenos Aires, esta cronista la vio en acción. La misma mujer que un rato antes caminaba por los pasillos y tenía una broma para cada uno de los que se cruzaba, en pocos segundos activó todos los dispositivos necesarios para enfrentar lo desconocido. Estela se movía como una topadora. Parecía tener todo previsto de antemano: sabía que las tragedias no avisan.
Esa mañana salió a la calle con el alerta amarillo declarado. Un par de horas después volvió a la oficina de Parque Patricios. Estaba empapada y exultante por lo bien que había salido el operativo. Habló con sus jefes, con su equipo y su hija, que estaba preocupada por la mamá. Igual que siempre, Estela había ido al lugar del que todos querían irse.
Fotos gentileza de DYN y Paula Acunzo