Una tarde otoñal de mayo hace poco más de diez años, en los Andes al sur de sudamérica, nos decía Silo: «Estamos al final de un obscuro período histórico y ya nada será igual que antes. Poco a poco comenzará a clarear el alba de un nuevo día; las culturas empezarán a entenderse; los pueblos experimentarán un ansia creciente de progreso para todos entendiendo que el progreso de unos pocos termina en progreso de nadie. Si, habrá paz y por necesidad se comprenderá que se comienza a perfilar una nación humana universal». Y sembraba así en nuestros corazones la esperanza de un mundo mejor.
Hoy es necesario tomar y retomar el contacto para fortalecer esa esperanza, hacerla crecer dentro nuestro, proyectarla. Porque el mundo está convulsionado, la humanidad afectada por graves amenazas a futuro principalmente en lo referido al posible desastre nuclear y a la catástrofe ecológica. Nos encontramos ante un momento histórico dado por una crucial encrucijada, donde lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer; donde se expresa lo mejor, lo luminoso, las buenas intenciones de los seres humanos; pero al mismo tiempo toma cuerpo por momentos, también lo obscuro que habita en los abismos de la interioridad de algunas mentes afiebradas.
Entonces es necesario volver a Silo una vez más. Tener certeza en que el progreso de unos pocos termina con el progreso de nadie, sentir la necesidad de que la paz entre pueblos y culturas nos lleve a perfilar la anhelada Nación Humana Universal. Para que eso luminoso que siempre empujó a la especie humana desde el fondo de la historia, tome fuerza y se proyecte. Entonces cambiarán nuestras sociedades al mismo tiempo que nosotros internamente nos transformamos.
Porque es este el tiempo también, lamentablemente, en que esos deseos groseros y destructivos buscan aferrarse. Lo vemos en los conflictos violentos, en los choques bélicos y en la invasión de territorios por parte de las fuerzas imperiales de siempre. Lo encontramos en la voracidad de un poder financiero monopolizado por un grupo de insaciables inescrupulosos que buscan quedarse con los recursos naturales, con las riquezas de los pueblos; que ambiciosos desean hipotecar el futuro de los empobrecidos, para clausurar por siempre los sueños de la gente buena.
Pero esa esperanza del mundo mejor renace en el alba de cada día. Renace, reconforta, cuando vemos a los jóvenes involucrarse en la acción solidaria, social y política intentando hacerse cargo de su destino. La vislumbramos en los avances científicos y tecnológicos que llevan a superar el dolor en el cuerpo humano causado por las enfermedades y las necesidades básicas insatisfechas. Se manifiesta eso luminoso en la integración humana de los pueblos y las regiones colaborando mutuamente en paz para dar solución a los problemas comunes. Lo sentimos posible cuando el ser humano intenta, logra, romper sus límites, buscar nuevos horizontes, explorar el Cosmos, para luego volver a su centro. Y llega al centro del nuevo horizonte espiritual que ya se está manifestando.
Nos dijo Silo esa tarde del 4 de mayo de 2004 en Punta de Vacas que poco a poco comenzará a clarear el alba de un nuevo día. Ese nuevo día nace ya en nuestros corazones, está llegando al hermano, al vecino, al prójimo; está poniendo en pie los cimientos de la Nación Humana Universal como ideal que ya anida en el interior de las almas grandes.