Isabel Rodríguez ha pasado de estar cinco años en paro a ofrecer comida gratis en el bar que montó con ayuda de unos amigos.
Por Alicia Justo para CanariasAhora
“Que a ningún padre se le ocurra hacer nada malo para sacar sus hijos adelante, porque aquí pueden comer”. Así habla Isabel Rodríguez, la dueña de un bar en Las Palmas de Gran Canaria que prepara menús gratis para familias desempleadas y que no cobran ningún tipo de ayuda. Ella y su marido, Santiago León, regentan un establecimiento en el barrio capitalino de Schamann y todos los días de 12.00 a 14.00 horas ofrecen un primer plato, segundo, bebida y postre a aquellos que no tienen ni para comer, pero sobre todo a los menores que pasan hambre. “Mi hijo me cuenta que en clase hay niños que van sin desayunar”. Y esta es una realidad que en Canarias padecen 130.000 niños, según datos de Unicef.
Isabel vivió la preocupación por no poder alimentar a sus tres hijos, “escuchar a tu niño decir que tiene hambre es muy duro”, se lamenta esta mujer que trabajaba limpiando y que fue despedida por quedarse embarazada. Rememora emocionada cómo durante cinco años iba todas las mañanas a pedir comida a empresas alimenticias y supermercados, la frustración por no poder celebrar los cumpleaños de los niños o los Reyes Magos. Santiago también estuvo ese período en desempleo, tiempo en el que luchó insaciablemente por llevar un plato de comida a casa con trabajos puntuales.
Hace unos meses gracias a unos amigos pudieron montar el bar. A raíz de su experiencia, ingeniaron lo que ha sido una pequeña salvación para familias ahogadas por el desempleo, la hipoteca y los recibos del agua y la luz. “Ahora que nosotros podemos, vamos a ayudar a otras personas ya que un plato de comida no se le niega a nadie”, señala Isabel.
La dueña del bar tiene una sensibilidad especial así que insta a aquellos padres o madres que por vergüenza no se atreven a pisar el local, que lo hagan y se lleven la comida en un táper. Isabel recibe todos los días a madres que tienen varios hijos e incluso bebés, les rellena la fiambrera y además les da algunas galletas o zumos para el colegio.
La condición para poder acceder a un plato de comida es traer la tarjeta de desempleo y el documento que acredite que no cobran ninguna ayuda. Entonces, Isabel brinda comida “casera” que prepara cada día, como croquetas de atún, ropa vieja o pollo encebollado. Santiago expresa la satisfacción por saber que hay familias que se sientan juntas a comer y «padres que se pueden ir a dormir tranquilos sabiendo que sus hijos han comido”.
Los vecinos del restaurante han acogido la iniciativa con agrado y muchos colaboran con algún paquete de arroz, de garbanzos o con especias. Desde la apertura hace pocas semanas, este matrimonio ha recibido multitud de muestras de agradecimiento y felicitaciones.
La historia de Isabel y por consiguiente la historia de este bar, es la prueba visible del fracaso de un sistema incapaz de atender a los más frágiles. Ella tensa el gesto y asiente, porque recuerda que las instituciones les dieron la espalda cuando más las necesitaban. Pero también reconoce que el pasado se va diluyendo para cobrar fuerza el presente. Isabel va retomando la normalidad, a la vez que intenta arrojar esperanza con su pequeña pero vital ayuda.