Muchos de los medios de comunicación estadounidenses (y muchos de nosotros, en general) ven Ucrania en términos de la antigua Unión Soviética, ya sea saltando en defensa de Rusia o en total hostilidad hacia ella (como si estuviéramos volviendo a la lucha de la guerra fría).

No hay sentido de la historia. Ni siquiera un sentido más amplio de la historia europea, en la que una vez Suecia tuvo un imperio y Rusia era una potencia menor (algunas de las especias utilizadas en la cocina sueca reflejan las antiguas rutas comerciales desde Asia, a través del África, hasta Suecia), o los tiempos en que Polonia ocupó gran parte de lo que hoy es Ucrania y Rusia.

Simplemente, hemos ignorado el hecho de que mucho antes que Stalin, Napoleón quemó Moscú, que no existen barreras naturales montañosas o ríos anchos que protegen Rusia. Generalmente nos olvidamos, o nunca supimos, que la Unión Soviética perdió 27 millones de personas en la Segunda Guerra Mundial, y que tenía destruidas todas las ciudades y aldeas, cada presa, aeródromo, estación de ferrocarril y fábrica, en una línea que iba desde Leningrado, en el norte, a través de las afueras de Moscú (si usted sobrevuela esas zonas, sospecho que aun podrá ver los emplazamientos antitanques entre el aeropuerto y Moscú) hasta Stalingrado, en el Sur.

Stalin, sin duda, quería traer su versión de «socialismo» a Europa del Este, pero también quería zonas de barrera. Nos hemos olvidado que Finlandia, que se alió a Hitler y tenía tropas contra los soviéticos en el campo, fue mucho menos después de la guerra (aunque Stalin tomó algunas partes importantes del territorio finlandés) porque era verdaderamente neutral; olvidamos que los soviéticos dejaron Austria (que estuvo bajo el control de cuatro poderes en la posguerra) una vez que se acordó que ésta sería verdaderamente neutral. Nos hemos olvidado (o nunca supimos) que Stalin no incorporó a Alemania Oriental en el bloque soviético sino hasta que Occidente rechazó el esfuerzo soviético para unir a Alemania como un Estado neutral desmilitarizado.

Y es muy claro que los analistas estadounidenses y británicos no tienen noción de la ruina de la antigua Unión Soviética después de la caída de la URSS. La propagación del SIDA, la tasa espantosa del alcoholismo, la pérdida de la identidad nacional, la desmoralización de los veteranos de la guerra de Afganistán. Si Putin es popular, es porque él ha dado a los rusos cierto sentido del orgullo.

Hay mucho sobre Rusia que deploro, a menudo con amargura. La homofobia de Putin, la corrupción del gobierno, el poder de los oligarcas (no tan diferente al de aquí o Gran Bretaña), la falta de una sociedad civil democrática y vital.

Pero, ver en Putin a un hombre que está tratando de reconstruir el viejo «imperio» soviético, es peor que una locura. No percibir el miedo que Rusia tiene de la OTAN (¿por qué, en nombre de Dios, no disolvimos la OTAN cuando la URSS se derrumbó?). Todo esto me vuelve loco. Escuchar, día tras día, las distorsiones de nuestros analistas; el fracaso, incluso para recordar algo tan simple y básico como el hecho de que el partido que fue derrocado con un golpe de estado (un partido corrupto – los dos principales partidos lo fueron y lo son) tenía su fuerza de votantes precisamente en la parte oriental de Ucrania.

No debemos rendirnos – no hay «buenos» en este caos sangriento que ha tomado más de 5.000 vidas. Pero, en nombre de Dios, démonos cuenta de que Alemania y Francia quieren lograr un acuerdo (como creo que Putin lo hace); sin embargo, el partido de la guerra de Estados Unidos parece decidido a ver más muertos y muertes.

Paz,

David McReynolds

New York

Ex presidente, Internacional de Resistentes a la Guerra Internacional (y sobre este asunto, expresando mis propias opiniones, no las de cualquier organización).