«Pero cómo serán mis despertares»
Chabuca Granda
Tomó posesión del sitio con una naturalidad inquietante. Como si ese hubiese sido su lugar en el mundo desde siempre. Envuelta en una especie de tul granizado que la protegía de cualquier peligro comenzó a bailar sin importarle mi existencia y sus alrededores. Con el correr de los días empecé a entenderla. O eso creí. Su comportamiento errático y caprichoso planteó los primeros conflictos entre nosotros. Cuando me veía con un libro se interponía entre las letras y mi visión. Danzaba alocadamente y ensuciaba cualquier posibilidad de que pudiese concentrarme en la lectura. Si la vejiga me despertaba en la madrugada ella protestaba por haber perturbado su descanso nocturno y no me era fácil cumplir con mi necesidad. Al rato, ya dormíamos juntos otra vez, abrazados a la noche, cada uno soñando cosas distintas. Yo, imaginando el milagro de despertar y no verla más. Ella no sé, pero si me dejo llevar por lo que sucede en cada amanecer debo creer que ocupa su sueños en planificar nuevos modos de mortificarme.
Hace ostentación de su poderío, ocupa todo el espacio posible, demuestra una vitalidad envidiable para alguien como yo que apenas tiene fuerzas para encarar la ducha matinal, el desayuno de siempre y cuando voy a buscar el libro mío de cada día caigo en su trampa. Porque ya es suficiente con la mugre de los buitres globales, los periodistas mendaces, los funcionarios judiciales encubridores, los políticos mediocres y sus operaciones de cabotaje, los empresarios del ombligo fácil y los policías corruptos como para tener que ver sucia la vida gracias a su perversa manera de apoderarse de mí.
Quiero ser claro. Tan claro como esa mañana de lunes en la que el Lácar mostraba sus mejores brillos y, de a poco, una arañita y millones de puntitos negros fueron invadiendo mi único ojo útil, el izquierdo (como ves, querida lectora, la anatomía y la ideología se confabulan para guiarme en la vida una vez más). Pensé que era pasajero, pero la pasajera se fue transformando en inquilina y tuve que tomarla en serio.
En nuestro país el tema de la identidad es un asunto serio. Así que le puse un nombre ya que mis amigos del café, los cómplices de indignaciones varias, esperanzas renovadas y literaturas vitales dicen que no puedo compartir mis días con alguien sin nombre. Le llamo Perlita porque cuando se presentó estaba leyendo «Letargo»(Edhasa, 2014), la muy buena novela de la cordobesa Perla Suez.
Perlita es hincha del Globo, de Huracán de Parque Patricios, porque dice que si ella vive en un globo, el ocular, le parece lógico que aliente a su congénere. Es razonable. Quizá lo único razonable de esta historia.
En fin y para no cansarte, lectora preciosa, que Perlita me tiene podrido. Quiero, necesito volver a zambullirme en mi biblioteca, perfumar mis ojos con las bellezas de las muchachas estivales y tener bien abiertos los ojos ante tanto garca que intenta, sin respiro, someter nuestro futuro.