«Casi siempre es cuestión de sombras con las máscaras»
Luisa Valenzuela, «Diario de máscaras» (Capital Intelectual, 2014)
«André Malraux la llamó «capital de un imperio que nunca existió»»
Juan José Sebreli, «Buenos Aires, ciudad en crisis» (Sudamericana, 2003)
Se llama Tomás Acha y cuando tenía cinco o seis años vio nacer una cucaracha. Blanca como la pureza de una golosina de algodón. Fue en un parque en el atardecer primaveral del setiembre mendocino. Lo deslumbró la metamorfosis del pigmento porque le puso en entredicho a los colores convencionales del bicho, esos que había visto en revistas y en vivo y directo y le abrieron los ojos a un mundo fascinante y desconocido.
Es el caso más concreto que conozco de determinismo histórico. O vocación temprana, precoz. Tommy, así le decíamos sus amigos del barrio, hoy es entomólogo, conoce de insectos. Se casó con una prima hermana muy bella. O sea que también conoce de incestos. Se divorció y en la actualidad vive en pareja con Serapio Hoso, hijo de japonés y madre huarpe. En su juventud fue guardaespaldas de un dirigente sindical que hoy posee una flota de camiones, una fábrica de juguetes de plástico y cinco restoranes en centros turísticos. O sea, también conoce de infectos. Pero ya no le llaman Tommy, ahora es Kukar. Maldades de sus compañeros de la universidad. El Kukar Acha. Él me enseñó todo lo poco que sé acerca de la vida y obra de esos animalitos
Son neópteros, me cuenta, no vuelan y se instalan en calidad de parásitos en aves y mamíferos (nosotros, por ejemplo). Los científicos del rubro afirman que existen 3.250 especies, pero mi amigo Kukar ha estudiado una más.
Él descubrió que la que habita gallineros, corrales, casas de cambio, fiscalías federales, juzgados de alta gama, empresas y negocios de importación y exportación, constituye una subespecie muy particular. Estos piojos tienen nariz y ojitos. La especificidad radica en que no ven más allá de sus narices que, por otra parte, suelen ser respingadas, muy cortas. Como no han desarrollado la capacidad de memorizar suelen usar sus seis patas con forma de garfios para recorrer los mismos pasos de ayer y anteayer. Se los encuentra en peluquerías recoletas de señoras y señores, en oficinas con aire acondicionado y vista al río, en los ruleros que hacen cola en supermercados y entre las copas y servilletas de pubs pseudoirlandeses.. En definitiva, son insectos muy urbanos.
Pero lo que Kukar descubrió y describió como más significativo y que distingue a estos piojos del resto de las especies hasta ahora conocidas y estudiadas es que los nuestros resucitan. Sí, así como lo leen y lo oyen.
En ciclos de 10 ó 12 años les sucede una catástrofe. Como se creen libélulas y colibríes intentan volar, pero ya dijimos que no tienen alas. Los pisan, los fumigan, los envenenan y nada. Al poco tiempo vuelven, con las mismas ínfulas, con los mismos ruleros y con el mismo sueño rastrero y la renovada intensidad de su daño.