Siempre llego tarde. Cuando estoy a punto de informar, es decir dar forma, a un punto de vista sobre un suceso relevante, otros hechos ocupan el interés general. Así que hoy voy a adelantarme, yéndome – con idéntico sentido de la inoportunidad – al otro extremo de la extemporaneidad.
Así, predigo que en un futuro no muy lejano, comenzará la era de la colaboración entre las culturas. ¿Pero cómo? ¿No nos ha esclarecido suficientemente en sentido opuesto Samuel Huntington en su artículo y posterior libro sobre el “choque entre las civilizaciones”? ¿Acaso no es ostensible cómo una larga serie de conflictos se desarrolla hoy a lo largo de lo que él llamó “la línea de falla entre las civilizaciones”?
Sin embargo, como es habitual, lo que parece no es y lo que es, no lo parece.
Observemos con detenimiento. En una primera lectura, varios enfrentamientos parecen explicarse por motivos interreligiosos. Mahometanos son perseguidos por budistas en Myanmar y por el gobierno cristiano de Filipinas. Bandas criminales combaten por imponer sus proclamas islamistas en Somalía, Mali, Níger, Nigeria, Libya y otros puntos del Sahel. Coptos son atacados en Egipto, la tensión continúa entre hindúes y pakistaníes, radicales uigures asesinan en una estación de trenes a varios jóvenes chinos, en represalia por la opresión que sufre dicha minoría de fe islámica a manos del gobierno central. Otro gobierno, esta vez judío, ordena a sus milicias hacer llover muerte sobre un acorralado pueblo palestino, también mahometano, en Gaza. La misma muerte que los drones y soldados de la cultura cristiana anglosajona derraman al estilo de una nueva cruzada por Irak, Afganistán, Libia o Siria.
Pero también, varios conflictos de diversa intensidad surgen paralelamente entre interpretaciones distintas de una misma confesión. En Medio Oriente y la península arábiga, salafistas sunnies y chiítas libran una sangrienta lucha por el predominio intraislámico. Con menor violencia física que antaño, pero igual ardor fanático, combaten por el dominio de las almas las legiones protestantes y católicas en vastas regiones de América y África.
Otro tipo de dialéctica es sostenida entre etnias distintas, como en algunos puntos de África y Asia o entre nacionalidades que se sienten alienadas por estados centrales como en Catalunya, Escocia o el país Vasco.
Cualquier analista deberá conceder que todo ello no puede ser considerado un “choque de civilizaciones” y que la multiplicidad y el detalle apuntan mucho más a una expresión de inestabilidad de estructuras caducas de relación humana.
Pero aún esta mirada es insuficiente, ya que pondera en exceso el conflicto, ocultando de ese modo otros fenómenos.
Así comprendemos que lo que el emérito profesor de Harvard y asesor en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca hacía con su teoría, no era “predecir” sino “producir” realidades. Consciente o no de ello, su mirada proyectaba escenarios para que cierto esquema de dominación pudiera enfocar objetivos y justificaciones, además de provocar faccionalismo para socavar cualquier espíritu de soberanía o cooperación.
En realidad, Huntington recreaba motivos de las concepciones historiológicas de Spengler y Toynbee, nacidas en entornos ideológicos de determinismos biológicos y respuestas pavlovianas muy influyentes en el paisaje de su tiempo.
Cierto es que asistimos al nacimiento de una civilización única, la primer civilización planetaria de la historia. Pero no debe creerse, siguiendo presupuestos dialécticos, que el único modo en que se desarrollará la relación entre entidades diferentes será el conflicto. Este es el error básico en el que se incurre desde el análisis dialéctico, pariente aún del antiguo polemos heracliteano.
La superación de un fenómeno proviene de la puesta en relación con otros, relación que en ocasiones puede ser de oposición, pero en otras puede ser de genuino complemento, previo a llegar a una síntesis.
De este modo – para desazón de don Samuel – vemos cómo, aún en el bando de los réprobos que protagonizan o financian guerras en base a intereses símiles, emergen pactos entre culturas, religiones y civilizaciones diferentes, tal el caso de árabes saudíes-qataríes, israelíes y norteamericano-británicos.
Pero mucho más interesantes de observar son algunas alianzas más evolutivas que están empezando a aparecer. Significativo en este campo es ver como el bloque que emerge como contrapeso de una pretendida hegemonía cultural es precisamente representativo de la multiplicidad civilizatoria. Aquel bloque constituido por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, cuyo acrónimo BRICS ya es de uso común, pone de manifiesto como naciones con raigambres civilizatorias esencialmente diversas, comienzan a cooperar y generar una imagen de mundo común. Imagen a la que parecen plegarse otros pueblos pertenecientes a otras culturas.
Significativo es también el torrente de pluriculturalidad que ofrece a ese mismo mundo el reconocimiento progresivo en Latinoamérica de sus propias raíces originarias y africanas y la influencia de ellas en sus mayorías mestizas. Allí el servil culto al dominador va dando paso a una renovada búsqueda por una identidad incluyente del otro, una convergencia altiva pero no vengativa.
Significativa es también la poderosa convivencia multicultural y étnica que ya se ha instalado en Europa, aunque viejos paisajes individuales o colectivos aún se resistan.
¿Y qué decir de los Estados Unidos, madre patria del sabio profesor, lugar en el que, según la oficina de Censos de los Estados Unidos, el número de matrimonios interraciales ha crecido ininterrumpidamente desde 310.000 en 1970 a 651.000 in 1980, 964.000 in 1990, 1.464.000 en 2000 y la cifra de 2.340.000 en 2008, llegando a constituir aproximadamente un 15% de los nuevos matrimonios? Más allá de detalles de definición demográfica (hispanos y sajones son en esta estadística “blancos”) e imprecisiones conceptuales (raza no es equivalente a cultura o civilización), ¿acaso no es sugestivo que cada vez sean más los que comparten sus más íntimos sueños con personas de procedencias culturales diferentes?
Así, las líneas que parecieran separar a las culturas, que desde cierta mirada podrían constituir fuentes de conflicto, están siendo barridas por una intención superadora. Al par que un viejo mundo pervive en la memoria histórica y social, un nuevo horizonte amanece como imagen futura en la conciencia humana, haciéndose presente. Ya no es previsión o adivinación. Está ocurriendo. La Nación Humana Universal ya está en construcción. Tal como dije antes, siempre llego tarde.