Como ya hicieron con la crisis, la extrema derecha aprovecha el atentado contra Charlie Hebdo para disparar sus soflamas intolerantes, racistas y xenófobas.
Por Marina Albiol y Javier Couso para Euroblog
El atentado contra la redacción del semanal satírico Charlie Hebdo en París el pasado miércoles y la posterior huida de los presuntos terroristas ha dejado en Francia un reguero de muertos que está siendo instrumentalizado por los representantes de la extrema derecha en toda Europa para disparar de forma indiscriminada y con fines electoralistas sus soflamas intolerantes, racistas y xenófobas, camuflándolas en una supuesta defensa de la libertad de expresión. Al mismo tiempo, los gobiernos conservadores y socialdemócratas europeos convocan gabinetes de urgencia en los que, como en el caso del español, se debaten nuevas medidas que, de una manera u otra, legitiman las tesis de los ultras y coartan las ya de por sí cercenadas libertades de la ciudadanía.
El ejemplo más claro y vergonzoso ha sido la sugerencia de la presidenta y eurodiputada del Frente Nacional, Marine Le Pen, quien pocas horas después de los ataques dijo que Francia debía celebrar un referéndum sobre la pena de muerte. Su padre, Jean-Marie Le Pen, fundador del partido y con el que comparte escaño en la Eurocámara, difundió el viernes en las redes sociales, a la misma hora en que los extremistas se atrincheraban en varios puntos de París con una docena de rehenes, una fotografía con la leyenda «Keep calm and vote Le Pen» (Mantén la calma y vota a Le Pen).
Geert Wilders, europarlamentario holandés fundador del neonazi Partido por la Libertad, afirmó en un canal de televisión canadiense que Europa debe declararle la «guerra al Islam». Nigel Farage, líder del nacionalista UKIP británico, clamó contra las políticas inclusivas de Reino Unido. Y Mario Borghezio, representante de la xenófoba Liga Norte italiana, que no tiene reparos en manifestarse en Roma con organizaciones fascistas como Casa Pound, dijo en un programa de radio que su Gobierno debería «controlar a todos los musulmanes» que viven en Italia, «incluido» el diputado del Partido Democrático Khalid Chaouki, que profesa el Islam.
Las últimas elecciones al Parlamento Europeo pusieron de manifiesto cómo la extrema derecha ha sacado partido de la desesperación de la gente en el contexto de la crisis. Hoy corremos el riesgo de que el discurso del miedo le dé el último empujón. En el caso de Francia la situación es especialmente preocupante. Las políticas neoliberales del Gobierno de François Hollande, al que muchos pusieron la etiqueta de salvador de la Unión Europea, han provocado el descrédito del Partido Socialista francés, que para tratar de contrarrestar el efecto Le Pen ha empezado a colocarse en posiciones extremas, no sólo en lo económico.
El nombramiento de Manuel Valls como ministro de Interior primero, y como primer ministro después, responde a esta dinámica. Valls revivió el viernes uno de los peores fantasmas a los que se han enfrentado nuestras sociedades en la última década al invocar una «guerra contra el terrorismo». La guerra contra el terrorismo fue la bandera de la Administración Bush. Esa que provocó dos guerras – en Irak y Afganistán- que hoy siguen latentes, que provocó cientos de miles de muertos y que instauró la cultura de la ilegalidad internacional a través de los vuelos de la CIA, de las cárceles secretas, de la vergüenza de Guantánamo y de la tortura sistemática.
El primer ministro italiano, Matteo Renzi, ha hablado de la necesidad de crear unos servicios de inteligencia y antiterrorismo comunitarios. Pero teniendo en cuenta que una de las medidas estrella de la presidencia italiana de turno de la Unión Europea ha sido las redadas masivas contra inmigrantes, es de suponer que ese cuerpo supranacional de fuerzas especiales no se caracterizará precisamente por defender las libertades de los europeos.
Una mención especial requiere Antonis Samarás, el primer ministro griego, que en plena campaña electoral vinculó el ataque a Charlie Hebdo con la política migratoria que defiende la coalición de izquierdas Syriza, que con Alexis Tsipras a la cabeza, lidera todas las encuestas.
Mientras, en el Estado español, el Ministerio de Interior ha preparado una batería de 12 medidas para luchar «contra el terrorismo yihadista». Esas normas irían incluidas en el nuevo Código Penal que ha preparado el ministro Jorge Fernández Díaz. Entre ellas, según ha señalado él mismo, estaría el fichero PNR, que incluye desde el nombre de la persona que ha hecho la reserva hasta el modo de pago, o la ruta del viajero.
Ese tipo de registros, habitual en las líneas aéreas durante los años de la guerra contra el terrorismo, ya fueron censurados por la Comisión de Libertades y Justicia del Parlamento Europeo al vulnerar algunos derechos fundamentales. Pero es sabido que Fernández Díaz destaca en su faceta de ministro, además de por condecorar a vírgenes, por proponer de forma habitual que se legalicen ilegalidades como las devoluciones en caliente de inmigrantes en la valla de Melilla.
No se debe perder de vista que atentados como el del miércoles también tienen sus raíces en las ciegas decisiones políticas que gobiernos como el de Francia, Reino Unido, Italia o España han tomado en los últimos años. Desde los bombardeos de la OTAN en Libia al apoyo en Siria de los extremistas camuflados de supuestos rebeldes, cuyo resultado, el Estado mal llamado Islámico, estos mismos países combaten en Irak.
Al fascismo no se le combate con fascismo. A la intolerancia no se le combate con intolerancia. A la barbarie no se le combate con barbarie. Se le combate con la razón, con la educación, con la cultura y con la lucha social y política. Quizás, los verdaderos enemigos de Europa no son sólo los kalashnikov de una banda de fanáticos, sino aquellos que en nombre de los supuestos ideales de un Occidente, de una Unión Europea corrupta y perdida, se erigen en estandartes de la libertad, la seguridad y hasta de las creencias religiosas. Aquellos que, con su necedad, integrismo y ceguera, siembran de sal nuestras sociedades impidiendo su desarrollo.