La primera reflexión que me viene a la cabeza pensando en el asesinato de los trabajadores de Charlie Hebdo es que se les ha mostrado a los pueblos musulmanes del mundo que la cultura occidental bombardea aquello que no le gusta.

Esto no puede ser considerado un intento de integración a la cultura occidental, porque suele ser bastante más atroz con sus víctimas, pero sí muestra que la dialéctica de la muerte nos conduce al más grande de los sinsentidos.

La segunda es que pensar que unos alienados sin sentido del humor puedan estar dispuestos a matar por unos dibujitos ultrajantes forma parte de la misma concepción cultural que muestra “al otro” como ignorante y retrasado.

Sin entrar en una retórica de karmas o acciones y reacciones, creo que es necesario analizar la historia para entender que los últimos siglos han estado signados por la mayor violencia que se pueda recordar y que los que han tenido en sus dedos el gatillo con mayor capacidad de daño han sido los ganadores, los civilizadores, los democratizadores. Y allí donde mataron impusieron sus leyes y sus Dioses, sus castigos y sus premios, impusieron etiquetas, tendencias sexuales, estructuras de familia, modos de educar, valores y antivalores. Todo el mundo actual aparece tamizado por el filtro occidentojudeocristiano y sus paradigmas, sus dogmas y sus miedos, siendo ellos los que escribieron la historia e impusieron sus ciencias y creencias a todos los demás.

Nos impusieron el miedo a lo diferente, a lo diverso, a lo femenino, a que las cosas o los seres nos dejen de pertenecer, o mejor dicho, ya que nada puede pertenecer a nadie, a seguir haciendo con todo lo que nos plazca.

A los seguidores de Mahoma, también. Ellos también son un derivado de esa cultura impuesta a la que buscaron encontrarle matices que los diferenciara de las fuerzas invasoras, búsqueda que perdura hasta hoy y que también es arrastrada por las crisis nucleares que sobrevienen sobre los herederos de la cultura babilónica.

Pero resulta que hoy la mirada bárbara está exacerbada y se piensa de forma intolerante desde los centros del poder mundial y desde allí se emana una melodía de destrucción que nos ha ido formateando y retaceando partes importantísimas de la historia, de la información, para poder comprender mejor lo que nos sucede.

Y los pueblos subyugados, a veces, estallan y lamentablemente repiten la lógica del usurpador. No me parece para nada sorprendente que sean tantos los europeos que se lanzan a luchar en organizaciones como ISIS o en Siria o Libia, forma parte de la vibración del continente. Un continente que vibra en esa pedantería de creerse superior, de hacer valer la fuerza para imponer sus condiciones allí donde hayan viajado.

A esto el mundo le responde de muchas maneras, algunas más trágicas que otras, pero esa formulación de las sociedades humanas no puede sostenerse por más tiempo, se cae, se hunde, se resquebraja y tenemos que estar todos muy atentos para que en su derrumbe no nos arrastre a todos en una espiral de sangre.

Me duelen los trabajadores de Charlie Hebdo y los periodistas que fueron asesinados meses atrás en Irak, por citar hechos de cierta cercanía. Pero también me duelen los 43 de Ayotzinapa que sólo son la punta del iceberg de las masacres cometidas por la misma cultura en tierras aztecas y donde me queda claro que si hubieran secuestrado a 43 estudiantes canadienses o alemanes de paseo por México, el país ya estaría incendiado de norte a sur cobrando la venganza de atentar contra la piel blanca y los ojos azules.

Me duele el terror con el que debemos vivir porque algunos siguen dinamitando el planeta, como ya hizo el Premio Nóbel de la Paz Henry Kissinger; otros deportan pieles cobrizas, o negras, anestesiadas, amordazadas y atadas a sus asientos. Me duele que gobiernos europeos decidan no prestar socorro a los náufragos, a los hambrientos, a los disminuidos. Me duele que los medios occidentojudeocristianos impongan la libertad de difamación para ellos y la censura para los otros.

Me duelen todas las víctimas, pero parece que algunas merecen más lágrimas que otras.

Lo que sí es seguro es que algunas necesitan más prensa que otras. Siglos de mala prensa y de difamación han convertido a muchas minorías en el chivo expiatorio de las clases dominantes y también en victimarios de la misma retórica infame que nos dice que “quien a hierro mata, a hierro debe morir”.

Desde los mismos centros culturales que llevaron adelante la propagación de las masacres como mecanismo de generar riquezas, han salido ideas que confrontan y desplazan los ejes de estas estructuras de pensamiento. Así que las periferias cuentan con aliados dentro de estas mismas cunas del odio para construir e instalar una nueva forma de relación, de sentir al otro y de respetar lo diverso.

Debemos instalar, como especie, una fórmula de actuación que nos permita no responder a la agresión y a las provocaciones de los poderosos con la saña que nos enseñan, sino con la poderosa firmeza de la noviolencia que construirá un nuevo hombre y un nuevo mundo.

La vieja fórmula de “divide y reinarás” no puede ser aceptable para escribir el futuro de la humanidad, el etiquetaje y el interés de algunos de manipularnos y colocarnos de un bando o del otro tampoco puede continuar. Sería muy interesante ver reacciones sociales solidarias con todas las víctimas mortales de estas atrocidades que se cometen cotidianamente, pero que no acepten legitimar el poder de fuego que desean algunos inescrupulosos para retener el poder que detentan.