Además de ser un neologismo, la bonganza es un oxímoron. Por si fuera poco, una entelequia. Es decir, un término que no existe, que encierra contenidos contradictorios y, en el uso vulgar de la palabra (nos dispense Aristóteles), algo que nadie entiende. O sea, una inutilidad total. Sin embargo, la hemos elegido como título de esta nota, que esperamos sea algo más útil, inteligible y unívoca que su comienzo.
La “bonganza” pretende designar un tipo de venganza bondadosa, cosa que por supuesto tampoco existe, al igual que el término que la designa. ¿A qué nos referimos entonces?
La venganza es un desquite, una revancha a la que cree ser acreedor alguien que ha sufrido un perjuicio. Representa la ilusión de pensar que el dolor o la pena del agresor, sanará la herida que infligió en su momento. De esa manera, la venganza no repara, no atenúa ni cancela el ciclo de destrucción, sino que lo inflama. Por tanto, debe ser desechada.
Sin embargo, podría argüirse que detrás de esta errónea modalidad de arreglar las cosas, hay un acto que exige cierta reparación. Ese acto es aquel que señala que no puede seguirse adelante alegremente (o más bien tristemente) sin intentar corregir aquello que entonces se dañó.
Tal acto mental y social, además de apuntar a componer el tejido roto, implica el reconocimiento de la inconveniencia de continuar con conductas perniciosas similares.
Hoy, gracias a sucesivas y crecientes enseñanzas compasivas, sabemos que el objeto necesario a ese acto de reparación es la reconciliación. Reconciliación del agredido con lo sucedido y del agresor con su propia compulsión. Reconciliación para reconocer el error e intentar reparar la pérdida. Reconciliación para no perder totalmente lo que aún no se ha perdido y para limpiar el futuro envilecido por el recuerdo inerte de la fatalidad. Reconciliación con la memoria histórica de nuestro género para ponderar el avance pero también intentar sanar tanta herida sufrida.
¿Y cómo es que entonces se habla aquí de la posibilidad de que exista bondad en la venganza?
En realidad nos referimos a otra cosa. Podríamos llamarla “una respuesta diferida, reflexiva y mejorada a toda agresión”. Es decir, la decisión de que mediante un acto intencional, el agredido devuelva al agresor algo mucho mejor que lo que recibió, sentando un precedente moral indubitable, superador y hasta ejemplarizante.
Tal hecho, que seguramente se verifica a diario en miles de oportunidades en el nivel personal, puede ser también imaginado a nivel colectivo, llevado a la escala de grandes grupos humanos y pueblos enteros.
Y eso es precisamente lo que creemos que está ocurriendo.
Pese a la enorme violencia de centurias, de despojos, matanzas y enajenación, hemos visto emerger en la América austral a movimientos populares que van logrando quebrar la incomprensible lógica del destierro en el propio hogar. A pesar de una y mil mentiras, del embuste cotidiano de la prensa, del engaño sistemático del político traidor, de la venialidad de los concentrados intereses económicos y de la represión de violadores uniformados, a pesar de no contar siempre con la mejor ayuda en la comprensión, los pueblos de aquella región sureña supieron elegir. Y no eligieron la violencia, sino que intencionan una vía paciente hacia una prolija reparación de lo dañado.
El mismo fenómeno observamos en Sudáfrica, desde el final del sistema de segregación institucionalizada conocido por entonces como “apartheid”, donde el justificado rencor intenta ser transferido gota a gota a un proceso de construcción de nuevas relaciones humanas, incluyente y valiente. Algo similar ocurrió en la desgarrada Liberia, nación fundada bajo la sombra de la esclavitud y la luz de la liberación. Allí, luego de dos guerras civiles una mujer se convertiría en la primera jefa de estado africana – luego ganadora del premio nobel de la Paz – exhortando a sus compatriotas a construir en conjunto y no a dividir. Otro gran ejemplo es el de Rwanda, en la que luego del temible genocidio de 1994, un tremendo esfuerzo ha sido realizado en pos de abrir el futuro. En ese lugar cumplió una función muy importante la reinstauración provisoria del sistema de justicia local originario “gacaca”, que minimiza las penas, favoreciendo el esclarecimiento y el arrepentimiento de los agresores, junto a programas de formación para la paz como el “ingando” y otros paralelos.
El proceso señalado no se ha detenido en Latinoamérica, ni en África. Alentador es ver cómo va hoy ya aflorando en el sur de Europa produciendo sus propios esquemas de rebeldía al despojo antihumanista. Aún con importantes diferencias en cada uno de los movimientos, consideramos expresiones del mismo fenómeno el triunfo electoral del partido Syriza en Grecia, junto a la inesperada irrupción del Movimiento Cinque Stelle en Italia y las distintas opciones ciudadanas intentando consolidarse en España como opciones políticas alternativas frente a la timocracia instalada.
La dirección indica inequívocamente los albores de un tiempo nuevo que sopla hoy desde el Sur. Este viento no devuelve al Norte según la Ley del Talión, sino que ofrece un camino de acción para la reparación histórica a la inmensa vejación ejercida por el poder económico concentrado de tinte imperial.
Claro está que mucho de ello es aún incompleto, mucho todavía incipiente y mucho más está aún en ciernes, pero los brotes están ahí. Ojalá estas buenas ráfagas se conviertan en huracán, barriendo con todo signo de violencia, colocando al Ser Humano en el punto más alto de la escala de valores, despejando la mente y el corazón hacia nuestras infinitas posibilidades.