Así tan pronto nos indignamos sobre la desaparición o muerte de algún ser humano, así de rápido pasamos la hoja de lo sucedido. No es difícil advertir que cada nueva tragedia o catástrofe que sacude la tierra pasa a un olvido casi que eterno, por no decir que permanente: el hombre de hoy hace de la indignación su furia y del olvido su indiferencia. Pareciera que nada nos estremece, nada nos altera, ni siquiera nos conmueve la sonrisa de un niño con su ingenua inocencia.
Si no nos conmueve lo más mínimo de la vida, ¿entonces que nos inquieta? ¿Qué nos sobrecoge? ¿Qué nos impresiona?
La tierra debería empezar a vomitar a cada uno de sus muertos para entender que el olvido nos hace más crueles, más salvajes: nos hace menos humanos. Hemos naturalizado el dolor, la guerra y la muerte hasta extremos inconcebibles. Basta con recordar la indignación y furor que provocó en las redes sociales la desaparición de los 43 estudiantes de la escuela rural de Ayotzinapa, en México.
Hoy, dos meses después, la indignación por la suerte de estos jóvenes mexicanos y que estuvo a punto de ser comparada con una manifestación casi qué mundial y que obtuvo gran eco en los medios de comunicación pasó a ser parte del olvido
colectivo, propio de nuestras emociones efímeras.
La historia nos ha enseñado que todo lo malo que sucede es culpa de nuestros gobernantes de turno y que son ellos quienes tienen la responsabilidad de nuestras desgracias. Fabricamos dioses de la nada para redimir nuestras culpas y pecados. Buscamos cualquier artilugio para exonerar nuestras faltas. Pero en nuestras manos esta el destino: la culpa no es de los de arriba, ni de la presencia divina, la culpa de lo que nos sucede es por convertir en olvido nuestro pasado, relegarlo a un segundo plano y no traerlo al presente. Es indignarnos de manera eufórica por los problemas y no trascender más allá de la simple emoción: es olvidar que venimos del pasado para vivir el presente y cambiar el futuro.
¿Es lo mismo olvidar a los periodistas asesinados en Francia que a un periodista asesinado en Colombia? ¿Es igual la indignación de la muerte de un afroamericano en Estados Unidos a la de una ex reina en Honduras? No es lo mismo. Tal vez sean los noticieros y los medios masivos quienes se encarguen de hacer que una noticia este sobre encima de otra, es decir: ¿por qué una vida vale más que la otra? El olvido en que nos estamos convirtiendo poco a poco y de manera casi que silenciosa nos hace participes de nuestra propia extinción. No sé hasta donde pueda llegar todo esto, pero lo cierto es que la memoria juega un papel importante al momento de recordar de dónde venimos y de que estamos hechos.
Esperando que el dolor no nos haga indiferentes: que la indignación no pase a ser parte del olvido al que nos sometemos a diario: que nadie ni nada nos permita olvidar todas las circunstancias que nos ha tocado vivir y que hemos desplazado a lo más profundo de la existencia misma. ¿En qué momento el hombre comenzó a hacer del olvido parte de su historia? Probablemente desde el momento en que se fundó la civilización.