Por: Javier Zorrilla Eguren / Edmundo De la Torre Ugarte
Centro de Estudios Humanistas Nueva Civilización, Lima-Perú
Se suele entender a la ciencia como una actividad que interpreta y transforma el mundo a partir de la organización lógica de los datos, validada por un método de control, dentro de un paradigma determinado. En las Ciencias Sociales encontramos que, exceptuando a las posturas humanistas, lo social ha sido estudiado por analogía con paradigmas de orden físico, biológico, cultural o mental. La vida humana se concibe así compartiendo una misma estructura con los objetos físicos, las especies animales, el lenguaje, el cerebro o la computadora. Lo humano ha sido estudiado según las cosas materiales o ideales, pero cosas al fin. El resultado ha sido finalmente el mismo: se ha disuelto lo humano como si careciera de ser propio.
Veamos la génesis de la cosificación con más detalle. En el sistema mecánico, la sociedad es el análogo de un orden astronómico. Las personas, como los planetas, se relacionan por atracción o repulsión. Los fenómenos sociales se perciben como hechos localizados en un espacio externo en el que mantienen determinadas posiciones. Existen además campos de fuerza, transformaciones de la energía y entropía. El equilibrio es constante, quieto y se asocia al estado de reposo. La virtud es la obediencia al orden establecido. No se tolera la disidencia o la rebeldía. Se reprime el cambio concebido como desviación de la norma. Se pretende que el actuar humano “orbite” en torno al mismo centro, así como lo hacen todo el tiempo los planetas alrededor del sol.
La analogía biológica ofrece dos variantes. En la primera, la sociedad tiene su cerebro, su corazón, su sistema circulatorio… Los distintos órganos cooperan en la lucha por la supervivencia. El grado de cooperación mide el grado de evolución, pero, al igual que en el paradigma mecánico, se prioriza el orden y cada cual debe mantener su lugar dentro de una jerarquía esta vez orgánica. La movilidad social es mínima (el paje no puede llegar a ser rey). En la segunda variante las sociedades se conciben como las especies animales. Ahora la lucha por la supervivencia es entre individuos, grupos y pueblos. Sobrevive el más astuto o el más fuerte (el pez grande se come al chico). Se mantiene la superioridad hasta que la violencia logre cambiar un sistema de dominación por otro igualmente violento. Es un cuento de nunca acabar.
Estos paradigmas orientan tanto la actividad científica, como la acción en el mundo. Los economistas planifican la economía según el enfoque biológico o mecánico dominante en su ciencia. Si éste prioriza el mercado y el bien privado, toda la política económica se adecuará a esta orientación particularista, en tanto curso natural (mecánico) de las cosas. Lo mismo sucederá con el psicólogo social si adhiere al conductismo: tratará de domar al ser humano como se doma a un animal. Programará premios y castigos para controlar la adaptación, al margen de la voluntad de los sujetos. La política internacional y la estrategia corporativa buscarán imponer su voluntad por la superioridad competitiva, subordinando o “tragándose” a los más débiles. Por si esto falla, estarán los ejércitos siempre listos y armados hasta los dientes.
Al parecer lo que vemos afuera, se parece mucho a lo que imaginamos por dentro. El nexo entre fantasía y razón, entre mito y “realidad”, sería más estrecho de lo que parece. No aprehendemos los hechos en sí, sino solo miramos paisajes y los interpretamos de acuerdo a una particular creencia o visión[1]. ¿Acaso no hablamos del mito del progreso, con culto incluido? ¿Acaso no se estigma y repudia condenando como “heterodoxos” los modelos económicos que se apartan del paradigma oficial? ¿Y acaso no se invade, asesina y explota en nombre del dinero, considerado como un dios? Las ideas de la ciencia se pueden volver fácilmente creencias. Ambas, a su vez, pueden justificar políticas oprimentes o genocidas que tratan a los seres humanos peor que a los animales o a las cosas tan apreciadas dentro una visión materialista.
¿En qué momento una idea de ciencia puede hacerse creencia? En los momentos de fracaso. Cuando aquello de lo que no había ninguna duda y se daba por sentado, falla y se nos revela como error y/o ilusión. Ahí se experimenta un “vacío”, y para llenarlo se recurre al pensar, convirtiendo una nueva idea en creencia[2]. La vida humana se experimenta entonces como un incesante creer, hacer, fracasar, dudar, pensar, volver a creer, y volver a proyectar, y volver a hacer. En esta perspectiva existencial, la historia aparece como el intento renovado de la construcción del sentido del mundo a través de la fe en una imagen-objeto que dará dirección, proyecto, misión y destino.
Cobra relevancia entonces la pregunta por la creencia en la que se está y por la dirección que lleva en tanto imagen de orientación. El fracaso y el vacío se vuelven una oportunidad en tanto renovación de mi ser y del ser del mundo. ¿Dónde está la fuente? ¿Hay una sola, son varias? ¿Qué inspiran? ¿Con qué código traducimos sus mensajes? ¿Sobre qué creencia paramos nuestro ser? ¿En qué dirección nos lleva? Tal vez haya que prestar más atención a ese “vacío” del que emanan las formas con las que intentamos adaptarnos al cambio una y otra vez. La gracia de ello es que el aprendizaje se vuelve igualmente permanente e ilimitado. Y, de quererlo con fuerza, el sentido humano de las situaciones se descubre una y otra vez, dejando tras de sí, en unidad o contradicción, felicidad o sufrimiento, la intuición de un sentido mayor. Ese que en bondad y fraternidad reclama la configuración de un mundo definitivamente humano.
[1] “Miro no solo con el ojo sino también con el corazón… Miro a través de alegorías, signos y símbolos que no veo en el mirar pero que actúan sobre él, como no veo el ojo ni el actuar del ojo cuando miro” (Silo, Humanizar la tierra)
[2] José Ortega y Gasset: Ideas y creencias