Por Dar Martín Almada, Premio Nobel Alternativo de la Paz 2002
El 24 de noviembre del 2014 Edward Snowden recibió en el parlamento sueco el Premio Nóbel Alternativo de la Paz en reconocimiento a su labor en defensa de “una sociedad abierta y liberal y por no haberse arrepentido de destapar la trama masiva de espionaje de comunicación telefónica y de Internet llevada a cabo en los Estados Unidos de Norte América” (Última Hora. Asunción, 25 de noviembre de 2014).
Edward Snowden fue conocido mundialmente por haber filtrado, en junio de 2013, a través de los periódicos The Washington Post y The Guardian documentos clasificados sobre programas globales de Cibervigilancia a cargo de los Servicios Secretos de los Estados Unidos de Norte América y del Reino Unido. Snowden, ante la persecución de la justicia norteamericana que lo acusó de cometer un grave crimen contra el Estado, viajó a Hong Kong primero y después a Moscú por razones de seguridad personal. En la capital rusa recibió refugió y en ella aún permanece.
Desde estas líneas quiero transmitir a Edward Snowden mi reconocimiento por su valerosa actitud y unir mi voz a los que luchan por una sociedad abierta y libre, en la que no tenga cabida el temor a ser espiado, intervenido o manipulado.
Las razones que han motivado la concesión a Snowden del Premio demuestran cómo cada vez son mayores los peligros que amenazan la libertad de nuestras sociedades. Cómo cada vez estamos más indefensos ante la utilización sin escrúpulos de unas tecnologías avanzadas puestas al servicio de unos poderes imperiales que, saltándose todas las leyes, establecen mediante el espionaje un control sobre gobiernos, ciudadanos y empresas; sobre todo el mundo.
Estas prácticas secretas de control de los pueblos, de intervención en la vida personal de los ciudadanos y las ciudadanas, de espionaje social, no son nuevas, llevan realizándose desde hace mucho tiempo. Lo nuevo son las tecnologías actuales y futuras que permiten, con unas técnicas cada vez más avanzadas, realizarlas con unos niveles de efectividad difíciles de imaginar no hace mucho tiempo. Tenemos antecedentes que demuestran cómo desde hace años se vienen desarrollando acciones de control y espionaje.
Los EEUU, por ejemplo, ya implantaron en Chile, en 1965 (hace casi cincuenta años), el plan de espionaje “CAMELOT”, que intentaba, mediante una aparente encuesta científica, realizar un estudio socio-político para detectar la posible reacción social ante una intervención de las Fuerzas Armadas en caso de crisis o caos. La primera experiencia tuvo el total rechazo de los académicos llamados a colaborar que consideraron el plan como una violación de la ética profesional incompatible con el mundo de las ciencias. Ante ello el gobierno chileno, entonces presidido por Eduardo Frei Montalva, se vio obligado a prohibir a USAID (Agencia de EEUU Para el Desarrollo) la continuidad de la experiencia.
Pero EEUU no renunció a su plan y lo trasladó al Paraguay, donde su fiel aliado, el dictador general Stroessner, el “campeón del anticomunismo en América Latina”, lo acogió con gusto. En mi tesis doctoral en la Universidad de La Plata (Argentina) denuncié este espionaje socio-político como método para evaluar las causas de las revueltas sociales, y cuyos resultados servían a Stroessner para tomar medidas para sofocar las posibles revueltas y evitar así su derrocamiento. El plan se desarrolló pues, en Paraguay y fue punto de partida para la creación del Servicio de Inteligencia de las FFAA, aunque no impidió que en su momento el dictador fuese destituido por su propio consuegro, el general Andrés Rodríguez, con el apoyo de la embajada norteamericana, en febrero de 1989.
La forma como descubrí el plan CAMELOT fue sorprendente. Durante los años 1972 y 1974 el gobierno argentino me concedió una beca para llevar a cabo mi doctorado en Ciencias de la Educación en la prestigiosa Universidad de La Plata. Antes de viajar a la Argentina solicité documentación oficial sobre la educación en Paraguay. Me atendió y autorizó a llevarme la documentación pertinente el propio Secretario Técnico de Planificación de la Presidencia de la República, Dr. Federico Mandelburger.
Revisando el material me llamó la atención el titulo de un documento: “Paraguay. Educación, Familia y Sociedad”. En la primera reunión con mi director de tesis, el profesor Ricardo Nassif, de la Facultad de Humanidades, analizamos conjuntamente el documento y descubrimos que el documento había sido elaborado por el Instituto de Desarrollo Integral y Armónico (IDIA), donde trabajaban conocidos expertos nacionales, militantes de la Democracia Cristiana del Paraguay. Supuestamente el documento fue realizado para, como se decía en el mismo, “servir al país en esta hora de reflexión, proporcionando un apoyo de alguna objetividad para estudiar la perspectiva de desarrollo nacional”.
Era evidente que el documento estaba destinado a identificar potencialidades subversivas a través de “encuestas confidenciales”. Se reflejaban en él la opinión de miles de paraguayos y paraguayas de todos los sectores de la sociedad, sus creencias religiosas, sus opciones políticas, su “compromiso con la democracia” y otras informaciones personales. Lo había concebido la Oficina de Investigaciones Sociales de la Universidad Americana de Washington a petición de la CIA y del Pentágono.
Nunca pude imaginar que el gobierno de Stroessner autorizara a llevarme un documento de tal importancia para ser estudiado en la Universidad. Un documento que, aunque no apareciese en él la consabida frase: “Secreto” o “Documento oficial” y mucho menos las siglas CIA o Pentágono, estaba inspirado sin ninguna duda por EEUU y elaborado por el ala progresista de la Democracia Cristiana paraguaya. Posteriormente, los militares de las dictaduras del Cono Sur, muy enojados por la difusión del documento, me acusaron de obtenerlo gracias a “mis camaradas” de Moscú, La Habana o Pekín. Este infundio se añadía al “pecado político” que representaba el enfoque dado a mi trabajo de tesis, inspirado en la metodología de la educación liberadora del pedagogo Paulo Freire. Todo ello me iba colocando cada vez más en el punto de mira de la dictadura militar.
A estos hechos se añadió mi práctica sindical en el campo del magisterio, reclamando un salario digno para los educadores, así como viviendas dignas. Finalmente fui detenido y torturado. Hoy hace 40 años que mi delito fue calificado de “Terrorismo Intelectual” y me costó 1000 días de prisión, la tortura y muerte de mi esposa, la educadora Celestina Pérez y la confiscación de nuestros bienes. Gracias a la enérgica intervención de Amnistía Internacional, al Comité de Iglesias (católica y protestante) y a las organizaciones de Derechos Humanos, pude recuperar, en febrero de 1978, mi libertad después de 30 días de huelga de hambre, a lo que siguieron 15 años de exilio en París.
En diciembre de 2002 recibí, en el parlamento sueco, el Premio Nobel Alternativo de la Paz a propuesta de Amnistía Internacional. El premio me fue concedido “por su coraje en defensa de los Derechos Humanos en Paraguay y América Latina”. En esta tarea había que incluir el descubrimiento del espionaje socio-político norteamericano para detectar a tiempo graves conflictos sociales que perjudicaran su política.
Por ironía del destino, doce años después, a Edward Snowden, ciudadano norteamericano, se le concedió en el parlamento sueco, el 24 de noviembre de 2014, el mismo premio “por su coraje en defensa de la civilidad democrática mundial, en especial por su defensa de la privacidad para superar la vigilancia global en secreto”. Aunque no pudo recogerlo personalmente, su figura se ha convertido en referente mundial para los defensores de un mundo libre, sin secretos.
En conclusión, la pretendida “Vigilancia global en secreto” de los gobiernos norteamericanos, supuestamente defensores de la civilización occidental y cristiana, riñe con el principio básico de las Sagradas Escrituras que reza: “No hay ningún secreto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a rebelarse” (Mateo, 10).