Fuera del Auditorio que acoge a la Cumbre de los Premios Nobel de la Paz se despliegan lienzos de colores, carteles y banderas del Tíbet para dar la bienvenida y el apoyo al Dalai Lama. Es una mañana muy intensa, con tres mesas redondas que se suceden sin un instante de tregua, con un verdadero bombardeo de estímulos intelectuales y emotivos.
El primer panel dice relación con la prevención de la desigualdad, de la opresión y de los abusos, especialemente los relacionados a la violencia sexual y de género. Una vez más las mujeres nos regalan los momentos más emocionantes: con una camiseta estampada con la frase Unarmed Civilian, clara referencia a las protestas recientes contra la violencia policial en los Estados Unidos, Jody Williams responde a una pregunta sobre el femicidio describiendo en la actitud de desvalorización de los demás la raíz de una violencia que comienza en el áambito doméstico, pero llega a la invación de países considerados de menor “valor”.
Con la pasión que la caracteriza, la yemenita Tawakkol Karman, primera mujer árabe que recibe el Nobel de la Paz, recuerda las etapas de la lucha pacífica que dio vueltas la situación de su país: la primera victoria, relata, fue que se abandonaran las armas en una sociedad en la que todos las poseían abundantemente, la segunda fueron las manifestaciones pacíficas, con flores y cantos, en las que participaron millones de personas, la tercera fue terminar con la dictadura y la cuarta los diálogos para resolver el futuro del Yemen. Denuncia la intervención desestabilizadora de Irán y el refuerzo de Isis, que han reducido a la capital Sana’a al estado en que se encuentra actualmente Damasco y Baghdad. Recuerda que el terrorismo y las dictaduras se alimentan entre sí y apuntan a la construcción de muros entre las naciones, dividiendo a las sociedades.
Justamente sobre este tema es que se produce uno de los momentos más emocionantes de esta Cumbre: la iraniana Shirin Ebadi, abogada en el exilio por su lucha en defensa de los derechos humanos, se levanta y abraza a Tawakkol, pidiéndole disculpas por la ingerencia de su país. Mientras las dos mujeres se sostienen en un abrazo lleno de conmoción, toda la sala se pone de pie para aplaudirlas con una sostenida ovación.
Y llegamos así a un momento de signo opuesto: la ex Ministra de Relaciones Exteriores italiana Federica Mogherini, ahora jefe de la diplomacia europea, interviene en nombre de la Unióne Europea – uno de los premios Nobel menos merecidos, junto a aquel que se le otorgara a Obama y anteriormente a Kissinger. La pregunta misma que se le formula – ¿cómo puede ayudar Europa al resto del mundo a salir de la pesadilla de la desigualdad? – parece increíble, si se piensa en las condiciones en que ha quedado reducida Grecia debido a las medidas de austeridad de la Troika, o al drama de los inmigrantes “clandestinos”, considerados criminales por las durísimas leyes sobre la inmigración a la “Fortaleza Europa.” Su llamado a garantizar el acceso a los recursos y a los derechos, como la mención que hace de la responsabilidad en este sentido de la Unión Europea, dejan un desagradable sabor de hipocresía en la boca.
Una sensación que se acentúa cuando Melissa Fleming, del Alto Comisariado de Naciones Unidas para los refugiados, define el 2014 como el peor año por el aumento del número de prófugos – 22.000 personas diarias obligadas a dejar su casa – y describe las condiciones de especial vulnerabilidad de las mujeres y de los niños, para quienes la fuga hacia otro país puede resultar tan peligrosa como la situación de la que escapan.
El segundo panel de la mañana, moderado por el periodista Giulietto Chiesa, trata sobre ejemplos de reconciliación en comunidades divididas y cuenta entre sus protagonistas a tres irlandeses – Lord David Trimble, Mairead Maguire y Betty Williams – que de diversas maneras han contribuido al logro de una solución pacífica y a poner término a la violencia sectaria. Durante la discusión irrumpe un problema dramático, que también emergerá en la mesa redonda siguiente, el de los enormes gastos militares, mientras la paz, el desarme y la lucha contra el cambio climático no reciben los fondos suficientes. En un tono austero que no disminuye en nada su compromiso, Colin Archer del International Peace Bureau anuncia una campaña global sobre este tema.
Nos animamos con el conmovedor vídeo que relata la historia de Children’s Peace Prize, asignado desde el 2005 a niños y muchachos que han luchado por los derechos de sus semejantes, entre quienes está Malala, que este año ganara el Premio Nobel de la Paz por su lucha a favor de la educación de las jóvenes. Se advierte en todos ellos una fuerza interna y una admirable capacidad de actuar con coherencia y compasión; como dice el vídeo “de ellos podemos aprender que el cambio empieza en las escuelas, en las calles y en la mente.”
El último panel trata del rol de las instituciones internacionales en la prevención de la guerra. Participan representantes de notables organizaciones comprometidas con la causa del desarme nuclear o de la prohibición de las armas químicas y de las minas, que presentan un panorama terrible sobre las posibles consecuencias de una explosión nuclear, denuncian la enorme influencia del complejo militar-industrial y llaman a los científicos a que sus conocimientos no se usen para fines destructivos.
La mañana concluye con la nota liviana y al mismo tiempo profunda que coloca el Dalai Lama, que sube al escenario con un extraño sombrerito de amplia visera: invita a que se recojan del público, sobretodo juvenil, preguntas difíciles. Y le dan en el gusto. Los estudiantes de una escuela de Roma le preguntan cómo se aprende el coraje en una sociedad llena de temores y él desarrolla una vez más el tema de la compasión como base de la naturaleza humana. Destaca también la importancia de la verdad y la honestidad, de la amistad y de la confianza como fuentes de felicidad para una humanidad que está más madura por toda la violencia que experimentó durante el siglo pasado.