Concluye en estas horas un año intenso para nosotros los de Pressenza; un año de grandes cambios, crecimiento, aprendizajes. Y, como en todo fin de año, aprovechamos de la tradición para analizar, reflexionar, proyectar.
Me cayeron los ojos sobre el texto de una charla de Silo que no sólo tuve el placer de escuchar en persona cuando, hace 10 años, lo pronunció sino que hemos vuelto a publicar recientemente en formato electrónico con la Editorial Multimage.
Lo quise releer pensando en el próximo retiro de la tropas Norteamericanas de Afganistán, pero también reflexionando en estos días de vacaciones sobre mi relación con mi hijo, o sobre las incomprensibles tragedias que pueblan las páginas de los periódicos (padre mata mujer e hijos y se suicida) sin que se vaya más allá de los cliché de la súbita locura o del malestar social.
Nosotros que desde hace años no somos escuchados, difundimos desde hace tiempo una visión integral del mundo; la atención a cada uno en su particularidad; un cuidado por nuestra Madre Tierra como hostal azul que nos transporta por el espacio; la valorización de la diversidad; la afirmación del derecho de cada ser humano a viajar, vivir y trabajar donde y como quiera, con el único límite de no perjudicar a otros; la profunda convicción de que con las guerras y con toda otra forma de violencia no se resuelve ningún problema.
Lo implementamos en Pressenza intentando hacernos cargo de cada crítica y de cada propuesta que vaya en ese sentido, en dirección a la humanización, a la concientización, a la no-violencia. Por ello agradecemos a todos los que, en lo más pequeño o en grande, todos los días o también una vez cada tanto colaboran con esta obra totalmente voluntaria, desinteresada, utópica, generosa.
Así para completar este año y reflexionar sobre lo que vendrá, quisiera proponerles la lectura de unos párrafos de esa charla de Silo que citaba al comienzo, que suena un poco a reflexión pero también a anuncio, como esperanza por un mundo mejor que todos anhelamos con urgencia.
“Algo hay que hacer”, se escucha en todas partes. Pues bien, yo diré qué hay que hacer, pero de nada valdrá decirloporque nadie lo escuchará.
Yo digo que en el orden internacional, todos los que están invadiendo territorios deberían retirarse de inmediato y acatar las resoluciones y recomendaciones de las Naciones Unidas.
Digo que en el orden interno de las naciones se debería trabajar por hacer funcionar la ley y la justicia por imperfectas que sean, antes que endurecer leyes y disposiciones represivas que caerán en las mismas manos de los que entorpecen la ley y la justicia.
Digo que en el orden doméstico la gente debería cumplir lo que predica saliendo de su retórica hipócrita que envenena a las nuevas generaciones.
Digo que en el orden personal cada uno debería esforzarse por lograr que coincidiera lo que se piensa con lo que se siente y lo que se hace, modelando una vida coherente y escapando a la contradicción que genera violencia.
Pero nada de lo que se diga será escuchado. Sim embargo, los mismos acontecimientos lograrán que los invasores se retiren; que los duros sean repudiados por las poblaciones que exigirán el simple cumplimiento de la ley; que los hijos recriminen a sus padres su hipocresía; que cada uno se recrimine a sí mismo por la contradicción que genera en sí y en los que lo rodean.
Estamos al final de un oscuro período histórico y ya nada será igual que antes. Poco a poco comenzará a clarear el alba de un nuevo día; las culturas empezarán a entenderse; los pueblos experimentarán un ansia creciente de progreso para todos entendiendo que el progreso de unos pocos termina en progreso de nadie. Sí, habrá paz y por necesidad se comprenderá que se comienza a perfilar una nación humana universal.