La Cumbre de los Nobel, que se realizara en Roma del 12 al 14 de diciembre, contó con una presencia que no pasó para nada indiferente, la de Su Santidad el Dalai Lama, líder espiritual del Tíbet y Premio Nobel de la Paz en 1989 por su compromiso y sus acciones no-violentas por la liberación de su país.
Para decirlo claro, para los pocos que todavía no lo saben, la XIV° Cumbre de los Premios Nobel de la Paz tuvo lugar en nuestra capital romana justamente, o debido al monje budista tibetano más célebre del planeta.
Efectivamente en principio esta cumbre, en honor a Nelson Mandela, iba a realizarse en Sudáfrica pero unas semanas antes el gobierno sudafricano resolvió no otorgarle visa para ingresar al país al Dalai Lama. El mundo entero se sorprendió y todavía está un poco bajo el shock que provocó dicha decisión, sobretodo considerando el hecho que proviene de un país que durante las últimas décadas ha sido de algún modo referencia a nivel mundial respecto de los derechos humanos y el respeto de la diversidad.
El veto al Dalai Lama para un encuentro en homenaje a Mandela, que buscaba la participación de diferentes personalidades activas en la lucha por la no-violencia, representa claramente un retroceso del país africano al tiempo que evidencia cuánto hayan avanzado las relaciones entre Pretoria y Pequín, que están a la raíz de la denegación del permiso de ingreso y la decisión tomada en consecuencia.
Gracias a la fuerza y determinación de las mujeres que han recibido el Premio Nobel de la Paz, huéspedes de honor de la Cumbre, se pudo finalmente trasladar el evento desde Sudáfrica a Italia, hecho sumamente positivo al menos para este último país, resolviendo un asunto en el que se mezclaron temas estratégico-políticos vinculados a la relación entre Sudáfrica y China, en un contexto que aspiraba a ser una celebración a Mandela y de unión en la lucha por los derechos humanos, de respeto por el género humano y del pacifismo.
Sin embargo apenas llegó a Italia la máxima autoridad espiritual del budismo tibetano, comenzó a recibir nuevas malas noticias. Frente a su solicitud de ser recibido por el Santo Padre, el Papa Francisco le cerró las puertas del Vaticano negándose a un encuentro.
Y pensar que hace sólo pocos días atrás el Pontífice se había encontrado en Turquía con los mayores exponentes musulmanes, hebreos, ortodoxos, anglicanos, trazando con ellos uno de los primeros pasos relevantes para la colaboración entre las diversas confesiones religiosas y además promoviendo, junto a los otros, un acuerdo que ya ha sido firmado por las diversas confesiones, sobre la defensa de la dignidad humana, por los conceptos fundamentales de igualdad y por la dignidad paritaria de todo ser humano.
Da como para preguntarse si el Dalai Lama entra o no en la categoría de los seres humanos que merecen respeto, igualdad y dignidad. Da para preguntarse cómo es posible que una persona que ha sido honrado con un Premio Nobel de la Paz gracias a su coherencia y a su lucha no-violenta, sea en cambio excluido por el Papa Francisco. Da para preguntarse por qué no prevalecieron exclusivamente las afinidades espirituales, por sobre cualquier otra razón, entre el Santo Padre y el Dalai Lama que por otra parte, tal como él mismo lo ha admitido públicamente, no es más un líder político sino solamente un guía espiritual. Da para preguntarse cómo es posible aplaudir, entre la sorpresa positiva de muchos y la alegría de todos, la estupenda apertura hacia las otras religiones del Papa Francisco, justo hace pocos días, y luego, pocas horas después, tener que registrar su clara cerrazón ante un monje budista.
Aunque sea necesario destacar y con agrado la fuerza moral y la gran sensibilidad del Santo Padre, que se ha evidenciado en múltiples ocasiones y desde el comienzo de su pontificado, ahora en cambio tal vez es mejor no pasar esto por alto y aceptar que la coherencia intelectual y espiritual es de muy pocos en este sistema alienante. La presión política, una vez más relacionada a la cuestión de los chinos, a estas alturas con un imperante dominio de los escenarios mundiales, pero también los intereses económicos del Vaticano con China, han conducido por una vía que sobrepasa y termina arrasando los principios y los valores que reconocemos en el Papa.
“No importa, no hay ningún problema y no tengo ningún problema con ninguno”, repitió continuamente durante la Cumbre Su Santidad el Dalai Lama, probablemente con un poco de amargura, pero siempre con la sonrisa y las manos juntas, ante la presión de las preguntas insistentes de la prensa y de los mismos asistentes.
Luego del lastre de los estratagemas políticos y de las complicadas relaciones internacionales que precedieron a la Cumbre, se pasó digamos de lo virtual a lo real y nos encontramos frente a él, al Dalai Lama, y frente a la consistencia de un hombre simple. Un monje recibido con euforia por tantos estudiantes y jóvenes presentes en el Auditorio del Parque de la Música. Aclamado por una multitud de gente, para nada budista, y sin embargo consciente de encontrarse frente a una persona de altura moral bien poco común, un ser fácil, sabio e íntegro. Su presencia se sintió y mucho, fuerte y silenciosa y se consolidó con el paso del tiempo, aportando energía viva a los tres días de la Cumbre de los Nobel.
El secreto de su carisma reside en la simplicidad, la sensibilidad, la serenidad interior, en la compasión, las sonrisas contagiosas, la atención hacia los demás pero también en la humildad de la que fue dando prueba repetidas veces durante el encuentro romano.
Más allá de las creencias religiosas, de opciones espirituales, más allá de las pertenencias, impacta advertir cómo la vía del respeto hacia las personas y el sendero del cambio tropiecen muy a menudo en las piedras de la arrogancia política y de las ventajas económicas.
Realizamos un vídeo con algunas imágenes del Dalai Lama durante la Cumbre de los Nobel en Roma, un especie de homenaje a Su Santidad. Aquí está por si quieren verlo: