Brasil es ahora una democracia con más de 100 millones de votantes. Sin embargo, entre 1964 y 1985 fue gobernado por una dictadura brutal dirigida por militares, dictadura instalada y mantenida con el apoyo de Estados Unidos y de los medios de comunicación, hechos que ya han sido documentados. Cuando el poder se transmitió a un civil, éste pertenecía al partido que daba la apariencia de legalidad al poder de los militares (se llamaba ARENA). Y los numerosos crímenes y abusos fueron “perdonados” y protegidos por una ley de amnistía “amplia, general e irrestricta”. Es decir, nadie pagó por los delitos de asesinato, desaparición, tortura, etc. cometidos a lo largo de más de 20 años.
La historia oficial ignoró las monstruosidades de ese periodo y las Fuerzas Armadas de hoy continúan negando sus crímenes. La Justicia, como siempre ocurre cuando se trata de los poderosos, se cogió de la Ley de Amnistía, garantizando la libertad a los asesinos y torturadores de vivir en santa paz en la democracia actual.
Hace dos años y medio se estableció una Comisión Nacional de la Verdad para investigar las violaciones a los derechos humanos. Hoy, 10 de diciembre, presentó su informe final que confirma que hubo 434 personas muertas o desaparecidas durante este periodo, además de confirmar el uso de la tortura, incluso dentro de las instalaciones militares. Es una justicia histórica que por desgracia sucede en el país de las conspiraciones, donde los “de arriba” siempre hacen arreglos para deshacerse de sus crímenes.
En números absolutos, las muertes de jóvenes, principalmente en los suburbios, supera con creces estos cientos. Y también ahí los delitos quedan impunes y sus historias son ignorados por los mismos medios y la misma justicia que defiende a los responsables de los delitos políticos.
Hubo progresos en el reconocimiento de las personas a las que la Dictadura les había quitado sus derechos. El Estado paga pensiones o indemnizaciones a las familias de los muertos y desaparecidos, a los exiliados, a aquellos que fueron apartados de sus empleos, etc. Aquellos que cometieron los crímenes y sus cómplices no tuvieron que pagar nada. Por el contrario, muchos se enriquecieron a expensas de todo tipo de favores y oscuras oportunidades, y hoy se presentan como personas muy
competente en los negocios. Este es el caso por ejemplo de la Red Globo de Comunicaciones, que no era nada importante cuando comenzó la dictadura, y al convertirse en su principal apoyo, se convertió en un gigante de las comunicaciones. Los militares sabían muy bien que tenían que controlar las mentes de los brasileños, tanto como fuera posible.
Todo esa impunidad sin duda va a cobrar su precio porque los tiempos cambian, la gente tiene acceso a más información, están perdiendo el miedo a informarse y a luchar por sus derechos. Es necesario democratizar la Justicia y democratizar los medios de comunicación. Hay un largo camino por recorrer en honor de las víctimas. Para que otros nunca tengan el mismo final.