Por Hugo Ramón Cappurro (*)
Respondiendo con sarcasmo a los infundios de los cronistas españoles, Carlos Milla Villena publicó una analogía que, por contraste, revela el verdadero objetivo de esas crónicas fabulescas que ensalzaron la obra “redentora” de unos malhechores.
En efecto, si nuestros amautas hubieran actuado con la mala fe de los cronistas españoles, lo que sigue sería su versión sobre la historia colonial: “Tenían los invasores muchos templos oscuros y adornados sus altares con el oro que nos robaron. Las paredes estaban llenas de imágenes torturadas y escenas masoquistas, y su dios era un hombre muerto ajusticiado sobre unos palos atravesados, al que hacían resucitar con extraños ritos de hechicería para ofrecerlo nuevamente en sacrificio a su propio padre. En esas ceremonias tenebrosas, entre todos los presentes se comían a la víctima y se bebían su sangre”
Aunque la “crónica” precedente no es tan extraña a la realidad, sí permite reconocer la “técnica” que utilizaron los cronistas españoles para desprestigiar la cultura andina y calificarla de “salvaje”. Está muy claro que recurrieron al cínico pretexto de “extirpar idolatrías” para justificar el genocidio y el saqueo. Ese fue el verdadero rol que cumplieron los cronistas españoles. Uno de ellos, el sacerdote jesuita Bernabé Cobo, en su libelo titulado
“Historia del Nuevo Mundo”, afirma –“sin sustento lógico alguno, y menos científico”- Middendorf, 1973:Tomo II, p.219– que las huacas eran “adoratorios” y en sus “altares” se realizaban sacrificios de niños en ofrenda a los ídolos.
Lo que ocurre es que cuando algún peruano evoca el genocidio, la expropiación y el saqueo de los conquistadores españoles, lo primero que aparece en su mente son las imágenes de Pizarro y Almagro, caudillos militares de la invasión que exterminó a 10 millones de nuestros antepasados. Muy pocos recordarán que el cura español Vicente Valverde desembarcó junto a esos bárbaros, empuñando en alto una cruz. Y fue ese cura quien ordenó la masacre en la plaza de Cajamarca, cuando el Inca Atahualpa arrojó al suelo la biblia que le entregó Valverde para imponerle su rendición y sometimiento al dios de los cristianos.
Hay una explicación muy simple para comprender la nebulosa memoria de los peruanos frente a esos hechos. Es que la historia escrita del pillaje nos presenta a “heroicos” guerreros, pero no registra que estos bandidos mueren asesinados –unos por los compinches de otros—en medio de la ambición y el odio, móviles insanos que animaron todos los actos de esa empresa criminal que fue la conquista del Perú.
En fin, los nombres de esos dos individuos quedaron ahí, registrados de alguna forma entre las truculencias de una historia fraguada por unos miserables. De cualquier modo, esa es la historia de los vencedores; aún no se ha escrito la historia de los vencidos.
Respecto de la iglesia católica no hablemos de heredad moral porque esa institución ha concurrido a la degeneración de la humanidad. El Vaticano no tiene nada que ofrecer en el orden moral. En el Perú y el resto del mundo, la iglesia y el clero católico, en más de dos mil años, han incumplido absolutamente su fementida misión en favor de los pobres y desposeídos; induciéndolos, por el contrario, a someterse al abuso de los poderosos. Y así como fue cómplice de los crímenes y abusos de los conquistadores, a cambio de asumir la propiedad de grandes extensiones de tierra productiva y otros bienes ajenos, la jerarquía católica fue Celestina de las más depravadas prácticas en las monarquías europeas. Y llegaron al extremo de negociar “indulgencias”, ofreciendo a los pecadores adinerados que podrían eludir la implacable sentencia “divina” y gozar de la “vida eterna”, siempre y cuando ofrezcan donaciones a la iglesia. De esa manera obtuvieron en el Perú la herencia de Riva Agüero y otros ricachones degenerados que, al fin de sus días, arrepentidos de su vida licenciosa, recurrieron a la iglesia por el perdón de sus pecados.
El Vaticano ha sido alcahuete de actos crueles contra pueblos indefensos y naciones oprimidas por parte de países ricos y los círculos de poder internacional. En la II Guerra Mundial Pio XII no tuvo escrúpulos para tranzar con el fascismo. La facción que ahora controla el Vaticano, al borde del cisma, ensaya con un argentino bonachón que será incapaz de regenerar una institución doctrinal e históricamente corrompida. En esa inteligencia, la civilización occidental y cristiana hace mucho que perdió el curso de la historia.
En el Perú, hasta hoy, nadie se atrevió a investigar la fortuna de la institución que bendijo la barbarie, y sigue percibiendo fabulosas utilidades pasados 500 años de asumir la propiedad – coludidos con el poder– de miles de propiedades urbanas en Lima y otras ciudades del país.
Para muestra, un botón. La huaca Korikancha, en Cusco, destruida para levantar sobre sus cimientos de piedra el convento de Santo Domingo, se ha convertido en centro de atracción turístico internacional, y representa para la iglesia que regenta el cardenal Cipriani un ingreso anual de 10 millones de dólares, limpios de polvo y paja, es decir, ¡sin pagar ni un Nuevo Sol de impuestos al estado peruano!
Curas y “encomenderos” usurparon miles de hectáreas cultivadas por los ayllus, organizaciones de producción comunitaria que generaron el reino de la abundancia en esa formidable sociedad agraria desarrollada que fue el Tawantinsuyu.
Una vez destruido el poder político y la organización socio-económica del Tawantinsuyu, los invasores se propusieron erradicar las tradiciones comunitarias del Incario, para imponer aquí el vetusto régimen feudal que caducaba en Europa, y la cultura de la propiedad privada, su religión y sus vicios.
(*) Periodista peruano. Maestría en la Facultad de Periodismo de la Universidad Lomonósov de Moscú.
Redactor en jefe de “Unidad”, redactor principal de “Equis X”, colaborador de “Caretas”- Lima. Corresponsal en “Novedades de Moscú”. Miembro del Consejo de Redacción Revista Internacional (Praga). Fundó en Washington (USA) las revistas “Continental” y “Carta del Perú”. Ha publicado “Más allá de las elecciones”, “Quien diablo es Toledo”, y anuncia “La Negación del Marxismo”.