El autor nos relata los intentos de abogados de diversas partes del mundo para construir caminos que permitan acabar con situaciones intolerables en India, como las que genera el sistema de segregación por castas.
Por Wolfgang Kaleck para Contrapoder
Una velada en Berlín entre amigos, todos ellos abogados. Pronto tendemos a vernos en la misma situación, ya que compartimos muchas ideas políticas y todos somos activistas de derechos humanos.
Entonces, un colega habla sobre la situación de la vivienda en Bombay. Su organización, Human Rights Law Network, tiene su sede en las proximidades del tribunal de la ciudad. Se personan continuamente ante este tribunal para defender los derechos de aquellos que, en la mayor democracia del mundo, prácticamente nunca pueden hacerlos valer. Y son muchos: comunidades indígenas que se ven enfrentadas a proyectos industriales, de minería o de infraestructura; las clases inferiores; los dalits; los intocables; las mujeres; los presos y muchos otros. Ninguno de sus colegas puede permitirse una vivienda cerca del despacho. Para eso ganan demasiado poco, incluso siendo abogados. Pero, al fin y al cabo, son abogados que trabajan para los que no tienen casi nada y, por tanto, tampoco les pueden pagar casi nada.
Este mismo colega -un treintañero con gran experiencia laboral- vivía hasta hace poco en un albergue para no tener que hacer a diario un trayecto de dos horas de ida y dos de vuelta. Vive con tres personas más en una habitación del tamaño de mi sala de estar. No tiene ni habitación propia. Me soprende mi propio lujo.
Después hablamos de historia. Gandhi, que luchó a favor de la independencia contra el poder colonial de Inglaterra y fue ejemplo de desobediencia civil, es un mito sorprendentemente persistente. No obstante, contemplado de cerca, es la historia del desencanto. Así es como lo retratan últimamente algunos autores, como es el caso del historiador Perry Anderson o de Arundhati Roy. Es sobre todo el sistema de castas, abolido oficialmente en 1947, el que nos llama la atención una y otra vez. Incluso Gandhi, que goza de tan alta estima entre la opinión pública occidental, no cuestionó los fundamentos de la segregación por castas. Y también en la actual India moderna, con su rápido desarrollo tecnológico, millones de seres humanos sufren una fuerte discriminación por su pertenencia a las castas inferiores.
Nuestros colegas nos hablan acerca de comunidades dalit que desempeñan los trabajos más sucios desde hace generaciones y sin perspectivas de cambio, como por ejemplo la retirada de excrementos humanos y animales. Los jornaleros no perciben un sueldo por su trabajo, sino únicamente los restos de trigo y grano que quedan adheridos al estiércol y las serpientes que espantan durante el trabajo como “pago” en especie. Este reparto social de roles también es normal y correcto a ojos de los pertenecientes a las clases medias urbanas. Los intentos de emancipación de los dalits cuentan con una enorme resistencia y provocan incluso respuestas violentas, sobre todo hacia las mujeres.
Preocupantes resultan también los primeros meses de gobierno del primer ministro Narendra Modi. En un Estado que se compone de innumerables regiones geográficas distintas y que alberga gran variedad de religiones, lenguas y culturas, el partido nacionalista hindú de Modi intenta imponer su filosofía sobre la superioridad hindú con gran ímpetu. Todo ello en parte con discursos e ideas absurdas, como la de que los musulmanes solo son superiores a los hindúes porque pueden comer más carne. Concretamente carne de vaca, cuyo consumo está vetado a los hindúes por razones religiosas. Por ello -dicen-, ha de ser restringido el consumo de carne de los musulmanes mediante prohibiciones. Eso es jugar con fuego.
¿Peco de ingenuidad al seguir haciendo todavía preguntas con cara de asombro a pesar de todas estas historias? No, me mueve el deseo de que las cosas cambien, que es lo que habla por mí. Y este deseo es también el que nos une en torno a la mesa a todos nosotros, colegas europeos, latinoamericanos e indios, a pesar de que nuestras circunstancias son muy distintas. Este deseo y otro más: encontrar juntos caminos para cambiar realidades que son inaceptables.