¿Qué es lo que tienen en común las monumentales tumbas de corredor del valle del Boyne, Irlanda, el templo maltés de Tarxien (ambos del Neolítico), e iglesias cristianas como la catedral medieval de Sovana, en Toscana?
¿Cómo es que los tan evidentes símbolos fálicos se encuentran en las puertas de las tumbas rupestres de la cultura Castelluccio, que se desarrolló cerca de Siracusa (en la Edad de Bronce) y en la tumba etrusca de los Demonios Alados, cerca de Sovana (que data de la segunda mitad del siglo III A.C.)?
¿Qué puede conectar a las sinuosas vías excavadas, senderos sagrados y rituales que los etruscos heredaron de las culturas neolíticas anteriores, con laberintos como los de la catedral gótica de Chartres en Francia?
El tema es complejo, pero se puede partir de un primer hecho: todos estos son lugares sagrados de diferentes tipos y muy distantes en el espacio y el tiempo, y están conectados por un hilo invisible que parece desaparecer, solo para volver a surgir en el curso de historia.
A menudo, los mismos lugares han vuelto a ser utilizados en el transcurso del tiempo en diversas religiones y culturas, creando una impresionante estratificación. Iglesias, parroquias y catedrales cristianas se encuentran edificadas casi siempre encima de los santuarios, templos, fuentes sagradas y lugares sagrados ligados a un tipo de espiritualidad muy antigua, presentada como “demoníaca” o “pagana” y, por tanto, combatida con ferocidad. Del mismo modo, han sido tomadas las tradiciones y festividades arraigadas en la población, pero se les ha hecho profundas modificaciones para poder ubicarlas en un contexto cristiano, en el intento de borrar la carga ligada a temas prohibidos como el sexo o la celebración de la fertilidad. En este sentido, un ejemplo se obtiene de los antiguos ritos de fertilidad de las culturas agrícolas del Neolítico, que resurgían en las fiestas de primavera con bailes y juegos, documentados desde hace siglos en los laberintos de jardines, en Inglaterra.
Por tanto, hay elementos que vuelven a surgir periódicamente, señal que las traducciones externas se constituyen de profundas experiencias internas comunes a los pueblos cuya distanciamiento en el espacio y el tiempo excluye la posibilidad de haber tenido contacto directo. Estas experiencias siempre están vinculadas al contacto con lo Sagrado, lo Divino, lo Profundo, o como se le quiera llamar a esa búsqueda mística que ha caracterizado a la humanidad desde tiempos muy remotos.
Las similitudes mencionadas al principio, adquieren ahora un posible sentido: la alineación astronómica con los solsticios, equinoccios y los días intermedios entre ellos unen los lugares sagrados distantes unos de otros. La luz del sol entra en esos momentos particulares, tan importante para las civilizaciones agrícolas cuya supervivencia dependía de la fertilidad de la tierra, e ilumina los símbolos energéticos, tales como los espirales, que no es sorprendente que hayan sido colocados en los lugares de entierros. El triunfo de la luz sobre la oscuridad permite disfrutar de la continuación del ciclo de la vida más allá de la muerte del cuerpo. En última instancia, es el mismo concepto de inmortalidad expresado por la doctrina cristiana.
Los espirales de los templos malteses y de los monumentos en Irlanda – al mismo tiempo tumbas, santuarios y observatorios astronómicos – y aquellos tallados en el portal de la catedral de Sovana, recuerdan el flujo perenne de la energía vital y el ciclo de nacimiento, vida, muerte y renacimiento que constituye la base espiritual de muchos pueblos de la antigüedad. Los espirales concentran y llevan la energía para facilitar el contacto con lo sagrado, y no es sorprendente que se encuentren en las proximidades de umbrales tan evidentes como los altares, la entrada a las tumbas o el portal de una iglesia. Desde el templo maltés de Tarxien a la Catedral de Sovana (en la foto), cuatro espirales simétricos expresan el mismo mensaje a través de los milenios: Para acceder a lo Sagrado, debe cultivarse en la propia vida la armonía y la proporción.
Y nos encontramos con cuatro espirales simétricos también en las puertas de las tumbas rupestres de la cultura de Castelluccio, tallados en el lado que da hacia los muertos. Una de las puertas es una clara representación estilizada del acto sexual, haciendo recordar a los que han dejado el cuerpo acerca del momento de máxima vitalidad: la creación de una nueva vida. El mismo mensaje que proviene del símbolo fálico tallado en la tumba etrusca de los Demonios Alados…
Ahora llegamos a los laberintos de una sola vía, caminos sagrados, rituales e iniciación de muerte y renacimiento simbólico; en las culturas neolíticas constituyen la entrada al cuerpo de la Diosa Madre, y para los etruscos, herederos de esas antiguas tradiciones, un recorrido por las vías excavadas en la toba para acompañar a los muertos en los cementerios. Más tarde, en un contexto cristiano como las catedrales góticas, el laberinto a recorrer se convierte en “el camino a Jerusalén”, que garantiza la salvación sustituyendo a la peregrinación a Tierra Santa, pero que también permite un contacto directo con lo sagrado, sin la intermediación de dogmas y jerarquías, es decir, la peligrosa esencia de cualquier herejía. ¿Será ésta, tal vez, la razón por la que muchos laberintos son destruidos por iniciativa de la Iglesia, o durante la Revolución Francesa? ¿Dónde ha quedado este precioso legado de sabiduría, de belleza y experiencia que ha atravesado la historia por miles de años para luego perderse – al menos en apariencia – en la oscuridad y en el olvido?
En su discurso del 4 de mayo de 1999, con ocasión del trigésimo aniversario del Movimiento Humanista, del que fue fundador, Silo ofrece una respuesta llena de esperanza cuando habla de la nueva espiritualidad que comienza a expresarse en el mundo: «No es la espiritualidad de la superstición, no es la espiritualidad de la intolerancia, no la espiritualidad del dogma, no es la espiritualidad de la violencia religiosa, no la pesada espiritualidad de las viejas tablas y valores gastados. Es la espiritualidad que ha despertado de su profundo sueño para nutrir nuevamente a los seres humanos en sus mejores aspiraciones».