Gustavo Duque, fiscal de Justicia y Paz de Medellín, lidera el equipo de antropología forense que más cuerpos ha identificado desde 2007 en Colombia. Mucha de la información para localizar las fosas la aportan los victimarios. Cómo encontrar, identificar y entregar restos humanos en medio de la violencia que no cesa.
Por: María Eugenia Ludueña, desde Medellín (Colombia) para Infojus
A las primeras exhumaciones, el fiscal Gustavo Duque, de Justicia y Paz de Medellín, iba aterrado. Las cosas tendían a salirse del protocolo. En una de esas salidas iniciales, en la Semana Santa de 2007, su equipo tenía datos certeros: en un sector de las montañas de Urrao, al suroeste del departamento de Antioquia, estaban enterrados los cuerpos de seis personas. Cuando el helicóptero donde el fiscal viajaba -custodiado por el Ejército- empezó a sobrevolar la zona, el estruendo de las bombas fue en aumento. Si lograban llegar vivos, tendrían que trabajar con la guerrilla encima. Duque nunca había estado tan cerca de convertirse en otra víctima del conflicto armado, como le dicen en Colombia a esta ola de violencia que desde hace más medio siglo hiere con saña las tierras de los cafetales, la selva y el vallenato. El Informe publicado en Basta Ya -que podría equipararse al Nunca Más- y fue elaborado por el Grupo de Memoria Histórica, habla de 220.000 muertos entre 1958 y 2012.
Finalmente, aquella Semana Santa, el equipo de Duque logró exhumar los seis cuerpos. Hoy, después de navegar tantas los ríos en canoas y lanchas, de caminar el monte para llegar a las fosas, la cuenta va por las 735 exhumaciones. Esto convierte a Duque en el hombre que carga un récord amargo, pero muy reconocido por colegas y víctimas: es el que más cuerpos ha desenterrado en Colombia. Doce fiscales de Dirección Nacional de Justicia Transicional realizan la misma tarea en todo el país: coordinar equipos de profesionales y técnicos que recorren las zonas donde se han detectado cuerpos por exhumar.
Duque es el fiscal 91 de la Unidad Nacional de Justicia Transicional de Medellín, la ciudad que tuvo su pico de crueldad entre mediados de los años ‘80 y 2005. Le toca excavar en una de las áreas más afectadas por la violencia: los departamentos de Antioquia, Córdoba y Chocó. Allí la semana pasada un comando de las FARC secuestró al general del Ejército Rubén Alzate y las negociaciones de paz fueron suspendidas por el gobierno nacional. “Al mes, nos pasamos 12 o 15 días en el monte en la selva”, dice Duque. Realiza un promedio de 3 exhumaciones de cuerpos por semana.
No le gusta que lo llamen “doctor”. Duque es “Tavo”, para víctimas y colegas. “Soy una hormiguita más en un equipo donde trabajamos con antropólogos, investigadores, fotógrafos, topógrafos, bacteriólogos, odontólogos, genetistas, y médicos que van a identificar con mucho respeto esos cuerpos que alguna vez estuvieron vivos”, dice con aire campesino el hombre de 39 años. Hijo de un abogado y un ama de casa, se recibió en la Universidad Pontificia Bolivariana. Entró a la Fiscalía hace doce años y fue ascendiendo. Hasta que en 2005, la Ley de Justicia y Paz -creada en el marco de la desmovilización de los paramilitares determinó, entre tantas cosas, que quienes se acogieran a ese proceso (que involucra ciertos requisitos) debían poder contar lo que había pasado, a cambio de una rebaja de la pena. Hoy, un gran número de comandantes que se acogieron cumplen 8 años en la cárcel y quedan en libertad. Genera polémica: son los autores de grandes masacres. Pero es lo que acordaron.
Así empezaron a tomar forma- entre tantas iniciativas previstas por la ley- los equipos de exhumaciones. Entonces Duque quedó a cargo de uno de ellos. Y los victimarios empezaron a contar dónde estaban algunas de las fosas.
“Trabajo con la violencia, la barbarie, el terrorismo. Queremos que todas las familias puedan hacer por fin los ritos con sus muertos. Para nosotros no hay víctimas de primera ni de segunda. No importa si esa persona es buena, mala, político, lo que sea: es un ser humano y merece respeto. Buscamos por igual a civiles y combatientes”, dice Duque.
-¿Cómo les llega la información acerca de dónde pueden estar las fosas?
-De muchas fuentes: de los postulados de Justicia y Paz (los victimarios que aportan información deben ser postulados por el gobierno, cumpliendo una serie de requisitos y compromisos), la Policía, los informantes (combatientes y personas que estuvieron en el sector y son quienes más están contando), las hermanitas de un convento, los curas, de las propias víctimas. De la persona que uno menos piensa: el parroquiano que va a pie y sabe dónde hay un cuerpo enterrado de manera ilegal, se acerca a un puesto de salud y de ahí nos hacen llegar la información. A partir de los datos, iniciamos la investigación con funcionarios de la Fiscalía y los demás organismos del Estado que trabajan conjuntamente. Les contamos a quién estamos buscando, qué fue lo que pasó. La idea no es sacarlo de una fosa para después llevarlo a otra sino poder entregarlo a la familia.
-¿Cree que será posible encontrar e identificar a la mayoría de las personas desaparecidas?
-Lamentablemente a muchas no las vamos a encontrar, porque las han incinerado o tirado a los ríos. Otras están como NN en los cementerios de poblaciones muy lejanas. Con los cementerios trabajamos mancomunadamente. Se habían manejado muy mal desde muchos atrás. Los sacerdotes, si a los 2 o 3 años una persona no reclamaba el cuerpo, lo enterraban en una fosa común. Nosotros calculamos que hay más de 84 mil desaparecidos.
-¿Cómo llegaron a esa cifra?
-En 2006 encontramos que no había institución que llevara un solo registro: estaba el de Medicina Legal, el de la Policía, el del Cuerpo Técnico de Investigación (CTI) y otros más. Una persona tenía cuatro o cinco registros. Hasta que empezamos con el Sistema de Información Red de Desaparecidos y Cadáveres (SIRDEC), una herramienta muy buena que depende de la Dirección Nacional de Medicina Legal y a la que alimentamos. Empezamos a cerrar el embudo. Sabemos que en Colombia estamos buscando a 84 mil desaparecidos. Esto es un flagelo que lejos de reducirse se está expandiendo. Es como el secuestro: no para. Lo bueno es que hoy en el país contamos con 12 laboratorios para trabajar en la identificación. En las ciudades grandes, constantemente están entrando cuerpos para hacer el estudio de la cuarteta básica: edad, sexo, estatura, raza.
-Cuando su equipo va a una zona, ¿qué información maneja?
-En general, sé que en tal parte hay cuerpos. Cuando salimos con los postulados tenemos que ceñirnos a lo que nos digan ellos. A veces falla. En Antioquia, cuando hay cercanía a los ríos la tierra es muy ácida y se come los huesos. Lo único que queda son los dientes, que aguantan altas temperaturas de radiación y sol. Tenemos un caso donde a partir de un solo diente con un diamantico, hemos podido determinar la identidad de esa persona con el 99,99% de certeza. Sabemos que estuvo ahí, la torturaron, la volvieron nada, pero se pudo aclarar y entregar a su familiares. Con ayuda de las alcaldías, a ellos los acompañamos con un apoyo psicológico. Las ONG y las universidades también nos apoyan. Acá en Antioquia estamos muy organizados en ese sentido.
-¿Cuáles son las mayores dificultades del trabajo en campo hoy?
-En Colombia tenemos un flagelo: las minas antipersonales. Gracias a Dios no nos ha pasado nada pero sí han volado los perros que nos acompañan a olfatear. Hay muchas áreas a las que no podemos entrar porque están minadas. Sólo ingresamos cuando el Ejército dice que hay seguridad. Hemos encontramos minas de aluvión con catorce cuerpos, fosas con siete u ocho personas. Lo que ha pasado aquí no ha pasado ni en Bosnia. A principios de año hicimos una labor con la alcaldía. Vinieron antropólogos de todo el mundo. Nos cobraban unos 5 millones de dólares. Dijimos: “dénnos una retroexcavadora y lo hacemos gratis. Consideramos que podemos hablar con propiedad de exhumaciones en Colombia. Nosotros mismos hacemos el hueco en la tierra. Una labor promedio lleva cuatro horas, cuando a un equipo en Estados Unidos le lleva tres días.
-¿Qué herramientas usan?
-El pico, la pala y el palustre (paleta de albañil). Están los georradares, pero en mi experiencia, para encontrar a un desaparecido lo mejor que hay es el pico y la pala. Para dar una idea: para encontrar un cuerpo hay que exhumar entre 200 y 300. Es difícil, pero lo vamos haciendo.
-A veces va al terreno con los victimarios que aportan información sobre para localizar los cuerpos: ¿cómo es la relación con ellos?
-Es una relación cordial, amable, respetuosa. Tiene que ser así porque terminamos comiendo y a veces durmiendo todos juntos, el equipo con el ejército y los que pertenecieron a la guerrilla. Nunca me voy a olvidar en una exhumación, cuando viajamos con “Dibujito”, un desmovilizado de las Farc, y los padres de las victimas (tienen derecho a estar presentes en la exhumación): dos mellizos a los que había asesinado. Cuando terminamos de hacer el hueco, ahí estaban los dos hermanos, desmembrados. El exguerrillero se arrodilló y pidió perdón a los padres, que ya eran ancianos. El hombre le dijo: “Levántese mijo, yo ya lo perdoné”. Ellos me enseñaron el grado de perdón más grande que puede existir.
-¿De qué modo priorizan los casos?
-Para nosotros todos los desaparecidos son iguales. Buscamos en la medida que van llegando datos firmes y según el avance de las investigaciones. Armamos los equipos de criminalística y arrancamos cuando tenemos la seguridad del Ejército y la Policía para acompañarnos. Hay investigaciones más fáciles, por ejemplo, cuando el hecho es más reciente. Desenredar qué ha pasado hace 20 años, tirar de esa punta del ovillo, es mucho más difícil. Hace poco estuvimos en La Viborita, y teníamos información de 14 cuerpos masacrados hace muchos años. Pero lo único que hallamos fue una vasija precolombina en el lecho.
-¿Cómo es la relación con las familias en la exhumación? ¿Y con las creencias de cada una?
-Nosotros respetamos la cultura y creencias de cada uno. Llegamos y rompemos el hielo. Respetamos las tradiciones. Los indígenas quieren estar solos un rato, hacen sus rituales, nos invitan a unas bebidas que tenemos que tomar también. En las zonas indígenas hay que pedirle permiso al gobernador de la tribu para excavar. Si dice que no, no podemos tocar ese cuerpo. Nos ha tocado también encontrar cuerpos enterrados con magia negra, sacar muñequitos del foso.
-¿Existen cuerpos identificados que nadie lo reclame?
-Eso es importante: hasta ahora, siempre hemos dado con un familiar, si no son los padres o el tío, siempre aparece un primo o alguien. Por otro lado, como tenemos muchos NN, hacemos jornadas de toma de muestras de ADN, vamos a los pueblos y les tomamos sangre a todos los familiares que tienen desaparecidos. Lo hacemos con tarjetas que luego cargamos en un software y lo comparamos con esos restos que tenemos como NN, cruzando bases de datos.
“Cuando encontramos los restos, es una alegría triste”
-¿Cómo es la entrega de los restos y qué peso tiene para usted?
-Cuando tenemos ya varios cuerpos para entregar, hacemos unas ceremonias que tienen el carácter de diligencia judicial. Las hemos ido puliendo, mejorando, apuntando a que sea algo más privado. Cuando entregamos los restos, es una alegría triste. Uno lo quería encontrar vivo, pero al menos a esa señora de 80 años, que todavía tiene la habitación tal como la dejó el hijo, uno puede ir y decirle acá está, esto es lo que pasó. En una fosa uno realmente puede darse cuenta y reconstruir los hechos. Si hubo violación, si los amarraron con cadenas, si les hicieron cavar el foso antes de matarlos, si les pasó un tractor por encima. Es muy duro pero es un trabajo bonito.
-¿En qué le han afectado las 735 exhumaciones?
-De pequeño mi mama y mi papá me lo dieron todo. Este trabajo fue salir dela burbuja en que uno vive, ver la realidad. Yo me apego a Dios. Y el tiempo que estoy fuera del trabajo o distruto con mi esposa y mi hija, y con las victimas. Me gusta mucho lo que hago. Tengo relación cordial con madres, padres, guerrilleros y paramilitares.
-¿Esto es algo que sigue pasando?
Sí, las desapariciones siguen ocurriendo, El último desaparecido es de ayer. Le echan ácido para que queme más. Las incineraciones son frecuentes. Los cascos urbanos también forman parte del terreno a explorar. Debajo de un restaurante en San Carlos encontramos restos enterrados a 50 metros.
-¿Qué casos se judicializan?
-Todos. Nosotros decimos cómo, cuándo, dónde, quién. Cada caso es enviado al fiscal. Uno acá pierde la capacidad de asombro. Pero hay que mantenerla. Uno sabe que está desmembrado, descuartizado, y nunca nos hemos podido acostumbrar a eso.
-¿Cree en Dios?
-Sí, soy un hombre creyente, católico. Y después de ver todo esto me he apegado más a Dios.
-¿Lo ha visto todo?
-No, queda mucho por aprender. Antes no creía eso, pero ahora creo que las almas nos han protegido. Nosotros hemos sufrido dos atentados. Nosotros nos desplazamos casi siempre de noche por cuestiones de seguridad. Nos acompañan el Ejército y la Policía. Una vez nos dispararon. Otra íbamos en el carro y estalló una bomba. Si hubieran explotado las tres que nos habían puesto, no hubiera quedado nada del vehículo. Todas las noches rezo un padrenuestro a los espíritus de las personas que murieron. Soy devoto de las almas.
Esta entrevista fue realizada colectivamente en el marco del Taller Memoria en Vivo, periodismo sensible a los conflictos, organizado por la Deutsche Welle Akademie y la Facultad de Comunicación de la Universidad de Antioquia.