Publicamos acá la ponencia presentada por Javier Tolcachier en la primera mesa del Simposio Internacional «Hacia el descubrimiento de lo Humano», organizado por el Centro Mundial de Estudios Humanistas en su capítulo Latinoamericano, en Santiago de Chile, en la sede del Congreso Nacional.
«Agradecemos a los organizadores la posibilidad de estar aquí con Uds., en este intento por comprendernos un poco más, por aprender algo más sobre nosotros mismos. Agradezco a todos Uds. por venir. Sin vuestra presencia, nuestra presencia aquí no tendría sentido. Me acerco así, sin rodeos, a presenciar y presentar una ineludible característica humana, la intersubjetividad.
Este modo interpersonal y social de estar en el mundo no es un mero coexistir en espacios estancos e incomunicados entre sí. Por lo contrario, lo intersubjetivo es de una estructuralidad tal, que todo cambio en su interior, nos transforma, todo lo que en ello se mueve, nos conmueve.
Esta sencilla comprobación está provisoriamente obnubilada por un sistema individualista que induce a creer que cada uno de nosotros es absolutamente independiente, que nuestra vida es algo exclusivo y privado. Esta creencia estéril, cuyas muestras de inhumanidad son manifiestas, demuestra por el absurdo como es que lo humano anida en la vereda opuesta, en la de la conexión con otros, la interdependencia y la solidaridad. Sin embargo esta verdad, como veremos ahora, es aún parcial y no alcanza con ella para definir cabalmente a lo humano.
Antes de continuar con la exposición, es necesario que nos presentemos y como el que aquí habla, lo hará intentando mirar las cosas desde la perspectiva del Nuevo Humanismo o Humanismo Universalista, es imprescindible que presentemos al fundador de esta corriente, el Maestro Silo.
En esta misma casa, hace apenas poco más de catorce años, en ocasión del acto fundacional de la Regional Humanista Latinoamericana, el compañero siloísta italiano Salvatore Puledda trazó una emotiva y muy completa semblanza de aquel extraordinario ser humano. Junto a enumerar algunos de los aportes de Silo a los distintos campos del conocimiento en aras de la transformación humanizadora, destacó entre sus atributos la bondad, la paciencia, el buen humor y la compasión que lo caracterizaban. Luego de describir a Silo como pensador de alcance mundial y mencionar su audacia intelectual y su empuje revolucionario, finalizó aquel homenaje diciendo: “Silo es un guía, un iniciado, alguien que posee una llave para abrir la puerta del mundo del espíritu.”
Si es que algo se puede agregar, diremos que Silo es la viva demostración de cómo los actos humanos pueden trascender, excediendo largamente los márgenes estrechos de la existencia corpórea. Así, ¡saludamos y agradecemos la obra del Maestro, muy vivo y presente en esta sala!
En esta misma ciudad, el 23 de Mayo de 1991, en ocasión de presentar su Pensamiento y Obra literaria, acaso aludiendo críticamente a la aún vigente visión aristotélica del animal social y racional, Silo explicaba:
“Me es insuficiente la definición del hombre por su sociabilidad ya que esto no hace a la distinción con numerosas especies; tampoco su fuerza de trabajo es lo característico, cotejada con la de animales más poderosos; ni siquiera el lenguaje lo define en su esencia, porque sabemos de códigos y formas de comunicación entre diversos animales. En cambio, al encontrarse cada nuevo ser humano con un mundo modificado por otros y ser constituido por ese mundo intencionado, descubro su capacidad de acumulación e incorporación a lo temporal; descubro su dimensión histórico-social, no simplemente social. Vistas así las cosas, puedo intentar una definición diciendo: “el hombre es el ser histórico, cuyo modo de acción social transforma a su propia naturaleza” (fin de la cita).
En otro trabajo referencial, conocido como “Acerca de lo Humano”, Silo escribe: “Y bien, ¿qué define a lo humano en cuanto a tal?, lo define la reflexión de lo histórico-social como memoria personal. Todo animal es siempre el primer animal, pero cada ser humano es su medio histórico y social, y es, además, la reflexión y el aporte a la transformación o inercia de ese medio.” (fin de la cita)
Pero, ¿cómo es posible que alguien reflexione sobre algo? Magnifiquemos el problema: ¿Cómo es posible que un ser reflexione sobre sí mismo? Y más aún, ¿cómo es que ese mismo ser puede reflexionar sobre este asunto de la reflexión sobre sí mismo?
Para que esto sea viable, tendrá que existir una mirada que mira y algo que es mirado por ella. Inobjetablemente, tendrá que haber una perspectiva entre aquello que observa y el hecho mismo, una distancia. Así descubrimos la interioridad humana, ese espacio interno en el cual se desenvuelven todos estos fenómenos.
Y si este espacio existe, habrá en él diversos planos y profundidades. Si nos proponemos descubrir lo humano, habrá que quitar aquello que empaña nuestra humanidad, habrá que develarla, corriendo todo velo que amenace oscurecerla.
En este transcurso, seguramente emparentado a las reducciones eidéticas y trascendentales tan caras al platonismo y la fenomenología, podremos sumergirnos infinitamente en los pliegues de nuestra propia humanidad, acaso llegando a nuestro esencial Ser. Este trayecto, quizás complejo en apariencia, fue puesto por Silo al alcance de todo ser humano en una sencilla pregunta que cualquiera puede hacerse cotidianamente. “No dejes pasar tu vida sin preguntarte ¿Quién soy?”, es una sugerencia que nos coloca ante la evidencia de nuestra
interioridad, despejando súbitamente la ilusión de confundir lo humano, reduciéndolo a su mera corporeidad.
En esa espacialidad interior, veremos cómo asoma con fuerza de siglos, la memoria del proceso humano, la acumulación histórica que han construido sucesivas generaciones y que constituye ya parte de nosotros mismos en el preciso momento en que nacemos. A poco de sumergirnos en esa experiencia de la temporalidad, vemos emerger una certeza aún más poderosa. Nuestra vida se orienta hacia el futuro. La intencionalidad que caracteriza a nuestra conciencia tiende permanentemente en infinitas búsquedas hacia objetos mentales que apaciguen su sed de crecimiento y evolución. Y en esa proyección, sorteando dificultades y resistencias, encontramos la necesidad de liberarnos de condiciones opresivas, la superación del dolor y el sufrimiento, la rebeldía ante la finitud como primerísimo motor. Me pregunto entonces ¿Hacia dónde voy, hacia donde vamos?
En ese transcurso desde lo natural, lo condicionado, hacia lo creativo e indeterminado, veo asomar un ser transformador y que en ese hacer también se transforma. Veo emerger aquel horizonte que da sentido a la vida humana, aquello que en nosotros va al encuentro de la libertad.
La violencia es la negación de esta posibilidad de liberación en el otro y en uno mismo. La violencia, aún existente, nos muestra que somos una especie en proceso, que encontrará un destino superior rechazando, resistiendo, desechando, superando el acto violento. La violencia en cualquiera de sus formas es la expresión de la antihumanidad. El sometimiento de lo humano es siempre fuente de violencia y debemos advertir que este sometimiento comienza siempre con la degradación de lo humano, sea ésta sutil o grosera.
De aquí que no hay otro modo de descubrir lo humano sino poniéndolo como valor y preocupación social central, ofreciendo a todo ser humano sin distinción alguna, sin postergaciones, ni justificaciones, la opción de alcanzar su más alta dignidad y plenitud: la de un ser feliz, útil y libre.
A lo humano en nosotros, entonces, dirijo estas bellas palabras de Silo: “Yo siento en ti la libertad y la posibilidad de constituirte en ser humano. Y mis actos tienen en ti mi blanco de libertad. Entonces, ni aun tu muerte detiene las acciones que pusiste en marcha, porque eres esencialmente tiempo y libertad.
Amo, pues, del ser humano su humanización creciente. Y en estos momentos de crisis, de cosificación, en estos momentos de deshumanización, amo su posibilidad de rehabilitación futura.”
Nada más, muchas gracias.