«Creer o reventar. Pues entonces, reventar»
Isidoro Blaisten
Las siguientes empresas e instituciones proponen que se elimine la palabra «laica» del proyecto de Ley de Educación de la Provincia de Mendoza, República Argentina, en el año 2014 de vuestro señor Jesucristo: Unión de Entidades Empresarias de Mendoza (UEM), Consejo Empresario Mendocino (CEM), Unión Comercial e Industrial de Mendoza (UCIM), Asociación de Empresarios del Carril Rodríguez Peña (ADERPE), Nuestra Mendoza, Fundación Crescere, CONIN, Instituto para la Transformación del Estado y la Sociedad (ITES), Federación Argentina de Bachilleratos Humanistas Modernos (FABHUM), Observatorio de la Convivencia Escolar de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA), Fundación Mente Sana y Red Mendocina Familia y Vida. Juntas dicen formar la Mesa de Encuentro por la Educación de Mendoza.
O sea, «la aristocracia del barrio».
Tía Flora, te cuento algo que, estoy casi seguro, ya sabés. Entonces para qué te lo cuento, dirás vos. Es que yo sé, te conozco bien, que charlás mucho con las vecinas y cuando vas a la peluquería también y sé que lo vas a comentar con ellas (A propósito, tía Flora, ¿podés explicarme por qué en las peluquerías, en los aviones y en las salas de espera de los consultorios se leen las revistas de atrás para adelante?).
El 8 de julio de 1884, hace 130 años, se sancionó y promulgó una ley de educación laica, pública y obligatoria. Lleva el número 1420 y es esa sólida piedra fundamental de uno de los orgullos argentinos desde entonces. Gobernaba el genocida y latifundista Julio A. Roca y el país se preparaba para recibir la ola inmigratoria que hoy nos constituye.
Tía Flora, vos lo vas a explicar mejor, más sencillo, y confío en que no caerás en la discriminación tan en boga en estos tiempos. Sobre todo entre las señoras de la peluquería, casi todas con apellido italiano o español o, inclusive, alguna judía con raíces en el Este europeo. Y ahora, mujeres paraguayas, chilenas, peruanas y bolivianas.
Pero no es una cuestión de flora. Es, más bien, de fauna. Cuando pasen muchos años los antropólogos, arqueólogos y coleccionistas de antigüedades buscarán pruebas que den testimonio del tiempo ido. Y se encontrarán, supongo tía Flora, con este documento que pide retroceder más de 130 años y sólo para defender un negocio bastardo, el del intercambio de conocimientos y valores por dinero.
Llegarán a la conclusión, reunidos en algún congreso multitudinario y fastuoso, que hubo ciertos ejemplares bípedos de nuestra fauna más o menos autóctona que tenían el cuello doblado 180 grados, postura que los llevaba a mirar hacia atrás, muy atrás. No sabrán explicar el por qué de esta anomalía animal, pero sospecharán que esa visión les confundía la vida, al extremo de encontrar vestigios de sus osamentas cubiertas por mantos negros con una H gigante en el pecho y una cruz más grande todavía en la espalda. El bisnieto de uno de ellos, consultado por los expertos, dirá que se duda acerca del significado de la H. Podría tratarse de un juramento textil de fidelidad hacia la «Hostia» o, dicen algunos humoristas amigos de él, la primera letra de la palabra «Hipocresía» con que habrían sido identificados estos seres antediluvianos de comienzos del siglo XXI..
Vos, tía Flora, seguí con lo tuyo. Las flores, tus jazmines, el strudel, la caminata diaria con las vecinas, la jubilación digna, los sobrinos y los libros.
De ellos, de la fauna cavernícola, se ocupa la Señora Historia, como bien dice mi amigo Eduardo.