«Junto a bodegas donde el vino crece
con tibias manos turbias, en silencio,
con lentas manos de madera roja,
vienes volando.»
Pablo Neruda
Hay médicos que no cursaron la materia Ingenio I. La mayoría, me temo. Por eso redactan los certificados mortuorios casi como un hecho burocrático. Paro cardiorrespiratorio escriben. ¡Qué vivos! (ya sé, es un chiste malo), si cuando alguien se va para los campos no elíseos el corazón se detiene y la respiración también. Nadie sabe de qué se muere el que se muere, porque la soledad es la única compañía segura para esos menesteres. Lo comenté con vos, Emilio, en varios cafés y vinos compartidos (los tuyos invariablemente tintos, los míos, blancos y muy poco). Hasta tratamos de imaginarnos cómo habría sido el instante fronterizo del Negro Fontanarrosa. Al divino botón. Y ahora yo me desespero por preguntarte, pero sé que no hay mejor respuesta que la experiencia propia y no tengo ningún apuro. Más bien al contrario. Me quedan, nos quedan, Emilio, muchos sábados a la sombra del sol de los amigos, muchos cumpleaños por recordarte cada 3 de julio, tantas cosas por festejar, tanta belleza femenina por suspirar que ni borrachos vamos a dejar que la Parca nos visite.
Sin ir más lejos, ayer a la noche estuve a punto de llamarte para compartir la alegría por Dilma, por Brasil y Uruguay, por todos los pobres de nuestra matria grande. Y empezaste a faltarnos. Es que aunque el expediente fúnebre cumpla su función nadie va a confesar que te fuiste en alcohol y tabaco porque así lo decidiste. Desde tu abdomen cervecero y tus bigotes pintados de nicotina, tu carcajada corta y aguardentosa, como los cuentos y relatos que, generosamente, nos regalaste a semanazo limpio.
Ya se ha escrito acerca del viaje tuyo, Emilio. Y está bien, cada fibra humana que tocó tu literatura tiene algo que decir y decirte. Aunque vos ya seas ceniza guardada. Pues me cago en la originalidad, esa seductora señora siempre vestida (o desvestida) para impresionar. No quiero ser original, no esta vez, no con vos que me tenés rejunado para estas lides de las letras.
Tus amigos seguiremos esperándote en el café. O esperando el mensaje que diga: «Me quedé escribiendo hasta tarde, no voy. Pórtense mal».
En fin, Emilio. Ahora me pregunto quién va a corregir mis textos, quién va a contarme tus fabulosos levantes, tus coitos espectrales con minas resucitadas, tus viajes a Villa Las Luces, las inundaciones en estos parajes de sequía infinita, tus incendios purificadores, tus proyectos infantiles con Laura y las malditas efemérides vendimiales, las que se llevaron a Silvia.
Me consuelo con Neruda, con la poética mentira de que vendrás volando, cigarrillo en mano, sólo y solitario. Y el consuelo entonces también se me hace ceniza.