Reclamar Igualdad siempre ha venido sonando a lucha contra poderes externos.
Descubro que luchar por la Igualdad tiene otra mitad perteneciente por completo al sentir y al ensoñar interno.
Nuestra aspiración de igualdad entre los seres humanos parece querer superar solamente el clasismo, el mirar por encima del hombro de aquellos pobres que se han sentido superiores, así como aquellos otros que llevaron el sentimiento de minorización en sus corazones.
Si buscáramos una expresión sencilla que evitara la terminología ideológica para esa aspiración de igualdad, quizás serviría decirnos que se trata del sentimiento de ser uno/a más. Ser uno/a más en un futuro contexto en el que nadie esté ya por encima ni por debajo de otro, ni nada se ponga por encima del ser humano concreto, ni dioses, ni leyes, ni axiomas, ni karmas, ni ciencias…
Pero decía “parece querer superar solamente el clasismo”, porque descubro que impacta también igual de fuerte sobre lo que podríamos llamar el “viejo amor”. Ese ensueño generalizado en el que uno/a esperaba que alguien le/a coloque en el centro del universo, como ser único y maravilloso, como rey del corazón de otro/a, como aliento imprescindible para que otro pueda seguir respirando, ya sea como conyuge o amante, como padre o madre, como líder o guía, como genio creativo o tenaz labrador…
Al plantearle a quien todavía aspira a ese “viejo amor” lo del “ser uno/a más”, se encienden todas sus alarmas, como si del mismísimo demonio se anunciara la aparición. El ser uno/a más se le aparece como su máximo anti-valor, como la síntesis de su temor, como el desvanecimiento de su ensueño principal mediante el cual se dice “yo soy romántico/a”.
Me atrevo pues a proponer la noción de “nuevo amor” para aquel sentimiento que aspira valientemente a diluir su potencia afectiva en el “ser uno/a más”, y desde ese incipientemente nuevo marco dar y recibir su bondad y la de otros/as, su fuerza y la de otros/as, y su sabiduría y la deotros/as.