Ponemos contexto a las impresionantes imágenes de decenas de miles de manifestantes bloqueando el centro financiero de Hong Kong.
Las profundas desigualdades sociales han hecho que cunda el descontento entre la población hongkonesa en los últimos años.
Las protestas suponen el mayor desafío político a Pekín lanzado desde Hong Kong desde que el territorio fuera cedido a China por el Reino Unido en 1997.
Por Carlos Sardiña para eldiario.es
Hong Kong se ha convertido en la última semana en un hervidero de protestas, cuya magnitud ha pillado por sorpresa tanto a las autoridades locales como al Gobierno chino. Lo que había empezado como una protesta mayoritariamente estudiantil se ha convertido desde el pasado domingo en un movimiento mucho más generalizado cuando la policía trató de dispersar a los estudiantes usando gases lacrimógenos y gas pimienta.
La represión sólo sirvió para avivar las protestas y, desde entonces, algunas de las principales calles de la ciudad están ocupadas por estos «indignados» hongkoneses en lo que se ha dado en llamar la “revolución de los paraguas”, ya que eso fue lo que los manifestantes los utilizaron el domingo para protegerse de los gases empleados por la policía.
Decenas de miles de hongkoneses decidieron unirse a las manifestaciones, convocadas por Occupy Central, un movimiento liderado por un profesor universitario de Derecho, un sociólogo y un pastor baptista, y organizaciones estudiantiles como Scholarism, para pedir un Hong Kong más democrático. Las protestas han adquirido una fuerza que ni siquiera sus organizadores habían esperado. De hecho, hace un mes, Benny Tai, uno de los líderes de Occupy Central, afirmaba en una entrevista para Bloomberg que la campaña de desobediencia civil estaba siendo un fracaso dos días después de haber comenzado.
La exigencia de los organizadores ha sido muy clara desde el principio: la instauración de un auténtico sistema de sufragio universal por el cual los hongkoneses puedan elegir directamente a sus gobernantes en las elecciones de 2017. Desde que el Reino Unido cedió su antigua colonia a China en 1997 bajo el sistema de “un país, dos sistemas”, los candidatos son preseleccionados por el Gobierno chino en Pekín, asegurándose de ese modo que siempre gobierna el enclave un político afín a los intereses del Partido Comunista Chino.
Ahora también exigen la dimisión del jefe ejecutivo del territorio, Leung Chun-ying, un personaje cercano a la adinerada oligarquía hongkonesa y a Pekín. Leung ha sido acusado en numerosas ocasiones de haber pertenecido al Partido Comunista clandestino de Hong Kong y, de ese modo, haber ganado la confianza de los dirigentes en Pekín y construido su carrera política; acusaciones que él siempre ha negado. En cualquier caso, Leung es visto por muchos hongkoneses como un mero títere de Pekín y es posible que, como tal, “su dimisión carezca de importancia”, como señalaba el analista Philip Bowring al diario británico The Guardian.
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Un movimiento sin líderes claros
El personaje más conocido de las protestas probablemente sea el joven estudiante de 17 años Joshua Wong, uno de los líderes de Scholarism, que fue detenido el pasado viernes y puesto en libertad el domingo, tras lo cual volvió a ponerse al frente de su organización. Pese a su juventud, Wong es ya un veterano activista: en 2012 lideró una campaña de desobediencia civil en la que cien mil conciudadanos tomaran las calles y consiguieron impedir que las autoridades introdujeran en las aulas hongkonesas un programa de estudios de “educación nacional” diseñado para exaltar las virtudes del Partido Comunista Chino.
Sin embargo, pese a las caras conocidas de Occupy Central y Scholarism, y al igual que otros movimientos ciudadanos recientes como el 15M español o el Occupy Wall Street estadounidense, las protestas carecen de líderes claros y no están organizadas por un solo grupo. Esa acefalia ya ha suscitado las habituales críticas de que el movimiento carece de dirección: el miércoles, el influyente diario South China Morning Post publicaba un editorial en el que hacía un llamamiento a los líderes de los partidos políticos prodemocráticos para que asuman el liderazgo de las manifestaciones y encaucen sus demandas.
Bajo las exigencias de un Hong Kong más democrático subyace un profundo malestar ante las brutales desigualdades sociales del territorio y la creciente falta de oportunidades para la mayoría de sus habitantes. Hong Kong siempre ha sido próspero y es uno de los principales centros financieros del mundo, pero se calcula que, el año pasado, 1,3 millones de sus habitantes (el 19,6 por ciento de la población total) vivían bajo el umbral de la pobreza. Hong Kong tiene un coeficiente Gini, que mide la desigualdad de ingresos, de 0,53, el más elevado de todas las economías desarrolladas del mundo.
De colonia británica a colonia china
La brecha entre ricos y pobres no ha hecho más que crecer desde que el Reino Unido cedió en 1997 Hong Kong a China. En 1984, los gobiernos chino y británico acordaron los términos de la cesión del territorio a China, sin ninguna consulta a la población hongkonesa. Para apaciguar los temores de que Hong Kong fuera totalmente absorbida por el sistema político chino, Hong Kong tendría un estatus administrativo diferente al del resto de China, con lo que disfrutaría de una serie de libertades (por ejemplo, de prensa) impensables en la China continental y un Gobierno semi-autónomo.
Ese arreglo también beneficiaba al Gobierno Pekín, que quería convertir Hong Kong en su ventana financiera al mundo. Pero el Gobierno chino necesitaba mantener la colonia bajo control; por lo que mantuvo el sistema colonial de designación del jefe ejecutivo (el gobernador del enclave) y del poder legislativo hongkoneses y, aunque en 1990 se comprometió a que en algún momento serían elegidos por sufragio universal, no llegó a fijar una fecha determinada y ha evitado la cuestión desde entonces. Desde el traspaso, Pekín hace y deshace a su antojo en la escena política hongkonesa.
Mientras tanto, el Partido Comunista Chino cultivó una fuerte alianza con los oligarcas hongkoneses con el doble objetivo de controlar la economía y, después de las protestas de Tiananmen de 1989, tener fuerza suficiente para desactivar cualquier movimiento pro-democrático que pudiera surgir tras el traspaso. En este contexto, las protestas de estas semanas no son las primeras que se producen desde el traspaso hace 16 años, pero suponen el mayor desafío al que se enfrenta el Gobierno chino en Hong Kong desde entonces.
Manifestantes chinos se cubren la cara mientras protestan por la democracia en Liberty Square. Foto: Chiang Ying-ying/AP
El Gobierno chino y el sector financiero se ponen nerviosos
Las protestas también están afectando a los mercados financieros de toda Asia, y sus efectos incluso se están haciendo notar a nivel global, como no podría ser de otra forma tratándose Hong Kong de la tercera capital financiera del mundo. En este caso, los intereses y preocupaciones del Partido Comunista Chino y las grandes compañías financieras son coincidentes. Ya a finales de junio, las cuatro mayores auditoras del mundo publicaron un anuncio conjunto en varios periódicos hongkoneses advirtiendo del peligro que podía suponer Occupy Central para los mercados financieros.
Pekín ya ha anunciado que se niega a ceder en ninguna de las demandas de los manifestantes y ha acusado a los organizadores de “extremistas” y de servir a “intereses extranjeros”. Pekín reprime duramente cualquier muestra de disidencia y el fantasma de la masacre de Tiananmen en 1989 está muy presente en la mente de muchos.
No obstante, conscientes de que no se pueden permitir un baño de sangre en una capital financiera mundial como Hong Kong, los líderes chinos parecen haber adoptado una estrategia diferente. Descartada la opción de enviar al ejército chino a las calles del territorio autónomo, se cree que el Gobierno chino, liderado por el todopoderoso Xi Jinping, ha ordenado al jefe ejecutivo Leung Chun-ying que no emplee la violencia para sofocar las protestas y que espere a que la población se canse y deje de apoyar al movimiento.
En cualquier caso, las autoridades chinas están haciendo todo lo posible para que no se produzca un efecto de contagio en el resto de China. Los medios de la China continental, todos controlados por el Gobierno, critican invariablemente las protestas en Hong Kong y a sus organizadores, la red social china Weibo censura cualquier comentario sobre las mismas y la policía china ya ha detenido a trece personas por apoyar las manifestaciones.
Muchos hongkoneses saben que estas semanas podría decidirse la posibilidad de que Hong Kong llegue a ser una democracia en el futuro, pero el Gobierno chino también es consciente de que no sólo está en juego su control sobre Hong Kong, sino el mantenimiento del status quo en toda China.