El legado de uno de los iconos del siglo XX continúa sujeto a los idiosincráticos intereses de la industria del disco.
Cuando Martin Luther King fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz, los motivos de la elección parecieron menos difusos que en otras ocasiones. Con un discurso impoluto, de marcada metáfora cristiana, coronó la Marcha de Washington ante unas 250.000 personas con el archiconocido “I have a dream”, uno de los discursos fundamentales de la historia política.
El sueño del doctor King es el símbolo de un movimiento por la justicia social. El fruto de su reflexión maduró la Ley de los Derechos Civiles promulgada el 2 de julio 1964 y la Ley del Derecho al Voto un año después. Extrañamente, este documento de vital importancia no pertenece al dominio público. Para entenderlo, debemos retroceder hasta 1963.
Como todo el mundo sabe, el discurso de Martin Luther King fue grabado por radios y televisiones. Meses después de la marcha, MLK denunció a la 20th Century Fox por vender copias ilegales de su famoso alegato. El doctor King no quería dinero por la difusión de su discurso; la denuncia pretendía frenar el afán lucrativo de una de las grandes compañías norteamericanas. Varias décadas después, los descendientes denunciaron a la CBS por la inclusión de un fragmento del discurso dentro de un documental y ganaron. Los argumentos se basaban en que la disertación de MLK fue un acto para los medios de comunicación, no para el público, por lo tanto se trataba de una publicación limitada. Sus intenciones eran muy distintas.
La familia se apodera del discurso
A partir de este momento, los descendientes del malogrado activista se hacen con el control de este discurso hasta que llegan a un acuerdo con EMI en 2009. Dos años después, EMI fue absorbida por Sony Music Entertainment. Según los casi infinitos términos del copyright actual, los herederos poseen derechos hasta el año 2038. Todos estos movimientos derivan en una consecuencia última que seguramente les sea familiar: el público paga.
Desde entonces, se han suprimido muchos de los vídeos que contenían este documento (hay un par de ellos con subtítulos en español, a la espera de ser suprimidos quizá). Desaparecerán todos los que no sean del gusto de sus dueños legales; siempre queda la opción de escuchar parte del discurso incluido en el desconcertante hit One Day, de Bakermat, discotequeo comprometido por la igualdad racial de la cantera Sony. La familia de King da permiso para utilizar los derechos en determinados casos como estos, siempre y cuando antes se pague lo convenido.
La protección intelectual, paradójicamente restrictiva
Como ocurre en casos menos sangrantes, la propiedad del documento es una barrera artificial contra el libre acceso a la cultura. Uno de los mayores problemas es que desde 2011 leyes como la SOPA o la PIPA protegen los intereses pecuniarios de las grandes empresas. A pesar de las evidentes diferencias, hay quien compara el sistema de propiedad intelectual norteamericano (y por extensión el occidental) a la muralla de la censura informativa en China.
Es cierto que lo que buscan estas medidas es una rentabilidad económica para la cultura que producen y una estabilidad para sus creadores. En ocasiones como ésta, sin embargo, en la práctica lo que ocurre es que restringe el acceso al patrimonio humano e impide la necesaria difusión. Internet suprime los límites, pero no la legislación; nosotros podemos encontrar con cierta facilidad el discurso de MLK. Esto no quiere decir que sea lícito reproducirlo, por ejemplo, en un aula llena de alumnos o un discurso electoral. No sin pasar por caja y, a veces, ni siquiera.
Resumiendo: hoy celebramos el 50 aniversario de la entrega del Nobel de la Paz a un hombre que lo merecía, pero no podemos subir a Internet o difundir su palabra porque, en cualquiera de sus formatos, es ilegal. La única excepción es el derecho a la cita, en su versión norteamericana que nos permite subir un pequeño porcentaje del documento que estemos tratando. Por ejemplo, los 30 segundos de audio que encontramos en la Wikipedia sobre el discurso. La otra opción es llegar a un acuerdo con la familia.