Muchas gracias queridos amigos, por esta invitación a presentar el libro “A quien quiera escuchar” y rescatar el modelo de acción  de la diputada humanista Laura Rodríguez.

El origen del  Partido Humanista, nos remite a un momento histórico extraordinario. El   fin de la guerra fría y el inicio de la globalización.  Entre 1984 fecha de creación del Partido Humanista, hasta 1990 fecha  en que Lala es electa diputada, pasaron sólo seis años. En esos seis años desapareció  la Unión Soviética y ese hecho distendió la tensión bipolar de dos superpotencias que estaban al borde del colapso nuclear. En ese peligroso momento, el partido comunista soviético liderado por Michael Gorbachov, decidió  iniciar un desarme nuclear progresivo y además permitir la autonomía de los países satélites de Moscú. Ese significativo momento histórico  dio paso al periodo actual de mundialización y de  globalización económica.

La creación del Partido Humanista  ocurría  en esta  misma época, mientras se sucedía este  gran cambio en  la humanidad.    En los  20 años siguientes a esos sucesos,  la aceleración de la informática y de la tecnología de comunicaciones, los avances de la  genética y de la exploración de vida extraterrestre, las inmigraciones masivas intercontinentales, nos arrastran  al momento crítico actual, quizás mucho más peligroso al de esos  últimos años de la guerra fría.

En Chile durante esos mismos seis años, mediante un plebiscito se derrotaba a la dictadura militar, sin nosotros imaginar en ese entonces,   que sería remplazada por un nuevo tipo de  dictadura mundial, abstracta e impersonal: la  dictadura del dinero. Ella gobernaría  no sólo a Chile, sino al mundo entero hasta el momento actual.

Ese tiempo fue una especie de bisagra de la historia entre  un  mundo del pasado y un mundo del futuro; en ese interregno  aparece el Partido Humanista con las siguientes premisas fundamentales:   1)  El ser humano como máximo valor social.  Considerando como antihumanismo  a cualquier, creencia religiosa, o modelo social, o ideología, que para  imponerse requieren  restringir la libertad o amenazar la vida humana.   2) Proclamar la igualdad de derechos y oportunidades para todo ser humano en cualquier región del planeta. 3) La libertad de opción, para elegir el modo de vida que cada cual prefiera, y reclamar contra cualquier discriminación sea por razones económicas, raciales, de género,  étnicas, o culturales.  4) Proclamar la libertad de pensamiento y de investigación  y sospechar   de cualquier verdad que se presente como absoluta. 5) Repudiar toda forma violencia, no sólo la violencia física o el hecho armado de la guerra, sino  también la violencia económica, la discriminación racial o religiosa, el chantaje de una moral y la manipulación psicológica.

El problema era y sigue siendo como se levantan principios éticos, valores morales en un mundo en que las cosas que se dicen no son las que se hacen. Porque ahora resulta que la violencia está llegando a límites insoportables;  pero no se está dispuesto a reconocer, la relación que existe entre el armamentismo, la ocupación de territorios,  la mala relación con los países vecinos, la violencia económica del sistema financiero, la discriminación con los pueblos indígenas, no se lo relaciona con la violencia común, la intrafamiliar, la educacional y las numerosas formas de angustia, depresión y pánico cotidianos. Cómo podría el Partido Humanista levantar valores en el mundo de la mentira, de la hipocresía, donde el más poderoso, el mas rico, el más exitoso es el héroe social, sin importar  a cuantos pasó a llevar para alcanzar esa posición.

La respuesta del Movimiento Humanista fue muy simple. Tan simple que a veces  no se cree que es una respuesta: “Podemos levantar estos valores humanistas si partimos llevándolos a nuestra propia vida y a la de nuestro medio más cercano. Desde allí desde lo próximo e inmediato, desde la coherencia entre lo que decimos, sentimos con lo que hacemos,  se coincidirá con la sensibilidad del futuro, de ese mundo que está por venir”.  Esta forma de poner el planteo social y político priorizando la coherencia y la solidaridad con lo más  próximo e inmediato, nos puso a distancia de la política común.

Nuestra formación, la de Lala, la mía y de todos los humanistas que creamos el partido en 1984, era principalmente psicológica y espiritual; aprendimos a reconciliarnos con nosotros mismos y con nuestros seres queridos,  a eliminar las contradicciones internas y a hacer crecer la unidad y la paz interior.  Nuestra búsqueda era y es la superación de la violencia y el sufrimiento en nuestras vidas y en la sociedad que nos toca vivir.

Pero algo especial empezó a suceder con   Lala  a partir  de la campaña electoral de 1989. Al igual que cualquier candidato humanista recorrió las casas de las comunas de Peñalolén y La Reina, con un cuadernito. Allí anotaba los problemas que vivían las personas y familias que visitaba. Tomaba nota de sus problemas de la vida concreta;  de los maridos que les pegan a las señoras o que las abandonan, de la falta de intimidad  debido al  hacinamiento, del  tiempo que tarda llegar a la casa después del trabajo, de los jóvenes cesantes pateando piedras en las esquinas, de los viejitos con pensiones vergonzosas, del hijo o el marido que se llevaron los milicos y todavía no vuelve. En fin. No eran estadísticas, en las cuales ella era una ingeniera experta. Esa realidad humana plasmada en un cuadernito, con nombres y apellidos, taladró su alma y la indignó. Cuando salió elegida vino lo peor;  comprendió que ella no podría transformar nada, ni ella ni los políticos podrían. Se dio cuenta que lo que se vivía en la comuna se originaba en un sistema de concentración de poder  y de control   bastante global, en que hasta el Presidente tenía muy poca injerencia.

Con Silo, el inspirador de este punto de vista, conversaba a menudo y  con él diseñaron la proyección de un  liderazgo social. Un líder no lo es por aparecer  en los medios de comunicación, sino  porque la gente le cree y lo lleva a su corazón; es líder porque por su voz, es la gente la que habla.  Silo nos trasmitía que los cambios de un sistema, de las estructuras sociales, se logran sólo cuando  la gente lo necesita y así lo quiere; no los hacen los políticos,  sino la inspiración de los conjuntos y de los pueblos. Son las personas las que hacen los cambios verdaderos, y lo pueden hacer si encuentran la  fe en sí mismos de que eso es posible. Lala entendió que su función era despertar la fe interna de la gente y ayudarla a organizarse para que por sí misma logre los cambios que necesita. Más allá del éxito o fracaso de este intento,  esta dirección de la acción les ayudaría a recuperar la dignidad y el sentido de sus vidas. Esta fue la misión de nuestra diputada, del equipo que la acompañó y del Movimiento Humanista que se involucró de lleno en el proceso de recuperación de la democracia en Chile.

Se comenzó a organizar a la gente en torno a sus necesidades concretas en lo que se llamaron los “Centros de acción”. Centros de acción de la vivienda, de la salud, de la educación. Allí se discutían propuestas y con ellas se presionaba a las autoridades. La diputada hacía de puente entre el poder y los pobladores, llevaba a los ministros a los centros de acción, o los acompañaba a protestar  frente a los ministerios.  El valor de la organización, de la solidaridad, de lo conjunto, eran temas de reflexión al tiempo que se avanzaba en  la acción.  En un sistema individualista, organizarse es  lo subversivo;  en un sistema violento, la no violencia activa, crea conciencia de la violencia y amplía la participación.

Lala a su vez, tenía que convertirse en una referencia moral haciendo coincidir lo que decía en público, con lo pensaba y hacía en la intimidad. Fue advertida de que resistir las críticas lo hace cualquiera, pero lo importante era resistir los aplausos y los halagos. Tenía que encontrar una vacuna para  el  “virus de altura”; y la encontró; la llamó  “el cable a tierra”, que consistía en mantener el contacto con la  gente concreta, con sus esperanzas y  frustraciones, con el dolor humano, pero también  con su alegría.

En Peñalolén y La Reina, al igual que muchas comunas populares, las mujeres son  jefas de hogar, están cargo de los hijos y del pan de cada día.  No sólo  recaía en ellas el peso de la familia, además eran discriminadas por el estado y por la iglesia. Para protegerlas es que peleo por la ley de divorcio, y por el fin de la discriminación de los hijos, llamados en esa época ilegítimos.  Porque esas mujeres eran en su mayorías empleadas de casa particulares,  comprendió que había que modificar la ley laboral para que se las respetara. Porque muchas de esas empleadas eran mapuches es que tuvo que involucrarse en los derechos de los pueblos originarios.  Cada situación concreta de Peñalolén tenía una raíz común con el problema de la gente de cualquier comuna.  Esto tuvo como consecuencia que aun centrándose en los barrios de donde era diputada, su labor tuviera una resonancia nacional.  Lala se humanizaba, mientras ayudaba a humanizar la sociedad.

Un día cualquiera llegó su veredicto: el cáncer no pudo ser detenido y mataría su cuerpo en muy corto plazo. La operación del  tumor al cerebro le produjo periodos de convulsiones muy poco simpáticas, pero a esta altura una fuerza de otro mundo parecía acompañarla.  Enfrentó su temor a la muerte, y fue relatando en entrevistas de tv y medios de prensa escrito, sus reflexiones y experiencias. Decidió compartir con todos su proceso de preparación, reconciliación y proyección más allá de la vida humana.  La diferencia entre tu y  yo, les decía a los periodistas, es que yo sé que me voy a morir y tu todavía no lo sabes; te llevo un poquito de ventaja; pero el problema es tanto para ti como para mi; ¿no te parece extraño que algo tan importante sea de lo que menos se hable?. Se me paralizó un brazo y seguí siendo yo, se me paralizó la mitad del cuerpo y sigo siendo yo, quién te dice que cuando se me paralice la otra mitad, no haya algo que continúe. Lala nos mostró que somos mucho más que el cuerpo que habitamos;  el cuerpo puede detenerse pero el proyecto lo trasciende, insinuó que hay algo esencial en cada uno, que continúa aunque el cuerpo se paralice, que el futuro humano está abierto y allá en el horizonte se asoma la añorada nación humana universal.

Gracias.

Dario Ergas