En la encrucijada que vive hoy la humanidad se torna necesario comenzar a pensar y a orientar nuestras acciones hacia el objetivo de construir otro sistema económico y superar el «capitalismo salvaje» que de por sí es contradictorio y no llevará nunca a lograr condiciones de vida dignas para todos los seres humanos. El violento sistema económico que impera en este momento histórico tiene límites, en su seno como concepción, que no se pueden salvar manteniéndose dentro de las reglas del mismo sistema de valores y de organización social, económica y política.
Comienza a plantearse cada vez con más urgencia la necesidad de ir hacia un sistema económico humanista donde cada uno produzca de acuerdo a sus posibilidades, sus potencialidades y virtudes y consuma de acuerdo a sus necesidades vitales, es decir un modelo donde el ser humano y su existencia sean el valor central. Esta idea podrá ser un cimiento a partir del cual se edifique un nuevo sistema socio-económico verdaderamente justo, donde por el sólo hecho de nacer todos los seres humanos puedan construir su vida desde las mismas posibilidades. Es una aspiración que las buenas intenciones de transformación social que encarnan hoy los pueblos se orienten hacia ese objetivo superador.
La vía de fortalecer un sistema de consumo excesivo, un «consumismo», como línea de crecimiento de una sociedad, considero que es un grave error. Ir por la vía del consumo desproporcionado es como querer intentar la imposibilidad de que toda la humanidad lleve un estilo de vida al modo del «sueño americano», lo cual lleva a la desigualdad con diferencias abismales entre aquellos que tienen todo y unos pocos que no tienen nada, tal como sucede actualmente en la mayoría del planeta. Conlleva asimismo a una explotación del medio ambiente y de los recursos naturales que vuelven al ecosistema cada vez más insalubre e inservible.
Si tiene que haber consumo, tendrá que ser un consumo, imperiosamente, donde todos los seres humanos, gracias a contar con iguales oportunidades, dispongan de los bienes que necesitan para vivir. Para vivir bien, con dignidad, sin ninguna condición que genere dolor físico, inclemencias ni desesperanza. Pero pensar en un consumo obsesivo, en una demanda exagerada desde la cual la aspiración máxima sea cambiar permanentemente el auto, la heladera, el lavarropas, comprar objetos insignificantes pero de un alto costo, o acumular infinitamente dinero y poder, lleva indefectiblemente a un sistema económico violento donde los que más tienen, más tendrán, concentrarán y buscarán poseer más ganancias, amplificando la desproporción.
Quizás esta propuesta se plantee como «idealista», pero sin dudas podemos empezar a tener en cuenta estas posibilidades, al menos como construcción, objetivo y propósito de la humanidad en el mediano y largo plazo. Porque en el contexto actual donde impera el poder absoluto del sistema financiero internacional, depredador y especulador, se visualiza claramente que este no es un buen camino para el desarrollo de la vida y de la humanidad, ni para el cuidado de la naturaleza, o sea es una dirección involutiva para el planeta todo.
Un cambio en la organización económica en profundidad deberá ir acompañado, del mismo modo, por un cambio mental, espiritual, un cambio en la conciencia de los seres humanos. Hoy esos valores del capitalismo están incorporados internamente en muchas personas que lo alimentan y creen que la acumulación de bienes, el consumo, y poseer cada vez más les dará algún tipo de felicidad.
Es entonces que el cambio será verdadero si se orienta en función de «elevar el deseo», y construir en conjunto solidariamente para generar condiciones materiales que le permitan a todos los seres humanos vivir en libertad y dignidad, para que desde esta situación se impulse lo maravilloso que habita en el interior de cada persona, la creatividad, la poesía, la búsqueda del buen conocimiento y el motor constante de superación en dirección evolutiva.