Por Francisco Córdova.

“Vamos a hacer un estudio de pre-factibilidad económica para ver si podemos o no extender el Biotrén a Lota” dijo por ahí alguna lumbrera en el aparato público. En otras palabras lo que se extrae de esa frase es algo como: vamos a ver si es rentable económicamente el Biotrén a Lota, sino, las personas tendrán que entender que es muy caro para la sociedad que ellos vivan allá, entonces es mejor que se vengan a vivir a la gran ciudad, donde todo está más cerca ¿Qué se logra con esto? Bueno, más centralismo y concentración urbana, más segregación social, mayores niveles de vulnerabilidad en la periferia y claro está, una “tapita” a la rentabilidad social, es decir, al mejoramiento de la calidad de vida que se adquiere cuando el aparato público vela por el bienestar colectivo, por sobre el interés económico.

¿Dónde ponemos el énfasis, en el bienestar social o en la rentabilidad económica? Algunos dogmáticos del modelo dirán con soltura que mientras más crezca la economía (es decir, el bolsillo de los grandes privados) mejor todos.¡Andá! Diría un amigo argentino, si ya estamos grandecitos para tragar esa píldora, si fuese por ello las forestales tendrían a Arauco en la cima del mundo y los hermanos mapuche de Antuco y Alto Bio Bío no tendrían la pobreza y abandono extremo que sufren hoy. Ni hablar de las salmoneras en el sur y los empleos irregulares y sueldos indecentes que reciben las mujeres que trabajan “en el salmón”. Es evidente que la riqueza de privados no genera mayor bienestar social, en muchos casos ocasiona el efecto contrario… entonces ¿Apostamos por la rentabilidad social? ¡OBVIO!

Que nuestros compatriotas de Lota tengan acceso a un mejor transporte, más económico y rápido, permitirá que vivir allá no sea un castigo, sino más bien una oportunidad y un agrado. Mejoraría el comercio y el turismo, se disminuirían las barreras de conectividad, y se generaría una mayor proyección inmobiliaria, además ocurriría lo más importante, que independiente dónde uno viva, el aparato social asegura que la dignidad y derechos no dependan de la ubicación geográfica de dónde uno se encuentre. Quizás no lo sepa, pero basta unos pocos kilómetros de lejanía con la urbe para que aumenten sus posibilidades de morir o enfermarse, y disminuye el acceso a la salud y a la educación.

¿Queremos o no queremos descentralizar?

Entonces pues, debemos evitar las grandes urbes se lleven todos los “beneficios del desarrollo”, de una vez por todas, sacándonos de la cabeza que la rentabilidad lucrativa inmediata de unos pocos es más importante que la rentabilidad y proyección social que tiene un proyecto que apunta a mejorar la calidad de vida de las personas, sin el apuro goloso de duplicar la inversión antes que acabe el año. Santiago es un lastre para los extremos, los magallánicos tienen su propia bandera ¡obvio! si tienen más relaciones con sus hermanos argentinos de Ushuaia que con sus compatriotas del norte. Lo mismo ocurre con los ariqueños, que tienen más relaciones comerciales y fraternas con los hermanos y hermanas de Tacna.

Les aseguro que tanto Magallanes como el Norte Grande tendrían mayor tasa de crecimiento y de equidad social si tuviesen independencia administrativa y económica de Santiago. La capital nos pesa, y mucho. Es un tumor maligno que no tiene saciedad, consumo y consumo recursos por esta idea poco inteligente de poner el lucro por sobre la rentabilidad social. Y es lógico, un privado chileno quiere ganar dinero, mucho, y rápido, ojalá para ayer. No se preocupa por la calidad de vida de las personas, y tampoco tiene interés en hacer de una ciudad mejor a un plazo de 20 o 30 años. ¿Quién se debe preocupar entonces? El Estado, lo público es responsable del bien común, de no mirar la billetera antes que la necesidad. Siempre es costoso proteger a los que no tienen como para vivir en pleno centro de la urbe, pero a largo plazo, ese dinero retorna con una mejor calidad de vida para todas y todos. Los beneficios del gasto social no retornan en cheques o en bonos federales, sino en calidad de vida, en menos sufrimiento y mayor felicidad. Un Biotrén Lota-Tomé de seguro es costoso, pero yo feliz de que mis impuestos vayan a que muchas jefas de hogar lleguen una hora antes a estar con sus hijos e hijas, yo feliz que me cobren más impuestos si vamos a mejorar la conectividad pública para evitar que cada uno tenga un auto y llegue el día en que no se va a poder circular y las tortugas llegarán antes que nosotros al trabajo.

Si de verdad queremos regionalización con descentralización, lo primero que deberemos hacer es cambiar la lógica del lucro a corto plazo y reemplazarla por la rentabilidad social a largo plazo.

*Francisco Córdova es miembro del Equipo Coordinador Nacional del Partido Humanista de Chile.