(Especial para «La Tecl@ Eñe»)
A Tali Feld Gleiser
«Lo más difícil es ser víctima de las víctimas»
Edward Said
Ya se ha dicho casi todo y en casi todos los idiomas, mientras el Derecho Penal Internacional sigue cocinándose a fuego lento. Muy lento. Inclusive se ha dicho en hebreo (ahí está la Declaración del Partido Comunista de Israel, fechada en Tel Aviv el 11 de julio de 2014). Sólo me queda intentar un cuadro comparativo de esta masacre con el flagelo hitlerista de mediados del siglo pasado.
¿Qué diferencia sustancial hay entre la búsqueda pseudocientífica de la «raza superior» y sentirse un «pueblo elegido» por designio divino? Sobre todo, desde que los científicos sociales declararon perimido el concepto de raza.
¿Acaso no financiaron la maquinaria nazi Siemens, Ford, Krupp, Messerschmidt y la banca internacional como hoy lo hacen las multinacionales del petróleo, el complejo militar e industrial de Estados Unidos y la OTAN?
¿No se parece demasiado la justificación del «espacio vital» que amparó las invasiones a Polonia, Checoslovaquia, Austria, Francia y la Unión Soviética con la excusa de las «fronteras seguras» para anexar Cisjordania, la Franja de Gaza y promover la instalación de colonias en los territorios ocupados?
¿Qué creen que hicieron los patriotas polacos, checos, austríacos, franceses y soviéticos para intentar recuperar lo que les pertenecía? Sí, hasta cometieron actos terroristas y contaron con el auxilio de mujeres y hombres del pueblo con el objetivo primordial de recuperar la libertad. No, no estoy justificando las acciones terroristas del fundamentalismo árabe. Pretendo entenderlas. ¿Acaso el Irgún, esa organización paramilitar sionista, no destruyó el Hotel King David el 22 de julio de 1946 a través de un atentado, cuando el territorio todavía estaba bajo el Protectorado británico?
El Estado de Israel fue creado, administrativa y políticamente, por una resolución de Naciones Unidas el 19 de noviembre de 1947, fecha en la que se decidió la partición territorial en dos Estados, uno palestino y el otro israelí. ¿Dónde? En la «tierra prometida». ¿Prometida por quién? Por un texto religioso. ¿Alguien sabe de otro Estado moderno que tenga como origen sustentable y principal un presunto mandato divino? Insisto, Estado moderno. De ninguna manera debe interpretarse que pretendo hacer desaparecer a Israel como quieren los fanáticos. Digo que la historia conoce otros casos de países creados, como por ejemplo Panamá a expensas de una fracción de territorio colombiano y por razones estrictamente económicas (construir el canal interoceánico), y sin embargo ambos pueblos conviven en paz y armonía. Claro, no hay factores religiosos ni étnicos que perturben, como siempre, la vida cotidiana.
Desde su creación política Israel ha sido consecuente y coherente. Fue amigo y discípulo del régimen del apartheid sudafricano, legalizó la tortura como método de investigación policial y judicial, asesoró militar, logística e ideológicamente a los contras de Nicaragua y a las más feroces dictaduras latinoamericanas, acompaña obediente, con entusiasmo y prolijidad, cualquier iniciativa yanqui contra Cuba y Venezuela. En fin, desarrolla una implacable gestión de limpieza étnica en su tierra de origen y en cada uno de los zarpazos que, desde la Guerra de los Seis Días, en junio de 1967, viene protagonizando como baluarte imperial al servicio de las multinacionales del odio. Y, como Gran Bretaña respecto de Malvinas, desconoce sistemáticamente las resoluciones de Naciones Unidas gracias al perverso sistema de veto que rige en el organismo desde su creación.
Por eso, y por muchas sinrazones más, no aparece como ilógico ver a sus ciudadanos y ciudadanas celebrar los bombardeos y las muertes ajenas desde una loma o una playa, platea morbosa de personas infectadas de sadismo colectivo. O escuchar declaraciones como la de la diputada Ayelet Shaked, del partido The Jewish Home, cuando sugirió que sería mejor «Matar a todas las madres de Palestina para que no nazcan más terroristas». Es una hermosa mujer, veo en la foto. Pero si, según Hegel, lo bello es la manifestación evidente de la verdad, la parlamentaria sionista es la excepción al pensamiento del filósofo alemán. También es, digo, el ejemplar emergente de una sociedad en la que la locura colectiva y el odio social encabezan su escala de valores.
Es cierto que la historia no se repite ni se pueden extrapolar épocas diferentes, pero cualquier semejanza entre las actitudes del Estado de Israel con las del régimen que auspició la «Solución Final» para los judíos durante el siglo pasado y la carnicería a que son sometidos los palestinos es más que pura coincidencia. Es una cadena ideológica vergonzosa que deja atónitos y furiosos a los seres de buena estirpe del planeta que nos ampara. (Tremenda coincidencia o paradoja histórica: una de las propuestas iniciales del Partido nazi en el Poder ante el llamado «problema judío» fue la emigración forzosa a Madagascar primero y luego a Palestina. El sueño del sionismo. Tal como lo cuenta Daniel Rafecas en «Historia de la solución final», Siglo XXI. 2012).
En fin, que para no discutir con los discursos académicos que nos abrumarían respecto del nazismo, el fascismo y el franquismo y sus semejanzas o diferencias con las políticas del sionismo israelí y sus acólitos universales, propongo que, a partir de ahora, no digamos que son nazis. Según el espejo de la historia son sizan.