Por Stefano Wrobleski

Doce haitianos y dos bolivianos fueron rescatados de condiciones análogas a las de esclavitud en un taller textil en la región central de San Pablo. El rescate ocurrió a comienzos de este mes después de la fiscalización de auditores del Ministerio de Trabajo y Empleo (MTE) y una procuradora del Ministerio Público del Trabajo (MPT). Las víctimas trabajaban en el lugar desde hacía dos meses produciendo piezas para la confección «As Marias”, pero nunca recibieron salarios y pasaban hambre. 

Según la fiscalización, antes de ser engañados, los haitianos estaban siendo albergados por la pastoral Missão Paz, mantenida por la parroquia Nuestra Señora de la Paz, para acoger a migrantes de otros países que llegan a San Pablo. Además de alojar a los migrantes, la Pastoral promueve conferencias a empresarios sobre la cultura y los derechos de los extranjeros, donde los interesados en contratar a los recién llegados llenan fichas con informaciones que se utilizan para verificar la situación laboral de las empresas en la Justicia y monitorear las contrataciones.

 

La estilista y dueña de la empresa, Mirian Prado, afirmó a Repórter Brasil que no tenía conocimiento de las condiciones de trabajo del taller y que sólo tercerizaba el trabajo: «Estábamos en el momento equivocado, en el lugar equivocado y haciendo lo equivocado, sin saber”, dijo. Después de la actuación, informó que la empresa pasó a fiscalizar a otros proveedores y que pretende dejar de tercerizar el servicio en breve, para tener un mejor control sobre su producción.

 

De acuerdo con el padre Paolo Parise, que coordina la misión desde 2010, el interés de los empresarios por la Missão Paz disminuye cuando se les informa que los migrantes tienen los mismos derechos que los demás trabajadores en Brasil. El sacerdote dice que, de enero a julio de este año, 587 empresas contrataron a 1.710 migrantes a través de la pastoral. El número de empresas, sin embargo, equivale a sólo un tercio del total de interesados que asisten a la conferencia inicial.

 

La dueña del taller donde fueron rescatadas las 14 víctimas de trabajo esclavo es parte de los dos tercios de empresarios que desisten. «En mayo, ella y su esposo vinieron, participaron en la conferencia y, después, desaparecieron sin contratar a nadie”, dijo Paolo. Antes de ser engañado, Daniel*, uno de los haitianos, ya tenía un empleo fijo en un shopping de la capital y volvía todas las semanas a la pastoral para dar voluntariamente clases de portugués a los colegas coterráneos.

 

Daniel aprendió el idioma por Internet antes de llegar a Brasil y viene mejorando sus conocimientos desde 2012, cuando llegó al país por Acre. La mayor parte de sus colegas, sin embargo, había llegado hacía menos de un mes a Brasil y el criollo (junto con el francés, una de las lenguas oficiales del país) era el único idioma que sabían hablar.

 

Ante la promesa de recibir un salario menor, pero con beneficios como alimentación y alojamiento garantizados por el empleador, aceptó la oferta de la dueña del taller: «El mayor problema en Brasil son los costos de vida, como alquiler y otras cosas”, dijo en el reportaje. Daniel, entonces, dejó el empleo en el shopping y llamó a algunos colegas a quienes daba clases en la Missão Paz. En cuanto al trabajo, la dueña del taller le había dicho que no era necesario saber coser: ellos serían contratados como aprendices y tendrían contacto con el oficio trabajando en la confección para «As Marias”. En Haití, tenían ocupaciones diversas. Daniel era vendedor autónomo, mientras que otra de las víctimas estudiaba para ser enfermero.

 

En el taller, las víctimas comenzaron a trabajar en junio. En el lugar también estaban los cuartos donde dormían los 12 haitianos, una pareja de bolivianos y su hijo de cuatro años. Con colchones en mal estado, en el suelo, moho, filtraciones y pésimas condiciones de higiene; la auditora fiscal Elisabete Cristina Gallo Sasse, que participó de la operación, dijo a Repórter Brasil que las habitaciones eran tan pequeñas que «nosotros [el equipo] no lográbamos ni siquiera entrar en ellas”.

 

De lunes a sábado, sometidos a una jornada que podía llegar hasta 15 horas por día, los bolivianos tendrían la función de enseñar a las demás víctimas a coser. Así, a los haitianos se les firmaron sus contratos de trabajo en la función de «aprendiz de costurero”. La fiscalización averiguó que la mayoría de los trabajadores tenía más que la edad máxima, 24 años, para ejercer la función de aprendiz, y no había ninguna institución acompañando el aprendizaje. El artificio tenía la función de permitir el registro en trabajo en blanco con un salario de R$724, el mínimo brasilero e inferior al piso de R$1.017, de la categoría de los costureros de la región.

 

A pesar de bajo, el salario nunca llegó. La alimentación, otra promesa inicial, era de baja calidad y no había comedor en el lugar. Cuando casi dos meses después del comienzo del trabajo las víctimas reclamaron que querían su paga, recibieron de la dueña del taller un vale por R$ 100. En contrapartida, dejaron de recibir comida.

 

Al llegar al lugar, la fiscalización encontró a los trabajadores almorzando panes franceses que ellos mismos habían comprado. Los fiscales también descubrieron una cocina de uso exclusivo de la dueña del taller y en mejores condiciones de la que ponía a disposición de los costureros. Dentro de ella, los alimentos eran escondidos en el interior de un sofá. «Lo que más me chocó fue ver la crueldad del ser humano de dejar a trabajadores pasando hambre, de tener el alimento y no proporcionarlo, dejándolos en situación de penuria”, lamentó Elisabete.

 

Traducción: Daniel Barrantes – barrantes.daniel@gmail.com